En su clásica Antología Mayor de la Literatura Dominicana del sigloXX (Corripio 1999), el escritor Manuel Rueda señala que en Circulo, el Poeta Lupo Hernández Rueda “está situado frente al tiempo y canta como si celebrara el misterio de la creación¨. En ese sentido, Círculo nos da la impresión de un poema abierto al gorjeo espiritual de las ideas filosóficas y estéticas de una época, en la cual los lectores pueden tratar de indagar sobre el perfil de un poeta con una presencia significativa en la lírica dominicana, a partir de la segunda mitad del siglo XX. Entrar en contacto con su poesía es, sin duda, un ejercicio indagatorio que nos permite desentrañar el carácter esteticista que adornó una franja de la poesía dominicana, sobre todo de la Generación del 48, de la que fue un gran representante y su mentor principal.

De paso, quiero advertir que la lectura de “Círculo”, sin duda es estimulante y conmovedora. Sus temas nos trasladan a un tramo importante del pensamiento poético dominicano, de factura muy diferente a los demás poemas de largo aliento en nuestra lírica.

Circulo fue publicado en 1976 y con él, el autor legitimó su producción poética al ponerse en consonancia con el ambiente creativo de la gran poesía universal de mediados del siglo XX como lo hicieron Vicente Aleixandre, Luís Cernuda y Antonio Machado en España. T. S. Eliot y Ezra Pound en Estados Unidos. Paul Valéry y Athur Rimbaud en Francia.  Vicente Widobro en Chile y en República Dominicana lo habían hecho Tomás Hernández Franco, Pedro Mir, Fredy Gatón Arce, Manuel del Cabral y Rafael Américo Henríquez.

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Lupo Hernández Rueda.

Desde el inicio, la narrativa del poema cumple todo un corpus itinerante de acontecimientos que involucran la apertura hacia una ilimitada noción de la realidad interior. Es así como la idea geométrica de la imagen “circulo” nos somete a una superposición del tiempo y a una conexión espacial. Una concepción que se sustenta en la diversidad de tiempos convergentes, los cuales se bifurcan en la voz del personaje que narra el poema, proyecto este que hace más verídica la ficción poética. El yo poético en el que se sumerge el autor equipara muy bien la vieja idea del tiempo con el símbolo del círculo. En definitiva, la esencia misma del ser humano como vida, es también una cuestión circular. Circulo es así mismo la sucesión de vidas superpuestas que retornan y se bifurcan  como vasos comunicantes.

A propósito de esto, el poeta dice: Nací cuando ya era un anciano con hijos/ mis nietos, que nacieron ayer/hace tiempo que han muerto/ yo los miro crecer conmigo en esta hora.

El tiempo ha sido para los seres humanos, una especie de hilo conductor relacionado con las horas y los días y con las etapas de nuestro desarrollo físico y mental,  desde la infancia hasta que somos adultos. Es así como a través de tiempos que se suceden unos tras otros podemos reconectar nuestra vida con el pasado y construir una  idea del futuro, gracias a la memoria temporal. De ahí que la poesía, como diosa universal de la creación, nos habla en función de las expectativas espirituales del hombre, porque responde a las necesidades del ser y a las condiciones sensoriales que demanda el individuo

Círculo está estructurado de acuerdo con un corpus temático diverso, cuyos hilos conductores funcionan como especie de juegos entrelazados a las condiciones del tiempo lúdico. Visto así, encontramos en este poema una versión cíclica de la vida:  El mito del eterno retorno, la personificación de la muerte, junto al tema de la eternidad y la esperanza.  El poema también refleja la depresión de un alma atormentada ante la angustia de la muerte y el torrente melancólico que la acompaña.

En la versión del poeta se personifica pues, el mito de la muerte. En una especie de monólogo interior, el poeta se imagina una conversación consigo mismo, en la que hace un viaje exploratorio de la conciencia. De ahí, se puede colegir que, el hombre que soy es el hombre espíritu y no una materia que se desvanece en los desvelos personales. De acuerdo con la idea de este poeta, la materia perece y el espíritu del hombre se hace eterno por causa de la imagen perdurable que se anida en los recuerdos. Gracias a esa idea, Federico Nietzsche aboga por la eternidad del hombre. Por cuanto que el hombre nunca muere, mientras deja su legado en función de la memoria, que es lo mismo que decir, el tiempo transcurrido.

Gracias a la concepción filosófica del poeta, el hombre es movimiento perpetuo. Cada segundo el rostro de Dios se bifurca en el rostro del hombre. Así que el rostro del hombre es el rostro de Dios. Por tanto, lo divino es así, perenne y cambia con las horas, con la vida y las circunstancias que la rodean. Así que, en cada escenario del universo hay un tiempo distinto que es el tiempo de la memoria y de los hombres, por lo tanto el tiempo de Dios también es cíclico. ¿Quién es Dios sino el rostro mismo del hombre a través del tiempo y en su interés de ser eterno?

