Guy-Joseph Bonnet, general de división del ejército y uno de los funcionarios más capaces de la República de Haití, fue un actor sobresaliente de los procesos políticos desde 1791, todavía en plena juventud, cuando se unió al partido de los “viejos libres”, conocidos también como mulatos por el indicador del color de la piel. Recopiló multitud de documentos y llevó registros personales de las variadas situaciones que le tocó vivir, primero como ayudante de André Rigaud -líder de su sector social-, jefe de tropa en la lucha contra los franceses en 1802-1803 junto a Alexandre Pétion, firmante de la declaración de independencia de Haití, protagonista connotado en la proclamación de la República en 1806, compromisario con Rigaud en la efímera secesión en Les Cayes en 1810 y uno de los ejecutores de avanzada de la incorporación a la República de la porción septentrional de Haití, el reino de Henri Christophe, en 1820.
Su hijo Edmond Bonnet recogió apuntes, notas y documentos, y preparó la obra Souvenirs historiques de Guy-Joseph Bonnet (París, 1864). Desde las primeras páginas se constata un compendio de extraordinaria riqueza acerca de las primeras décadas de Haití independiente hasta no mucho antes de su fallecimiento en 1843.
En el capítulo X de ese libro (pp. 313-324) se relata la posición de Bonnet respecto a la invasión de Santo Domingo, que él denomina Parte Este de Haití, en enero-febrero de 1822. Dada su posición en la nomenclatura del Estado haitiano, Bonnet fue consultado por el presidente Jean Pierre Boyer acerca del paso a dar tras la ruptura efectuada por los dirigentes dominicanos criollos con España el 1 de diciembre de 1821. Para tal fin, el presidente instruyó a su ayudante de campo comandante Béchet coordinar las acciones a tomar con relación al acontecimiento. También le encargó hacer entrega de una carta a Bonnet, fechada el 23 de diciembre, en la cual solicitaba su opinión acerca de cómo debería procederse. Es de suponer que otros dignatarios fueran consultados, pero hasta ahora solo ha trascendido la respuesta de Bonnet, en carta fechada el 27 de diciembre. Este texto, reproducido íntegro por su hijo, reviste una importancia especial, primero por la capacidad del autor, su centralidad en la política desde casi tres décadas atrás y su conocimiento de la “Parte del Este”. Bonnet había participado como jefe de Estado Mayor de Pétion -principal representante de los mulatos en el naciente Estado haitiano- en la “campaña de 1805”, dirigida por el emperador Jean Jacques Dessalines, jefe de Estado de Haití, ocasión en la que tomó multitud de notas acerca de la población, la economía y las costumbres de los dominicanos.
La postura sustancial de la misiva del 27 de diciembre de 1821 fue oponerse al designio de Boyer. Como hombre capaz y de prolongada experiencia política, Bonnet fue visionario acerca del error en que incurriría la República de Haití y las consecuencias que podría conllevar, como resultó en efecto poco tiempo después y tuvo su desenlace un año tras su deceso.
Lo trascendente, en dado caso, es que la misiva de Bonnet ilustra que la decisión de Boyer de ocupar Santo Domingo para aplastar el Estado Independiente de Haití Español se adoptó incluso al margen de los estamentos superiores del Estado haitiano
Los términos de la correspondencia muestran que Boyer ya tenía tomada una decisión en la fecha de remisión de la carta, acorde con lo que consideraba conveniencias de la República de Haití y sin relación con la “solicitud” de un “partido” de “haitianos del Este” o “españoles” favorable a la integración al país vecino. Edmond Bonnet, aleccionado por la ruptura unánime de los dominicanos con Haití en 1844, validó y desarrolló los pareceres de su padre.
