Hace tiempo leyó El señor de los Anillos y allí, escondido en la belleza poética de sus historias, se encontró con un capítulo que la hechizó. “En el capítulo Adiós a Lórien encontré un episodio, la despedida de Gimli de Galadriel, que me subyugó. Era natural que, por pura fascinación, hiciera una novela sobre la realidad subyacente en esa escena, construyendo una historia verosímil que justificara su recreación literaria”.

Con una palabra que enamora y que tiene luz, Alicia García-Herrera ha escrito La dama blanca (Plaza & Janés, 2023), un libro sobre John Ronald Reuel Tolkien y su personaje Galadriel, la elfa iluminada que a veces huele a mar y que refleja en su pelo “la luz de dos árboles de Valinor”; la elfa que un día puede ser luz y al otro, oscuridad. Para hacerlo se inventó a Gala Eliard, una musa contradictoria y vital que la ayudó a entrar en el mundo imaginario de Tolkien y la puso a cargar con el peso de la historia.

“Si Gala Eliard me fascina -expresa García-Herrera- es por su cercanía al arquetipo de la doncella trágica, que tanto amaban los victorianos. Para ellos no había mejor muestra de amor que la muerte. Lo tenemos en La dama de Shalot, protagonista del poema de Tennyson y de la obra de Waterhouse, o en la Ofelia de Millais, cuya modelo, Lizzie Siddal, sigue un destino parecido. También tenemos este arquetipo femenino en Tolkien, con una de las historias más fascinantes del legendarium: la leyenda de Turin Turambar. Su esposa, Niënor Níniel, la doncella de las lágrimas, sigue el patrón de la doncella de destino infausto”.

Alicia García-Herrera escribe como cantan los jilgueros y su dama blanca fue escrita desde la luz. En su novela está Tolkien en la noche de su vida, tocando los violines de su propia soledad, y están los pedazos de Tolkien que no pudieron ser.

Alicia García-Herrera.

La conexión de su dama blanca con la de Tolkien es un territorio encantado sembrado de belleza e imaginación. “Mi dama blanca es la historia de la mujer que pudo haberse situado en el origen de un personaje literario, Galadriel. Si elegí a Galadriel es por su conexión con la luz, lo que no excluye la propia sombra”.

Y añade: “La figura de Galadriel refleja mejor que ningún otro personaje el concepto de la feminidad en Tolkien, una combinación de belleza, virtud y poder, además de un elenco de características que reconducen en esencia a la unión de los opuestos. (…) Galadriel es femenina pero también hay en ella algo de masculino; parece joven, pero ha vivido muchas edades; es fuerte pero también delicada y frágil; es bondadosa pero también reconoce su debilidad, su capacidad para sucumbir al mal; es una mujer que domina la magia blanca pero también podría ser bruja y hechicera”.

Alicia es abogada de profesión y escritora por amor: por amor a la vida y por amor a la literatura. Nació en Valencia, España, y antes de llegar al mundo de la ficción literaria, escribió obras jurídicas y académicas.

Para ella, la literatura, bien entendida, puede ser un arma contra el desaliento y el olvido y un camino para sobrellevar las tardes tristes de la vida, pero ante todo es un acto de amor.

Alicia García-Herrera tiene la virtud de la palabra encendida y la magia de la luz en la escritura. Y si uno mira bien descubre en los intersticios de sus verbos más estremecidos a un ser tocado por el tiempo y por la espera. Y eso consta en sus libros. Ella se parece a Galadriel y sus motivos se parecen a esas tardes que a veces ponen a llorar a las palabras. Ella, de alguna manera, es también la dama blanca y ella también es portadora de la luz de sus personajes.

¿Qué circunstancias la llevaron a La dama blanca y cómo la idea de escribirla se hizo realidad?

J. R. R. Tolkien.

Tolkien es un autor que descubrí en la adolescencia. En aquella época me cautivó el talante épico de sus novelas, los elementos mágicos, en especial Galadriel y su espejo, y su visión idealizada de la Edad Media o del mundo natural.

Además, en el capítulo Adiós a Lórien, de ESDLA, encontré un episodio, la despedida de Gimli de Galadriel, que me subyugó. Era natural que, por pura fascinación, hiciera una novela sobre la realidad subyacente en esa escena, construyendo una historia verosímil que justificara su recreación literaria.