Cuando el poeta dice: “levanto mi casa sobre los recuerdos del pasado” evoca unos hechos que han sido la moldura del hombre. El poeta demuestra que el hombre es historia y es tiempo a la vez. Más aún, el anhelo de alcanzar la gloria sobre la que se edifica el pasado es un fin histórico y dialéctico del hombre. Con los recuerdos del pasado, mentalmente el hombre edifica también su mundo corporal y sentimental en consonancia espiritual con su época: El pasado. De manera que de acuerdo a la concepción del poeta, para ser el hombre que yo soy es necesario que haya transcurrido un tiempo, el que ha permitido construir mi propia historicidad. En definitiva, el hombre está compuesto de retazos de historia y no hay manera de edificar esa historia sin que se tenga de aliado el tiempo. La sucesión de hechos personales historiables son los que al fin, recomponen la figura del hombre como sujeto y como ser social y estético en búsqueda de la belleza. El presente tiene significado en la vida del hombre porque a través del tiempo puede retornar al pasado y viceversa. Esos signos renovadores del ser y de la conciencia son los que aportan en el individuo una idea clara para seguir el camino hacia el futuro.

En su famoso ensayo El Tiempo Circular, Borges expone la siguiente premisa: “Si los períodos planetarios son cíclicos también la historia universal lo será, al cabo de cada año platónico renacerán los mismos individuos y cumplirán los mismos destinos”.  Por lo tanto nada hay en la vida del hombre que no se repita, que no vuelva a su origen, que no vuelva a su ciclo vital. El circulo es sucesión de tiempos y espacios superpuestos que se bifurcan retornando a sí, mismos, a su origen. Por lo tanto, la idea de Círculo nos recuerda también el mito griego de Sísifo.

La vida se asemeja pues, al viejo postulado geométrico: “cada punto de la circunferencia debe ser equidistante del eje que originó el trazado”.  De viejo volverás a ser niño y de niño recorrerás un tramo largo para llegar a la vejez. En el eterno trajinar del tiempo, el poeta se sabe y se transforma en Dios, en metal, en agua, en burbuja, y se detiene así mismo en las cosas menudas que son eternas como la luz, el viento, la sombra. Así que ve el porvenir como una esperanza para vivir, como una constante que pendula en el tiempo.

Cuando el poeta dice: “el movimiento es todo, el movimiento”, de seguro apela a las leyes de la física y al estamento de la filosofía. Mientras tanto Safranski (2015) afirma que “el tiempo se mueve porque yo me muevo, se transforma porque yo me transformo” A través del tiempo el hombre abre un espacio para armar su propio desafío hacia el futuro y con ello, ilusoriamente reduce la escala temporal de la vida cíclica.

El autor trata también con mucha preocupación el tema de la muerte como una condición hondamente ontológica: ¿Es necesario que el hombre piense en la muerte? ¿Es posible que la olvide o la ignore?

De acuerdo con el poeta la muerte es necesaria porque la vida lo es. Por tanto aunque la imaginemos distante ella es quien marca las pautas de nuestra temporalidad terrenal. ¿Qué hay pues, detrás de la muerte? La nada, el vacío. Un pensamiento frío y un espacio hueco instalado en la memoria. Finalmente nos queda un camino largo por recorrer y una distancia temporal muy parecida a la eternidad. Es bueno advertir que casi en toda la poesía de Lupo Hernández Rueda recogida en El Fuego y la Palabra (2011), encontramos en la voz del poeta estas y otras preocupaciones existenciales y de corte metafísico.

Todo poeta es un cronista de su tiempo y de su época. Se convierte sin saberlo, en un cronista social, cultural y espiritual, a través de un discurso y una estrategia estética. Por eso, en ocasiones, el poeta alude también a temas universales como  el amor, la familia y la guerra. No se desconecta del componente político cuando habla de “pluralismo ideológico”. Es así que de acuerdo a este poeta el hombre ha sido ideólogo y causante material de las desigualdades sociales y los conflictos que ella arrastra. Eso es, después de la Revolución Industrial, de la que han sido objeto las sociedades modernas en desarrollo, cuyo capitalismo feroz ha inventado también la muerte como fábrica. De manera que están presentes en este poema las preocupaciones hondamente filosóficas que marcaron la época de la poesía de los años Cuarenta en la República Dominicana, específicamente la de los Independientes del Cuarenta y  la Generación del 48,  a la que perteneció decididamente Lupo Hernández Rueda.

Eugenio Camacho en Acento.com.do