Guy-Joseph Bonnet razonaba desde el ángulo de las ventajas y los inconvenientes que tendría la unión de la porción oriental de la isla a la República. Asumía ventajas en términos de seguridad nacional y de posibles ingredientes para una prosperidad futura de Haití por la vastedad del territorio y los recursos de la porción española de la isla. A renglón seguido, empero, presentaba una oposición decidida a que se efectúe esa unión “por la fuerza de las armas”, ya que, “aunque fácil (…), pienso que su resultado sería dañino y acaso incluso funesto para los intereses verdaderos y la seguridad futura de la República de Haití”. (Traducción propia, al igual que de las siguientes citas).
En todo caso, continuaba razonando el prestigioso general haitiano, “la posesión de este país, sin la voluntad unánime de sus habitantes, lejos de acrecentar nuestro poderío, lo debilitaría necesariamente a causa de los sacrificios de todo género que nos sería preciso hacer para permanecer en él”. (Cursivas en el original). Situaba la causa de este profético pronóstico en el atraso de Santo Domingo que, al igual que las otras colonias españolas, costaba más a la metrópoli que lo que obtenía de ella. De la misma manera que había sido costoso su sostenimiento para España, lo sería para Haití debido a sus exiguas exportaciones y escasas entradas tributarias.
Añadía Bonnet un ingrediente esencial para ponderar la naturaleza de la entrada de Boyer: la necesidad de “destinar un ejército suficientemente fuerte para hacer triunfar al partido que se iría a apoyar, conllevaría un gasto adicional.” (p. 318). En otros términos, este “partido” (que como procederé a demostrar en otro artículo fue hechura de comisionados de Boyer) no estaría en condiciones de imponerse sin la presencia de tropas haitianas. En la carta a Boyer está asumido implícitamente que no solo no existía una “voluntad unánime”, sino que sin la interferencia de tropas haitianas el Estado Independiente de Haití Español, un ordenamiento soberano fundado en el mismo mes de la misiva, se habría consolidado.
Lo que Bonnet no estuvo en condición de entrever es que la tenaz oposición a la libertad nacional de los dominicanos resultaría todavía más funesta para Haití, dado el costo económico y humano de las campañas de agresión desde 1844 y los efectos perjudiciales en la evolución política.
Pero, de momento, en 1821, el estadista haitiano advertía con preocupación que dudaba que las tropas ocupantes no acudiesen a cometer desordenes impropios en un “país amigo”. Seguramente basado en su trayectoria de general desde 1803, temía que los soldados, “arrastrados por el hábito, que es una segunda naturaleza”, fueran en plan de merodear (marauder), es decir, robar víveres y ganados a los lugareños, por lo que infería: “No hay duda de que tendríamos pronto de enemigos a aquellos que habríamos ido a defender”.
Bonnet mostraba comprensión por el temor a la presencia europea en la isla que acompañó la fundación del Estado haitiano. Pero ofrecía de nuevo muestra de lucidez cuando enunciaba que el régimen de los criollos del Este “ofrecerá menores peligros que la vecindad del rey de España” (p. 319). Todavía más: visto el conflicto de los habitantes del Este con España, consideraba que estos tendrían que contar con la asistencia haitiana, necesaria para ellos, dada la tenacidad de España por conservar sus antiguas posesiones en América. Registraba que Colombia, enfrascada en su propia defensa, no podría hacer mucho por la autonomía del país vecino.
Sus razonamientos derivaban en la conveniencia de suscribir un “tratado secreto” de defensa mutua. Es interesante la fórmula, debido a que, desde su creación en 1804, Haití se comprometió a no entrometerse en el desenvolvimiento de las colonias europeas en el Caribe. Indicaba Bonnet que, en caso de que los del Este solicitaran asistencia a Haití, mediante negociaciones se les llevaría a adoptar las posiciones convenientes. Es decir, en ningún momento perdía de vista el imperativo de la defensa de su país frente a la amenaza de una agresión europea, pero aconseja prudencia. Si la voluntad en el Este era unirse a la República de Haití, el hecho se terminaría produciendo por necesidad, por lo cual no era necesario precipitar la medida. Resumía la propuesta en cultivar la amistad con “nuestros vecinos”, con lo que les reconocía un estatus nacional diferente, por lo que en ningún caso procedía “inmiscuirse en sus asuntos, a menos que seamos llamados… por su consentimiento unánime”. Compartiendo el criterio prevaleciente en los altos círculos de que procedía conceder prioridad a un tratado con Francia que reconociese la independencia de Haití, derivaba que por el momento habría que asegurar la amistad con los dominicanos. Concluía con la ratificación de la necesidad de que Haití ingresase en una fase de paz de larga duración para “cicatrizar las heridas de nuestro cuerpo social, consolidar nuestras instituciones, restaurar la agricultura, restablecer la disciplina en nuestro ejército y favorecer… el incremento de nuestra población agotada” (p. 321).
