Lic. Hatuey De Camps.

Hatuey De Camps, secretario general del otrora poderoso Partido Revolucionario Dominicano (PRD), solía decir que la gente creía los hechos sólo cuando los escuchaba en el noticiario de Radio Mil, aunque fueran difundidos primero por los otros medios, también muy buenos. En aquellos tiempos, además, competían en el mercado: Noti-Tiempo (1959), Noticiario Popular (1976), Cadena de Noticias (inicio de los 80).

Temperamental e irónico como fue hasta su muerte el 26 de agosto de 2016, a los 69 años, el influyente político, sin embargo, no siempre tuvo piropos para Radio Mil Informando aunque era muy cercano al dueño de la estación, Manuel María Pimentel.

Una mañana de agitación política en el espectro nacional, a principios de los 90, el reconocido político había convocado una conferencia de prensa en la casa nacional del partido, y el novel reportero designado para cubrirla, Elvis Lima, llegó unos minutos después de haber terminado por dificultades con automóvil con el pintoresco diseño de tablero rojiblanco que le transportaría.

Elvis Lima.

La dirección del noticiario bajo mi cargo (también leía noticias) había priorizado la reacción del exsecretario de Estado durante la gestión de gobierno de Salvador Jorge Blanco (1982-1986) para la emisión meridiana. Pero la idea fue estropeada por la actitud del político nativo del municipio Cotuí, provincia Sánchez Ramírez.

EN UN AMBIENTE CONVULSO

Manuel María Pimentel.

La creación de Radio Mil Informando había brotado de una conversación entre el dueño de la radiodifusora Manuel María Pimentel y el inquieto locutor Joaquín Jiménez Maxwell, en 1962, dos años después de yo nacer en el Pedernales del suroeste.

Radio Mil, matriz del circuito integrado además por Clarín, Fiesta, Mil Estereofónica, Continental y Landia en Santiago, había sido fundada en la calle El Conde, tan pronto impactó en el público comenzó a recibir los embates de la intolerancia política.

El ajusticiamiento del tirano Rafael Leonidas Trujillo Molina había ocurrido el 30 de mayo de 1961. El derrocamiento del gobierno constitucional del presidente Juan Bosch, el 25 de septiembre de 1963 y, como consecuencia, la guerra de abril de 1965 en la que los militares constitucionalistas y el pueblo luchaban por la reposición del gobierno democrático. Esta gesta fue liderada por el coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó, y se convirtió en guerra patria de resistencia contra la invasión estadounidense que se propuso neutralizar a los constitucionalistas e instalar en Palacio a uno de los suyos, Joaquín Balaguer, quien desde 1966 gobernaría a sangre y fuego, sin piedad, contra desafectos ideológicos, hasta 1978, año en que el PRD regresó a Palacio con el presidente Antonio Guzmán. A partir de esa administración el país entró en una etapa de ampliación de las libertades públicas, sin los excesos represivos de los gobiernos anteriores.

NACIÓ ADULTO

José Bejarán, Bueno Torres, Wilfredo Muñoz y Johnny García.

Desde el primer día, sin temor ni medias tintas, el noticiario jugó roles estelares en cada coyuntura socioeconómica, política y cultural del país. Por su compromiso social, estaba en la mira de todo el mundo. Para unos, con odio; para otros, con admiración.

Para unos y otros, la credibilidad del noticiario nunca estuvo en juego. Tampoco la calidad de locución a dos voces, timbradas y afinadas, excelente puesta en escena, con el “ampliando” y la hora cada 30 segundos en un estilo inigualable.

Un sello del noticiario fue la titulación de las noticias, lo que no se estilaba en los demás noticieros, que se limitaban a leer las notas sólo informando el lugar de los hechos o si procedían del territorio nacional o del ámbito internacional.

Por su identidad, más la postura informativa y editorial en defensa de los intereses colectivos y en contra de la persecución de sindicalistas y líderes obreros, por su identificación con las demandas presupuestarias de la UASD y crítica mordaz a la violencia con sus estudiantes, Radio Mil Informando siempre fue objeto de conspiraciones desde el poder.

UN INGRESO FORTUITO

Emely Tueni.

