La analogía, principio de transparencia universal, atraviesa todo el cuerpo textual de El mono gramático. La analogía es una de las principales relaciones lógicas. Está vinculada a la lógica de las asociaciones y de las exclusiones. Analogía quiere decir comunidad o coincidencia, afinidad. En esto ver aquello. La analogía muestra la coincidencia entre dos partes, lo que hay común a dos cosas o ideas. Muestra que esto y aquello son afines. No que son iguales, sino parecidos. En esto veo aquello. Pues esto es como aquello. Precisamente porque y aquello no son iguales es que pueden ser comparados: esto y aquello tienen algo en común, son como iguales, pero no son idénticos. La analogía, pues, no afirma el principio de identidad (esto es aquello), sino la semejanza (esto es como aquello). Postula también la diferencia: esto es como aquello, pero no es exactamente aquello; esto es como aquello justamente porque no es aquello. Si esto fuese aquello, entonces ya no sería esto: sería aquello. La analogía supone, pues, el juego de las semejanzas y las desemejanzas.
El universo es un sistema de correspondencias, pródigo en analogías. Al hablar de caligrafía vegetal, por ejemplo, Paz traza la analogía entre caligrafía y vegetación, arboleda y escritura, camino y lectura. La arboleda es escritura, y el camino lectura. Pero el camino es también escritura. La escritura y la lectura son metáforas del camino. El catálogo de un jardín botánico tropical es similar al jardín del palacio de Ravana en Lanka. El recurso retórico (el catálogo de árboles del boscaje de Ravana, en el capítulo 8 del libro) apunta a un fin: señalar, transparentar la analogía universal que subyace a los seres y las cosas del mundo.
Casi al final de El mono gramático, un largo párrafo aclara la génesis y el posible sentido del texto:
“Al comenzar estas páginas –escribe Paz- decidí seguir literalmente la metáfora del título de la colección a que están destinadas, “Los caminos de la Creación”, y escribir, trazar un texto que fuese efectivamente un camino y que pudiese ser leído, recorrido como tal. A medida que escribía, el camino de Galta se borraba o yo me desviaba y perdía en sus vericuetos. Una y otra vez tenía que volver al punto del comienzo. En lugar de avanzar, el texto giraba sobre sí mismo. ¿La destrucción es creación? No lo sé, pero sé que la creación no es destrucción. A cada vuelta el texto se desdoblaba en otro, a un tiempo su traducción y su transposición; una espiral de repeticiones y de reiteraciones que se han resuelto en una negación de la escritura como camino. Ahora me doy cuenta de que mi texto no iba a ninguna parte, salvo al encuentro de sí mismo. Advierto también que las repeticiones son metáforas y que las reiteraciones son analogías: un sistema de espejos que poco a poco han ido revelando otro texto. En ese texto Hanuman contempla el jardín de Ravana como una página de caligrafía como el harem del mismo Ravana según lo describe el Ramayana como esta página sobre la que se acumulan las oscilaciones de la arboleda de las hayas que está frente a mi ventana como las sombras de dos amantes proyectadas por el fuego sobre una pared como las manchas del monzón en un muro de un palacete derruido del pueblo abandonado de Galta como el espacio rectangular en que se despliega el oleaje de una multitud contemplada desde los balcones en ruinas por centenares de monos como imagen de la escritura y la lectura como metáfora del camino y la peregrinación al santuario como disolución final del camino y convergencia de todos los textos en este párrafo como metáfora del abrazo de los cuerpos. Analogía: transparencia universal: en esto ver aquello”
Octavio Paz ha escrito (trazado) un texto maravilloso y fascinante que es un camino y que puede ser leído (recorrido) como tal. Camino que, en el momento de la lectura, se disipa y desaparece, como se disuelven y anulan las identidades en el sistema de espejos del universo. El texto termina negando la escritura como camino tan solo para ir a encontrarse consigo mismo.