Usted habla del “prolijo proceso de investigación” para preparar el libro. ¿Tuvo que “mudarse” en Tolkien y en las atmósferas y mundos que él creó mientras investigaba, mientras imaginaba, mientras inventaba y reinventaba y mientras escribía?

Es cierto que tuve que investigar durante mucho tiempo para llegar a comprender cómo podía ser el mundo en 1916. Esa ha sido sin duda la mejor época de mi vida, llena de viajes, libros y experiencias apasionantes. A partir de ahí, todo fue relativamente fácil. Lo fue porque cuando subcreamos, se activan unos resortes que permiten realmente transmutarse en personaje.

Hay algo mágico en todo esto, lo que no deja de ser maravilloso. Cuando pregunto a la Inteligencia Artificial quién escribió La dama blanca, y esta contesta que Tolkien, siento que ha sido verdaderamente así.

Tolkien no solo es un autor prolífico, también es un autor complejo. De hecho, su hijo y albacea literario, Christopher, dijo que era de una “complejidad extraordinaria”. ¿Al enfrentarse a una figura y una obra tan complejas, dónde estuvieron sus principales retos y escollos, y dónde sus altas y sus bajas, y qué tuvo que hacer para desmadejar sus complejidades?

El principal reto ha sido aceptar la limitación. Eso requiere grandes dosis de humildad, interiorizando la idea de que el autor no es más que un mero instrumento al servicio de algo más grande, la creación literaria.

Por eso, a pesar de mi bagaje, La dama blanca no tiene como centralidad la obra de Tolkien, sino su naturaleza humana, y narra literariamente cómo pudo haber sido alrededor de 1916 la persona que genera una obra trascendente, qué parte de su realidad fue importante para desencadenar sus impulsos creativos, su viraje de la poesía a la novela épica. Un escollo importante fue humanizar a un genio que empieza a sacralizarse sin perder el respeto hacia su obra y su figura.

¿Cuál es la seducción que ejercen en usted Tolkien y sus historias, Tolkien y sus personajes, Tolkien y sus geografías imaginarias, Tolkien y sus idiomas inventados?

Hay una sutil línea entre la realidad y la ficción. Tolkien construye mundos, pero en realidad esos mundos no dejan de ser el nuestro, puesto que para crear él parte de la propia realidad. Es la idea central en mi dama, cómo la vida se filtra, lo queramos o no, entre las costuras de lo creativo.

Por otra parte, las historias de Tolkien son, desde mi punto de vista, verdaderos cuentos de hadas, es decir, la manifestación artística más elevada, lo que nos permite acercarnos a la Verdad con mayúsculas. Cuando leo a Tolkien soy capaz de despegarme de la realidad y encontrar en su lectura todo aquello que me puede proporcionar un buen cuento: esperanza, renovación y, sobre todo, el consuelo de la eucatástrofe o del final feliz.

Yo aún espero el final feliz para el cuento de hadas que es mi vida, aunque en este momento aún esté contemplando desde la torre la batalla en los campos de Pelennor.

Usted contó en la nota final del libro lo que no pasó de la historia de Tolkien y Gala. ¿Puede contar lo que sí pasó en la realidad real? ¿Es decir, qué es mentira y qué es verdad en La dama blanca, qué es ficción y qué es realidad?

Tolkien se incorporó tardíamente a filas, en 1916, tras haberse casado con Edith Tolkien. Su experiencia en el frente como oficial de señales fue muy breve y se desarrolló en Europa, en la Picardía francesa. Tras el ataque a Regina Trench, en octubre de 1916, es evacuado de primera línea al Hospital número 1 de la Red Cross por fiebre quintana o fiebre de las trincheras y después evacuado a Inglaterra. Ya no volvió nunca más al frente, pues sufrió continuos baches de salud hasta el final de la guerra.

Durante su convalecencia, en 1917, empieza a redactar La caída de Gondolin, esto es, lo que será la primera piedra del conjunto de leyendas que conforman su obra, pasando de la poesía a la épica. Lo que yo hago es dar una explicación literaria a este fenómeno, tal y como se ve en el capítulo de la novela llamado Cartas a Gala Eliard

Ya ha dicho que Gala es una invención total. ¿De qué pedazos de personas, de personajes, de realidades, de circunstancias, de dolores, de anhelos y de situaciones está hecha Gala Eliard?