Joven  inquieto de la frontera sudoeste en una capital de cemento, hostil y distante, yo seguía mis afanes periodísticos en la sección Temas del periódico estándar matutino Hoy, con Emely Tueni como editora y  la dirección de Mario Álvarez Dugan (Cuchito).

Continuaba en el trajín de la locución musical en Radio-Radio más la lectura de noticias en HIZ Informativa (Radio HIZ, primera emisora privada) y en otro momento de novel en el noticiario Reportero Nacional por Radio Cristal, con Wilfredo Alemany (f), Francis Javier y Orlando Ortiz (f), misma voz de ¡Cima 100! y ¡Cima Sabor Navideño!  

Los locutores de Radio-Radio, en la calle El Conde esquina 19 de marzo, segundo piso del edificio El Palacio, éramos habitué de La Cafetera, un espacio cultural simbólico, sitio de peñas de reconocidos novelistas, cuentistas, poetas, músicos, pintores, locutores y políticos fundado en 1932 en El Conde casi con 19 de marzo por Benito Paliza y cerrado en septiembre de este 2024 tras 92 de existencia.

Una noche, Edwin, el empático cajero del negocio a donde bajábamos a menudo a tomar café puro, me sorprendió.

El joven de piel clara y cabello lacio aseguró que escuchaba Radio-Radio cada noche desde las nueve y me preguntó por qué no estaba en Radio Mil si mi voz, según él, se adaptaba. Dijo que si lo aceptaba, él hablaría con don Manuel, el propietario.

Al preguntarle sobre la relación con tal empresario, sonriente, mascullando, afirmó: “De padre”. Aunque con dejo de duda, le di el visto bueno. Nada perdía. Luego me confió que había cumplido su palabra.

Pasaron unos tres meses. Un día, a media mañana, al llegar al departamento de Temas en diario Hoy, la editora  Emely Tueni (La Turca), me recibió sonriente: – “Mira lo que hay sobre tu maquinilla”.

Vi un post-it verde debajo del pisapapel de la Olympia donde escribía a diario las semblanzas a toda página que dieron otro tono a la sección.

“Turka, quiero que me le hagan una entrevista a Manuel María Pimentel, pero quiero que la haga ese joven que tienes ahí, con su estilo. El señor lo pueden ubicar en el hotel El Napolitano”. La nota estaba firma por Radhamés. Se trataba de Radhamés Gómez Pepín, director del vespertino tabloide El Nacional, también propiedad de Pepín Corripio.

Tueni cerró la conversación con un “ya ves cómo te valoran, te felicito”. Y yo, emocionado, de inmediato, arranqué con el proceso de documentación y concertación de la cita con mi próximo entrevistado.

Dos días después estaba frente al dueño del tradicional hotel de la avenida George Washington o malecón del Distrito Nacional, un hombre menudo (5.6), con nariz grande y pelo lacio semiplateado. Campechano, sin poses, hizo entrar en confianza de inmediato, aunque sentado en su cómodo sillón al otro lado del amplio escritorio de caoba.

Billy Reynoso, con gorra del Licey junto a Franklin Mirabal.

Contó su historia, desde su vida en el campo de Baní, al suroeste de la capital, sobre su inolvidable la burra que de tantos apuros le sacó, y el colmado de la calle José Contreras, en la capital, que aún conservaba por nostalgia para no olvidar sus orígenes.

Habló sobre el hotel Naco, el Banco del Comercio Dominicano del cual era vicepresidente, se refirió al brillante periódico El Siglo y a su mimada Radio Mil y demás emisoras de la cadena con cobertura nacional.

Ya cuando terminaba, me detuvo y preguntó: –¿Eres locutor? Tienes una voz parecida a las de mi emisora, ¿te gustaría trabajar allá?

Pensé que era un cumplido parecido al de los políticos. Pero me repuse rápido y le respondí: “Sí, soy locutor y trabajar en Radio Mil (1,180 khz) es sueño de todo locutor. La escuchaba desde niño allá en Pedernales, nuestro pueblo”.

-“Pues, bien, vete a grabar a Radio Clarín, yo llamaré para que te reciban. Wilfredo escuchará la grabación, hablaré con él”.

