(De vuelta al ser)
En la relación nada y todo hasta ahora nos hemos preocupado en parte por el análisis de la nada, abordando al ser y al hombre. Con el poema “Crisol” (pág. 128) la reflexión centra su atención en el todo. ¿Qué somos desde este concepto? Somos: la suma de las cosas, de ritos, de una poligamia diurna, de nuestros dolores ancestrales…, hasta de la onomatopeya del pecado. Y nos volvimos capaces de burlarnos de la muerte, ¡somos dioses! ¿Dioses de piedra?: “Somos piedra de rayo hecha trofeo tras burlarnos de la muerte” (pág. 128). Entonces, llegamos a los ansiados días de la perpetuidad (In perpetuum): “Fueron los días en que polinizamos la existencia / y nos hicimos eternos” (pág. 129). O sea, si la luz está en tránsito hacia hacerse eterna como vimos en un verso citado anteriormente y, nosotros después de polinizar la existencia, fuimos eternos. Entonces, el hombre-ser-humano, fue eterno primero que la luz.
Mi doxa me sugiere una primacía del concepto hombre-ser-humano superior, muy superior a las demás cosas… El ser ya liberado es superior a todo. El ser es eterno. Pero ese ser puede volver la mirada atrás, consagrar el polvo, y no encontrará ningún rastro de lo que fue. Ya ha mutado y no es cíclico: “Que en verdad somos otros; / que nos hemos transfigurado, multiplicado” (pág. 132).
Volver al polvo, encontrarse con lo que no somos. Comprobamos un viaje impiadoso, una prueba inútil para encontrar razones a la existencia. Esa presencia viajera en las rendijas del destino y que se hizo larga en el tiempo.
En realidad, somos otros, los: “… espectadores entusiastas de una existencia en tránsito / ahora cargada por redentores de un pasado / que se desliza discretamente por las rendijas del destino / celebrando la vida que emerge y se hace larga” (pág. 132).
Ya el ser no está metaforizado en piedra, la vida ha emergido, aunque con un tránsito determinista. Volver al polvo no es útil para razonar sobre el ser, porque “El polvo habrá servido para el origen” (pág. 133). Cuando el ser florece o se autorrealiza, ya el polvo no sirve para nada, porque: “No se ha preparado para el encuentro / no podría prepararse para tanta vida / no podría prepararse por más vida que lo pueble” (pág. 133).
En lo anterior no se sigue el concepto bíblico “Con el sudor de tu frente comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella fuiste tomado. Porque polvo eres y al polvo volverás” (Gn. 3-19, RVA-2015). Ya el ser auto realizado o eternizado no necesita ser polvo para nada. ¡Claro! Ya el poeta ha aceptado la permanencia del ser en el tiempo, pero que es mutable, cambiante, y como ser-esencia, es susceptible a mejorar o a empeorar en su tránsito. ¡Es aquí donde se presentan muchas interrogantes para la filosofía, la religión o la estética! Sería la estética quien preguntara menos, por poseer esa plasticidad de ajustar sus argumentos. Ya dije, la razón de la poesía (vista desde la estética) es diferente a la de las ciencias. La poesía tiene sus propias razones para defenderlas si fuera necesario.
Pero volvamos al argumento. En su tránsito, ¿qué ha transformado al ser? Según el poeta, volver al polvo ya sabemos que es “una prueba inútil”, porque el ser adquirió en ese peregrinar algo poderoso, el lenguaje y los signos, ¡El ser es “lingüístico”! El polvo no puede ofrecer más vida, no puede completar ese ciclo: polvo-ser-polvo-ser: “Porque el polvo no conoce del lenguaje / ni de signos redentores” (pág. 133). Entonces, no es un soplo la vida.
De vuelta al polvo del origen
Ahora tomaremos tres poemas seguidos. Inmediatamente después del poema “Florecimiento del ser”, visto anteriormente, el poeta nos trae los poemas “Resucitar”, “Ser” y “Renacer”. ¡Qué interesante trilogía! ¿Qué nos trae el poeta después de aquello de la vuelta al polvo del origen? La respuesta es una resurrección, siguiendo la analogía del texto bíblico hebreo. O sea, el mensaje de Jesucristo, quien resucitó, borra lo de volver al polvo. Hay que resucitar, dejar de ser jinete del pecado, para ganar la eternidad ansiada del ser, proclamada por todos tipos de creencias y filosofías. ¡Claro! Se pensará que el relato “Porque polvo eres y al polvo volverás”, no se puede asumir con lenguaje directo, sino a manera simbólica o metafórica, lo mismo que la resurrección. Pero para el poeta la resurrección del ser debe cumplir con una condición, que sea profundamente olvidado, perdido en esos laberintos de la memoria, dejando solo espacio para el recuerdo del beso: “No se resucita sin antes ser profundamente olvidado / sin haberse perdido en el laberinto de la memoria, / sin que se pierda la memoria misma, / el beso” (pág. 134).
El ser debe perderse, no levantarse. No es levantarse entre los muertos como Lázaro o Jesús. “No se resucita si en sede floreciente de plegarias emerge siguiera un vago recuerdo del ser. / Resucitar, más que levantarse es perderse” (pág. 134).
En el poema “Ser”, el propio ser entra en una especie de transmigración: “Somos la simiente que vuela en busca de un vientre” (pág. 135). El ser-esencia en este poema se presenta en forma de simiente, roca, humo, sol, pluma, mirada, colores…, y un salto que trepado al infinito abraza la vida: “Somos un salto sin más garrocha que el beso / trepado en el infinito / abrazado a la vida” (pág. 135). Aquí no caben dudas, el ser es un ente vivo, consciente. Pero el ser debe renacer, como la sentencia metafísica “hay que nacer de nuevo”, pasar por un ritual donde se curen las heridas. Es como realizar un ejercicio de transmutación.
El poeta, en su explicación estética, lo describe con mucha originalidad, a veces con hondones en los versos: “Sobre este manto de zarzas que cubre nuestros pechos, / posa un tropel de libélulas vencidas, / que sanarán sus llagas con los caldos de las últimas espigas del otoño. / Sobre este manto de zarzas que hunde nuestros pechos, / una multitud de abejas polinizará los besos, / zumbadores cardados de esmeraldas cantarán, / libarán hambrientos en nuestros labios” (pág. 136).
En la descripción ritualista las libélulas sanarán las llagas del ser con caldos de las espigas de otoño, abejas polinizarán los besos y los zumbadores cantarán. Habrá fin para la tristeza, esa que desde el origen fue inmerecida, la que nos transforma en bestias: “No cabrá la tristeza inmerecida, / la que convierte al hombre en bestia” (pág. 136). ¿En ese renacer quedaremos en el paraíso? Veremos lo que dice el poeta: “Zarparemos desde la liquidez de los cristales / para quedar gobernados por las flores” (pág. 136). Lo de la liquidez de los cristales nos semeja un concepto de transparencia; saldremos desde la transparencia, desde el ser limpio a ser gobernados por las flores. ¿Las flores del paraíso? Si es así, eso de “ser gobernados” contrapone la libertad del ser en el paraíso, o mejor dicho, se vuelve al origen, que el ser debe obedecer a un supremo donde se replica su ciclo ontológico.
El autor es escritor y educador
Domingo 11 de septiembre 2022