Puede haber algunas similitudes con la duquesa de Westminster, la mujer que regentaba el hospital en el que fue atendido Tolkien, pero la duquesa tenía un temperamento frívolo que no tiene Gala Eliard. Esta es un arquetipo propio que entronca sobre todo con las grandes heroínas decimonónicas de las novelas que abordan el tema de la mujer infiel. Si yo recurro a estas figuras es para hablar del poder del amor en su doble vertiente, destructiva y constructiva.

El amor verdadero tiene un poder sanador, es capaz de traer la luz a nuestras vidas y puede sacarnos de la oscuridad en las que nos han sumergido las peores experiencias afectivas, en las que se incluye el abuso o la explotación de la belleza.

¿Siente que La dama blanca inaugura alguna etapa en su escritura? Fíjese que dije en su escritura, no en su carrera.

Es una evolución, desde luego. Hasta ahora solo había publicado ensayos académicos o divulgativos. La novela permite recorrer un camino más competitivo y complejo y a crecer como autora llegando a más gente, lo que no deja de ser una enorme responsabilidad.

En este proceso he tenido la suerte de contar con un editor experimentado, que lee mucho, sabe mucho y escribe mucho, y con el respaldo de un sello como Plaza & Janés; es muy estimulante. Esa humildad imprescindible para sacar adelante un proyecto no solo concurre en la etapa de ponerse a disposición de lo creativo, con los sacrificios que eso conlleva. Concurre también en la fase de edición, donde se nota la labor de un equipo de personas con mucha vocación y profesionalidad.

¿Y siente que con ese libro está traspasando alguna frontera en su vida y su labor creativa?

Completamente. Diría que La dama blanca ha puesto mi vida del revés. He tenido que hacer muchos cambios para que mi compromiso con lo creativo se materialice. El proceso de crear al mismo tiempo que se desordena tu mundo cotidiano ha sido un reto, como también ha sido defender la novela en un momento en que mi salud y mi economía estaban dañadas. Pero el camino ha llegado muy lejos, y si es posible he de seguirlo con pie firme.

Las sensaciones que La dama blanca provoca en muchos de sus lectores me ayudan a persistir en el empeño de ponerme a disposición de lo creativo, mientras confío en que se ordene un poco el caos.

Los libros tienen piernas muy largas y nada o poco tienen que ver con las fronteras. ¿Qué tan largas han sido las piernas de La dama blanca y qué tan lejos ha llegado en su andar?

Cada día me sorprendo. Por el momento, estoy hablando con usted, que ha leído La dama blanca desde un rincón del Caribe, pero también me consta que el libro se lee en algunos puntos de América Latina o de Estados Unidos, por ejemplo, Oregón. Me temo que la novela está siendo mejor entendida en América que en el viejo continente. Se requiere una cierta sensibilidad humana para entrar en el mundo de La dama blanca, quizás en Europa la estemos perdiendo.

¿Su historia es un tributo a las palabras y al arte de contar historias en los códigos de la imaginación?

Podría decirse que sí. La dama blanca es un cuento de hadas al más puro estilo Tolkien, que en el fondo era un autor más conectado con el romanticismo literario que con las corrientes imperantes en su época. "me siento muy feliz cuando algún lector avispado conecta mi obra con el romanticismo literario". Como Tolkien, mis valores culturales se relacionan más con el pasado que con el presente. Pero también creo que esta obra puede conectar con las corrientes de nuestro tiempo y que podría ser llevada al cine. Si tuviera que escoger un director sería desde luego Isabel Coixet, aunque el reto estribaría en buscar a la actriz protagonista. La inteligencia artificial ya ha construido una imagen de Galadriel partiendo de las descripciones de Tolkien que es casi igual a cómo concibo a la dama blanca en mi imaginación, lo que no deja de ser sorprendente.

La literatura: Mi verdadero amor

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Ya nos contó de Gala, de Tolkien y de Anna. ¿Cuál es la historia de la autora Alicia García-Herrera? ¿De dónde viene usted y hacia dónde va?

