A pesar de los avances tecnológicos de la bioquímica y la producción de fármacos a gran escala para su posterior comercialización a nivel mundial, existe una marcada tendencia hacia el consumo de la medicina popular. Entiéndase, el uso de aquella práctica médica empírica, por su condición artesanal y su rudimentaria aplicación, que dicho sea de paso, es el producto de una condición empírica y sapiencial, que se deriva de la experiencia del hombre y su inevitable contacto con la naturaleza. En todo caso, mal que bien, esta práctica representa un legado antiguo de nuestros ancestros, o mejor, un conocimiento transmitido por quienes tuvieron que apelar a las técnicas rudimentarias aprendidas desde diferentes puntos del planeta, para sobrevivir a los avatares de enfermedades diversas y desconocidas. En el caso de nosotros, la primera experiencia inició con los indígenas, luego con el español y después con el africano.  Es bueno señalar el inexistente conocimiento científico que había en estas tierras durante la llegada de los españoles, pues necesariamente estamos hablando de un período primitivo de la vida en la isla.

San Miguel, uno de los santos más usados por los curanderos en sus prácticas.

La medicina popular está preservada en el recetario de un curandero o en las recomendaciones de las abuelas que conservan en el folklore oral recetas y zumos con poderes curativos. De ahí se deriva que la medicina popular es el resultado de un saber empírico, producto de la experiencia del hombre, por lo  tanto,   no está  sustentada en  estudios ni sujeta a investigaciones científicas, sino que la misma nace de al sabiduría propia de la gente, de acuerdo con  sus  necesidades cotidianas y del contacto  directo con la naturaleza.

En nuestros campos y parajes, es obvio que la medicina popular ha tomado cuerpo y quienes la practican cada vez se han vuelto más  famosos y populares. Pero más aún, hoy existe la medicina naturalista como una alternativa paliativa ante los altos costos de los tratamientos médicos, a los que la población media y pobre no tiene acceso, generalmente, por el escaso alcance de los seguros médicos. Al mismo tiempo, al tratarse de recomendaciones basamentadas en plantas y brebajes, tratamiento de acupuntura, baños diversos, el uso de ozono y vapores.

Por tratarse, además, de una escasa inversión económica, ésta se ha vuelto más popular. Una práctica humana, hasta cierto punto, poco remunerada, sin duda la ha convertido en una oportunidad bastante atractiva para los consumidores de escasos recursos económicos. En su mayoría, estos médicos empíricos, son líderes de sus comunidades y generalmente hacen esta actividad  por pura  vocación humanitaria, en contraposición de la medicina científica, cuyo ejecutante, conjuntamente con la clínica donde trabaja, es un comerciante a gran escala.

Productos de la medicina popular combinados con objetos de las supersticiones y creencias tradicionales, de venta en el Mercado Modelo de la avenida Mella.

¿Cuántos enfermos no han sido desatendidos en salas de emergencia porque simplemente no tienen un depósito de dinero para que puedan ser curado? ¿Cuánta gente no ha muerto por una mala práctica, porque el médico ha hecho lo contrario a las condiciones del paciente? Pues en una franca violación a los principios hipocráticos, donde un naturalista ve a un ser humano, el médico ve un viaje al exterior, una finca de grandes dimensiones o un carro de lujo. Hoy por hoy, puede ser que duremos vivos mucho más tiempo, gracias a los avances científicos, pero nos convertiremos en consumidores de fármacos para toda la vida, lo que significa jugosas ganancias para la industria farmacéutica global.

En innúmeras ocasiones la medicina natural puede llegar a obtener buenos resultados, los cuales podrán ser inmediatos o no.  A pesar de esto, su fallo radica en el poco rigor de sistematicidad, por su escaso sentido de organización, por lo tanto sus efectos en el tiempo pueden ser efímeros. No obstante a esta debilidad, grandes segmentos poblacionales ubicados en lugares remotos de nuestra geografía, que no tienen acceso a la medicina moderna y grandes guetos poblacionales, acuden cada día a esta práctica para poder sobrevivir.

A través del tiempo la medicina popular ha formado parte de la cultura y del  modus vivendi, toda vez que en los  primeros años de la conformación del pueblo,  el campesino  dominicano, en su gran mayoría pobre, no tenía acceso a la medicina científica, ya que se vivía una vida totalmente rudimentaria, por lo tanto,  tenía que acudir a las bondades que le brindaba la naturaleza. Ahí están los miles de plantas que justifican todo este legado de la medicina popular dominicana.

Ingredientes para recetas en la medicina popular tradicional.

Así que, el curandero dominicano, amén de que su trabajo está amparado en la firme aplicación del tratamiento que recomienda, su poder curativo también está amparado en la fe que el enfermo debe poner en Dios. Esto significa que su curación tiene un poder divino, cuya fuerza está sustentada en los principios del cristianismo católico, así como en las tres divinas personas: “Padre, Hijo y Espíritu Santo”. Es así como encontramos en la habitación del curandero, además de la colección de su inmenso recetario: mesas y altares decoradas con santos y deidades que conforman nuestra religiosidad popular. De manera que el sincretismo religioso, como herencia cultural del pueblo dominicano, tiene su arraigo en el ejercicio los curanderos.

La medicina natural o popular, opera bajo una gama variopinta de tratamientos diversos: No es extraño encontrar en la calle, ahora en las redes sociales, alguien que te recomiende un tratamiento casero para los riñones, la vesícula, las vías urinarias, las vías digestivas o estomacales, artritis, reumatismos, dolores diversos, por no decir de gripes, resfriados, así como neuralgias  y dolores del oído. Todo esto también tiene un alto componente muy ligado a la dieta del dominicano, en el sentido de que la mayoría de recetas populares van acompañadas de jugos y frutas tropicales de nuestra campiña dominicana, así como los componentes básicos  que acompañan los brebajes de  la medicina popular La cebolla es uno de los principales, el ajo, el rábano, melazas, miel de abeja. Así sean, cítricos importantes como la naranja, el limón, chinola, cereza, toronjas, entre otros como el cajuil, piña, zanahoria, la guanábana, el moni, la remolacha, la bija y otros frutos.

Cardosanto.

La medicina popular dominicana tiene también un componente antiguo, sustentado en el cuidado de las nanas y las abuelas, las cuales llegaron a usar los efectos de la curandería para el tratamiento de simples malestares cotidianos como los efectos después del parto, fiebres infecciosas, gripes, espasmos, entre otras. Todas estas dolencias y enfermedades tratadas de una manera útil y sencilla, sin que esto obedezca a ninguna actividad científica sistematizada, sino que es el resultado de la sabiduría popular. Para esta práctica  común en nuestros campos se usaron y se usan plantas de diversas especies entre las que se destacan las más populares, como la hoja de yuca,  la hierba buena, la hoja  de naranja, la hoja de limón, la hoja de naranja agria, el limoncillo,  orozuz, hoja de café maduro, cañafístola, la salvia, el apasote, el anamú, el cardosanto, uña de gato, hoja de menta, moringa, melón de breña, orégano poleo y orégano chiquito, Juana la Blanca, el guajabo, la tuna, la sábila (aloe), la higuereta, el guatapanal, el geranio, entre otras no menos conocidas, se usaron de manera cotidiana por nuestras abuelas. Esta práctica denota el uso de un tipo de conocimiento ligado a la cultura y ha sido el producto de la experiencia del hombre y  su inevitable contacto con  la naturaleza.

Eugenio Camacho en Acento.com.do