Me puso en atención. “No es conveniente que vayas a Radio Mil para grabarte, te harían la vida imposible y no quiero eso”.

Clarín quedaba justo a diez minutos caminando hacia el noroeste de la sede de la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Y hube de volver para una segunda grabación porque la primera “se extravió”.

Pero a la segunda fue la vencida. Fue avalada por Manuel,  Pedro Justiniano (Pepé), vicepresidente de la empresa, y  Wilfredo Muñoz, director. El próximo paso fue anunciar mi ingreso inmediato como locutor de noticias, previo condicionamiento sobre la paciencia que debía mostrar ante el “hielo que te harán”.

Fue una travesía difícil, pero superada en la estación que  operó toda su época dorada desde el quinto piso del edificio Metropolitano, ahora casi arruinado, en la avenida Máximo Gómez esquina avenida San Martín.

Se trataba de un anillo de voces tradicionales de primera instaladas en el imaginario de su generación, impenetrable para decenas de aspirantes de todo el país.

A Wilfredo Muñoz, Fernando Valerio y el reingresado José Bejerán, se sumaron Billy Reynoso, Juan Santana, Virgilio Balderas y Tony Pérez. Posteriormente, 1990, reingresó el veterano Johnny García.

Se abrían así las puertas para otros como Manuel Ferreras, Johnny Reyes y, después de una larga lucha, Freddy Peguero, dueño de una voz grave envidiable, pero relegada sin  justificación valedera durante años a un programa musical de la emisora durante las madrugadas. Bueno Torres exploraba la locución noticiosa en TV, pero a años luz de su éxito como en la radio. De voz microfónica prodigiosa para la locución lucía una pasión casi enfermiza por la  milicia. Se enorgullecía de ello. Y así fue hasta su muerte el 6 de junio de 2018 a los 75 años.

Juan Santana.

Maxwell había roto relaciones con la empresa, se marchó al extranjero y, luego de una larga ausencia, regresó al país e inició el proyecto Radio Cordillera y un noticiario, un pésimo calco de Radio Mil Informando que sucumbió en poco tiempo.

Hasta su muerte el 8 de agosto de 2011, a los 76 años,  tuvo la obsesión de destronar al noticiario que le dio a conocer. La última vez que le vi fue una tarde previo a la tercera emisión del noticiario cuando Valerio y otros locutores dialogábamos en la explanada del edificio Metropolitano.

PARA CONTARLO

Fernando Valerio, en plena faena.

La mañana que Fernando Valerio me vio sentado con un libro en la mano, antesala de la cabina principal y la sala de redacción, en espera de una entrevista con el director general Wilfredo Muñoz (f) con el objetivo de formalizar los horarios de trabajo tras el nombramiento autorizado días antes por Manuel Pimentel, faltaban pocos minutos para iniciar la emisión del mediodía.

De pie, de lado, me preguntó la razón de la visita. –“Soy locutor y periodista de término”, le riposté. Irónico,  reprochó: “Eres muy joven todavía para entrar a esta emisora, estoy es muy fuerte para ti; tienes que irte y durar como  diez años cogiendo experiencia en emisoras, y luego vuelves para ver…”

Este hombre espigado (poco más de seis pies  de estatura) con el bigote teñido por la nicotina, el rostro amarillento, un Marlboro humeante entre los dedos pulgar e índice, con cierta debilidad por el MacAlbert, se fue soltando bocanadas de humo por el pasillo que daba a las oficinas de don Pepé, el área de descanso de locutores y, al fondo, lado norte, los termos siempre con café humeante colado por doña Quila. Nada como el café para aliviar las tensiones.

Ni imaginaba que a partir de unos cuantos días sería durante años su compañero de lectura noticiosa en la cabina de siete metros cuadrados donde los locutores se sentaban a centímetros de distancia frente a un solo micrófono.

Las barreras en el camino pusieron a prueba la resiliencia de la camada joven. Desde la entrada había ortigas desparramadas por doquier, pero los muchachos, con paciencia de Job, fueron despejando hasta que el mar se puso en modo calma relativa. Era un choque de generaciones. La sociedad presentaba cambios en su día a día.