Me temo que no somos casi nunca buenos cronistas de nuestras propias vidas. En la parte externa podría decirse que mi historia guarda algunas similitudes con la de Tolkien. Es decir, yo era una buena estudiante que creció en un entorno desfavorecido, y como él, me formé gracias a una beca. Pero para tener mejores opciones laborales tuve que sacrificar durante largo tiempo la literatura y escoger el Derecho civil.

He ejercido muy poco mi profesión, porque la literatura ha sido siempre mi verdadero amor. Al final, como ve, el idilio está siendo posible, pese a la dificultad. Ahora el reto es que esta hermosa historia de amor que me ha traído La dama blanca persista, sería muy triste tener que volver de nuevo a las sombras tras conocer la luz. Esa sería la dirección hacia la que voy, poder seguir haciendo novelas que transmitan belleza.

¿La investigadora Anna Stahl puede ser tomada como un alter ego de la investigadora Alicia García-Herrera? ¿Usted se sintió Anna mientras la inventaba?

Podría ser una versión ideal de mí misma, desde luego, y ojalá llegue a poder surfear las corrientes de la vida con tanta pericia como lo hace Anna Stahl. Me temo, sin embargo, que mis experiencias me acercan mucho a Gala Eliard, incluso al joven Tolkien. Quiero decir con ello que conozco el dolor que pueden generar el abuso o las pérdidas, como también conozco el amor en su vertiente destructora y sanadora.

Esa es la magia de subcrear, que es posible tomar la realidad cotidiana, incluidas las experiencias negativas, para darles forma artística. Lo que sí es cierto es que en esta novela he intentado dar lo mejor de mí misma, haciendo que finalmente la luz prevalezca sobre las sombras.

Su hijo Christopher se refiere a su padre como “autor”, “inventor” y “cronista de antiguas tradiciones”. ¿Con cuál Tolkien se queda usted?

Naturalmente me quedo con el Tolkien heroico, que es el de su juventud. Este Tolkien puede ser un gran ejemplo para cualquier joven que deba enfrentarse a circunstancias tan tristes como el desarraigo, la pobreza, la pérdida temprana del padre o de la madre, de los amigos, o incluso una o dos guerras mundiales que interrumpan un proyecto de vida por el que se ha luchado con denuedo.

Creo que Tolkien era un hombre con mucho coraje, algo que no solo estaba relacionado con su fe. Es que tenía un propósito de vida que mantuvo no solo durante toda su existencia, sino después.

Tolkien fue ensayista, académico, hasta soldado de una guerra. ¿A su juicio, cuál es el Tolkien que tiene más condiciones para entenderse con la posteridad literaria?

No tengo ninguna duda que el literario, por la potencia de sus personajes, a pesar de que su biografía o sus cartas interesen también. Sin embargo, a mí me gustaría que su verdadera trascendencia llegara a través de su «poética» literaria, la subcreación, contenida en el ensayo On fairy-stories, dentro de Tree and Leaf.

Creo que soy la primera autora que construye una novela subcreando a imagen y semejanza de Tolkien. Es el mejor homenaje que puedo hacerle. No solo debemos alimentarnos de lo muerto. Hay que construir nuevas historias partiendo de las bases que él no dio.

Por causa de la película de Peter Jackson, nos quedamos con el Tolkien de El señor de los Anillos. ¿Tolkien es más que El señor de los Anillos?

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Las películas de Jackson son obras de arte en sí mismas, no pueden ser subestimadas. Pero adaptar a Tolkien es un reto enorme para cualquier director de cine y, a mi juicio, una empresa casi imposible si lo que se pretende es trasmitir su mensaje. Supongo que él también lo veía del mismo modo. Piense que llegó a decir que no a Stanley Kubrick y a los Beatles. No se puede captar el espíritu de la Tierra Media en dos dimensiones. Hace falta el poder evocador de la palabra y un instrumento esencial: la fantasía.

Las historias de Tolkien tienen un mensaje de esperanza

Tolkien vivió varias guerras, participó en una, miró a los ojos a un mundo roto y presenció el Holocausto. ¿Las luchas de poder y los enfrentamientos entre el bien y el mal en las narraciones de Tolkien pueden ser tomadas como una alegoría o metáfora del tiempo en que le tocó vivir?