Aunque probablemente en adelante Bonnet no manifestara disidencia taxativa frente a la conquista de Santo Domingo, su hijo Edmond, seguramente basado en las notas compiladas, llegó a la conclusión de que “la clase más elevada de la población siguió opuesta a nosotros. Una fuerte emigración se produjo…”. (p. 323). Poco más abajo formuló una evaluación todavía más concluyente: “La brutalidad de nuestro sistema militar pronto generó descontento entre los españoles. De todos los oficiales en comando en el Este, únicamente Jacques Simon supo ganarse el afecto de sus habitantes al respetar sus costumbres. En todas partes no hemos hecho más que destruir y ninguna institución útil se ha salvado. La universidad de Santo Domingo ofrecía a la juventud una instrucción conveniente y nosotros la hemos disuelto…”. Por si fuera poco, registraba que, dada la “resistencia sorda” ante las faltas, Boyer se inquietó: “Después de 1830, en una conversación íntima, el presidente enumeró al general (Bonnet) las dificultades que él experimentaba en el Este. Estaba permanentemente cuestionado en las medidas que deseaba tomar; en los tribunales se rechazaba exponer en francés. Esta oposición sistemática ofrecía una analogía chocante con lo que sucedió entre Bélgica y Holanda y llevaba al mismo presidente a prever una solución análoga en el Este”. (p. 324).
Su trascendental carta de 1821 concluía asegurando que, en caso de que el presidente y otros hombres esclarecidos adoptase otro criterio que el suyo, “yo suscribiré con gusto esa decisión”, por lo cual estuvo listo para “secundar las medidas que usted ordene”. Se adelantaba a una orientación que sabía tomada, por lo que le anunciaba al presidente que dispondría una revista de uniformes, armamentos y equipos en la zona bajo su jurisdicción. Por tanto, no resulta tan paradójico que el dictador haitiano, en respuesta a las consideraciones arriba glosadas, encomendara a Bonnet reunir las divisiones de todo el norte de Haití y comandar el cuerpo de ejército que debía dirigirse a Santiago de los Caballeros. Conforme al relato recogido por Edmond, Bonnet, al frente de la primera división, tomó previsiones para impedir que se produjera un pillaje. En dato no consignado en otro lugar, agregó que los habitantes principales de Santiago, bien impresionados, solicitaron al presidente que designase a Bonnet como comandante de la ciudad.
Más de medio siglo después, Pedro Francisco Bonó achacó a Boyer el error de no haber propiciado una confederación entre los dos países. Bonnet no llegó a una fórmula de ese estilo, más allá del “tratado secreto”, pero se adelantó a propugnar por el respeto a la determinación de los dominicanos como fórmula para la convivencia.
Lo trascendente, en dado caso, es que la misiva de Bonnet ilustra que la decisión de Boyer de ocupar Santo Domingo para aplastar el Estado Independiente de Haití Español se adoptó incluso al margen de los estamentos superiores del Estado haitiano, y sobre todo de una consulta a los dominicanos como pueblo. Obedeció a la voluntad de quien había heredado los poderes autocráticos que, como se ha abundado, hacían del Estado haitiano una virtual monarquía con rostro republicano. Las justificaciones a la invasión basadas en los pretendidos llamados de los dominicanos, ni siquiera tomados en consideración por Bonnet, se analizarán en otro artículo.