Las palabras tienen significados musicales que nos dirigen hacia lo bello y lo oscuro, hacia lo conocido y lo desconocido, inspirándonos momentos de atención y de embeleso que no esperábamos en tan escasos espacios forjados por el , la tinta y el papel.
Cada palabra es una historia, un momento, una emoción.
Cada palabra tiene su magia interior.
Razonamos a través de ellas, nos equivocamos a su través, nos conectamos con sus significaciones ambiguas o no, razonables o no.
Las envolvemos en el caos pero ellas vuelven a respirar y a darnos alegría y temor.
La arbitrariedad de la lengua que hablamos-puesto que no pertenece a las matemáticas- es un hecho comprobado.
Las academias no ignoran esa realidad e insisten en perfeccionar lo que debe continuar así por el bien de su evolución.
Nos bañamos y nos acostamos en su expresión musical, nos dejamos conducir por sus sonidos particulares como si salieran de un laúd o de un violín antiguo.
Tartaria, Bactriana, Samarcanda, qué palabras dulces y raras, salidas como de leyendas hermosas de la infancia olvidada.
Palabras que poblaron el asombro que nos es consustancial.
Palabras que tienen un color y un alma.
Y que no nos parecen conducir a ciudades y a multitudes, a lugares legendarios, sino al corazón abierto del misterio, a la magia y a la expresión oral, al nombre de unos pueblos familiares y desconocidos como nacidos para el asombro y la distracción.
Pueblos donde habita la gente que nos resulta extraña y que no lo es, puesto que ostenta la misma condición humana que tenemos nosotros también.
Gente que vive en lo profundo de territorios tan lejanos que nunca pisaremos pero que identificamos como si estuviéramos desde siempre en ellos:
En el oriente, de donde nace el sol como una criatura que emerge de un nido hecho de luz y que de pronto irrumpe en la oscuridad y la corta y la ciega hasta la momentánea extinción desde la que volverá a su reino, a sus leyes universales.
Las palabras son nuestras mejores amigas, nuestro difícil razonar, nuestro ser pensante.