Más que una metáfora o alegoría se trata de un reflejo que lleva implícito mensaje de esperanza. El mal está destinado a destruirse a sí mismo, y es el bien el que lo hace posible. Recordemos la misericordia de Frodo con Gollum y cómo es la codicia de este la que posibilita la destrucción del Anillo.

¿Haciendo un ejercicio de imaginación, se puede encontrar alguna similitud entre las luchas de poder imaginarias de Tolkien y sus protagonistas con las realidades de hoy?

Tolkien hablaba en sus novelas más conocidas de conflictos de grandes magnitudes, pero podemos extrapolar estas guerras a toda lucha en la que el bien se enfrente con el mal, incluso a las internas. Me refiero a aquellas situaciones en las que el exceso de ambición o la codicia generen un hondo sufrimiento. Lo vemos en la relación de Gollum con el Anillo Único. A veces, el apego a lo material o al poder puede generarnos conflictos que nos consumen.

Dice Mircea Cartarescu que un escritor escribe a lo largo de su vida una sola obra, y que lo hace libro a libro. ¿Por las temáticas que aborda, por la continuidad de los tiempos imaginados y por la naturaleza fantástica de sus historias, este puede ser el caso de Tolkien?

Tolkien construyó su legendarium incorporando una hoja tras otra A su árbol creativo, como expresa bien en su cuento sobre Niggle.  Parte de un primer poema, el Christ, de Cynewulf, un poeta anglosajón del siglo IX. Él crea, estando en la universidad, varios poemas sobre Eärendil, el marinero de las estrellas.

Luego se pregunta qué lenguas hablan los pueblos que visitó Eärendil, cuál era su historia, cuáles son héroes. Es decir, a partir de un primer poema fue añadiendo hojas a su árbol, con el objeto de construir una mitología para Inglaterra que no identifica realmente con la materia de Bretaña, sino con la cultura precéltica.

En la célebre carta a Milton Waldman, escrita probablemente hacia fines de 1951, Tolkien habla explícitamente de esto. En ella el profesor descarta «el mundo arturiano», pues considera que lo feérico es allí «demasiado fastuoso y fantástico, incoherente y repetitivo»; y más importante aún, contiene explícitamente la religión cristiana.

Pero a pesar de estas objeciones, la leyenda artúrica, es decir, la llamada «materia de Bretaña», formó parte del universo de John Ronald Reuel Tolkien e influyó sobre él mucho más de lo que quiso admitir, aunque esta influencia no fuera del todo consciente y deliberada, tal y como señala Verlin Flieger, estudiosa de la relación entre Tolkien y el mito artúrico. Según la autora, la materia de Bretaña atrae a Tolkien porque recoge elementos arcaicos; también porque Merlín y Arturo fueron usados por los Plantagenet para crear una mitología de la realeza británica con el objeto de enfrentar a Carlos el Grande.

Este intento, suprimido con la invasión de 1066, cercenó el mundo imaginativo de los ingleses. Eso fue lo que Tolkien se propuso reconstruir, de la misma forma en que Lönnrot había hecho para Finlandia, Sturluson para Islandia y los hermanos Grimm para Alemania.

Estas intenciones explican hasta cierto punto la interrelación entre las historias, que forman parte de un todo. Todo lo que escribimos no deja de ser una proyección o evolución de una idea única, hojas de un mismo árbol, por seguir la metáfora de Tolkien.

Pero la mayor parte de los autores siempre son recordados por una sola obra. En el caso de Tolkien, obviamente se trata de El Señor de los Anillos. El Silmarillion y otras obras menores pueden considerarse la cantera de la que bebe Tolkien para crear la obra por la que trasciende.

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¿Cómo era Tolkien ideológicamente?

Tolkien era un hombre muy conservador, de profundas convicciones católicas, lo que no deja de sorprender porque en Inglaterra, los «papistas» eran una minoría. La madre del escritor, Mabel Tolkien, se convirtió al catolicismo cuando él era niño, lo que fue una decisión muy impopular en la familia, que le negó su apoyo económico. Eso influyó en el deterioro de su salud y en su muerte temprana. Mantenerse en la fe católica, tal y como deseaba su madre, era una forma de sentirse vinculado a ella.

El catolicismo, y el contexto en el que crece, eminentemente masculino, hace que su relación con lo femenino sea limitada. Eso no quiere decir que no hubiese mujeres en la vida de Tolkien, lo que se refleja en su literatura, con un papel más limitado para sus heroínas, imbuido además por la concepción católica de la mujer, con el matrimonio como eucatástrofe.

Pero no podemos concluir tras examinar su obra que esto le convierta en un escritor misógino. Al contrario, sus heroínas resultan necesarias para el desarrollo de sus tramas. Algunas no solo tienen un papel coadyuvante, sino que son figuras de poder con un rol propio, como es el caso de Galadriel.

Tolkien el poeta

¿Qué puede usted decir de la poesía de Tolkien y qué sabe de cómo se produjo el tránsito de su creación poética a la novela épica?

Antes que autor de novela fantástica, Tolkien fue poeta. Su vocación empezó a fraguarse durante los tiempos en que fue estudiante de la King Edward’s y miembro activo del Tea Club and Barrovian Society. Sus primeras obras fueron poemas, desde luego, y en la T.C.B.S., él y G.B. Smith eran considerados los poetas del grupo.

Esa vocación se activó durante la Primera Guerra Mundial, probablemente a causa de ella. En el Concilio de Londres, la última reunión del núcleo espiritual de la TCBS, en los albores de la Navidad de 1914, Tolkien expresó ante sus amigos su voluntad de ser poeta. Fue un deseo que su «Gran Gemelo», Christopher Wiseman, acogió al principio con un talante escéptico, pero que tomó muy en serio tras ver los esfuerzos creativos de Tolkien. Ese fervor poético se reduciría algo tras La caída de Gondolin, escrita en 1917 durante su convalecencia en suelo inglés.

A partir de ese momento el profesor viró hacia la narrativa, un género que jamás abandonó, lo que no significa que dejara completamente de lado la poesía.

La obra poética de John Ronald Tolkien, sin embargo, no es nada desdeñable. A lo largo de su dilatada vida, el profesor logró componer unos ciento tres poemas. A la poesía temprana del profesor, escrita en el período comprendido entre el estallido de la Primera Guerra Mundial y el momento en que compone La caída de Gondolin, cabe sumar también largas obras en versoaliterado al estilo de los viejos poemas épicos, como La balada de Leithian, que canta la historia de amor entre Beren y la doncella élfica Lúthien, La caída de Arturo y La leyenda de Sigurd y Gudrún, publicadas póstumamente por su hijo Christopher, además de Mitopoeia, el poema con que Filomito responde a Misomito, dirigido a su amigo C.S. Lewis.

Tolkien, por otro lado, no desdeñó el método de intercalar poesía y prosa. Sus obras más conocidas, como El Hobbit y El señor de los anillos, incluyen varias canciones en su texto dedicadas a los elfos, a los enanos y a los trasgos, y una selección de poemas. Tolkien ya se percató de que todos estos poemas incluidos en el texto pasaban relativamente desapercibidos para los lectores de su obra.

No obstante, el método de intercalar prosa y poesía permite, por un lado, que la prosa se contagie de los recursos poéticos y, por otro, que la poesía tenga un valor añadido gracias a un vasto trasfondo narrativo en prosa, lo que confiere riqueza y profundidad a la obra.

Si usted le inventó una musa a Tolkien y a Galadriel es porque esta, de la mano de su Gala Eliard, le susurró algo al oído. ¿Puede hablarme de su fascinación por ella y subcrearla con la magia de sus palabras?

Siempre me ha fascinado indagar sobre el misterio de la creación artística.  En ese misterio se incluye la relación entre los artistas y sus musas, es decir, mujeres inspiradoras cuyo principal atributo es su belleza o al menos la belleza desde los ojos del artista. Muchas veces surgieron entre ellos intensas relaciones de amor. Ahora los avances en materia de género llevan a mirar con malos ojos estas relaciones. Muchas mujeres que tienen talento creativo ahora también pueden crear.

Tolkien desde luego también tuvo su musa oficial, Edith Bratt, que fue su esposa. La pregunta es si también pudo tener también una musa extraoficial. La respuesta literaria es Gala Eliard.

Si Gala Eliard me fascina es por su cercanía al arquetipo de la doncella trágica, que tanto amaban los victorianos. Para ellos no había mejor muestra de amor que la muerte. Lo tenemos en La dama de Shalot, protagonista del poema de Tennyson y de la obra de Waterhouse, o en la Ofelia de Millais, cuya modelo, Lizzie Siddal, sigue un destino parecido. También tenemos este arquetipo femenino en Tolkien, con una de las historias más fascinantes del legendarium: la leyenda de Turin Turambar. Su esposa, Niënor Níniel, la doncella de las lágrimas, sigue el patrón de la doncella de destino infausto.

Si Gala Eliard fascina es por los mismos motivos que fascina Elaine de Astolat, Ofelia o su modelo, Lizzie Siddal, incluso la propia Niënor: porque su inocencia, su belleza, son la causa de su particular descenso a los infiernos de la mano de un personaje oscuro, similar al diablo, y de su ascenso al cielo de la mano de otro hombre que al situarse del lado de la luz es capaz de redimirla con la fuerza del amor y de la compasión de la mejor manera que sabe: creando. Salvarle a él para que escriba supone tanto como salvarse a sí misma.

Galadriel, una elfa vestida de luz

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Galadriel, un ser iluminado que a veces huele a mar y que refleja en su pelo “la luz de dos árboles de Valinor”, es de Tolkien, pero ahora también es suya por los derechos de la imaginación y por la conexión que ella tiene con su musa imaginada. ¿Puede, desde su perspectiva de contadora de historias, hablarme de ella y de su luz, y hablarme de toda la magia que ella lleva encima como personaje estelar del mundo tolkieniano?

En efecto. Mi dama blanca es la historia de la mujer que pudo haberse situado en el origen de un personaje literario, Galadriel.  Podría haberme ocupado de otros personajes, pero si elegí a Galadriel es por su conexión con la luz, lo que no excluye la propia sombra. Por otro lado, la figura de Galadriel refleja mejor que ningún otro personaje el concepto de la feminidad en Tolkien, una combinación de belleza, virtud y poder, además de un elenco de características que reconducen en esencia a la unión de los opuestos.

Galadriel es femenina pero también hay en ella algo de masculino; parece joven, pero ha vivido muchas edades; es fuerte pero también delicada y frágil; es bondadosa pero también reconoce su debilidad, su capacidad para sucumbir al mal; es una mujer que domina la magia blanca pero también podría ser bruja y hechicera. Por eso, por su conexión con la magia, autores como Fernswick relacionan a Galadriel con Circe y, en ciertos aspectos físicos, con Calipso. No es la única fuente de influencia de acuerdo con los estudiosos de Tolkien.

Galadriel ha sido asimilada a Morgan le Fey, de Sir Gawain and the Green Knight y a ciertas valquirias como Brynhildr o Brunilda u otras que aparecen en el Völundarkviða, en el Hrafnsmál o en el Helgi Lays. Se ha visto también relación entre la figura de Galadriel y Titania la reina de las hadas en El sueño de una noche de verano, como propone Lakowski. Incluso se ha asociado con la figura de la Virgen María, como se expresa en la carta que el profesor Tolkien recibió poco antes de la publicación de El Señor de los Anillos, el 2 de diciembre de 1953, del P. Robert Murray, jesuita, nieto de Sir James Murray (fundador del Oxford English Dictionary), y amigo íntimo de su familia, a la que ya nos referimos en un apartado anterior.

Es cierto que hay algunos elementos católicos que pueden haber influido sobre Galadriel, en particular la letanía lauretanas o de la Virgen de Loreto, pero hay una oscuridad en Galadriel que no está presente en la Virgen María. Por eso fascina el personaje, por su lado oscuro, también presente en Gala Eliard.  Sin llegar al extremo de decir que su rebelión contra los Valar es similar a la que protagoniza Lucifer al rebelarse contra Dios, sí vemos en ella una falta de humildad y un deseo de poder, al menos en su juventud, que no es propio de Nuestra Señora. En todo caso, podría considerarse que puede ser una fuente de mayor importancia que las valquirias o Morgan le Fay en cuanto a la conformación del personaje, en la medida en que sostiene el ideal de belleza de Tolkien, tanto en la parte física como en la espiritual.

¿Puede hacer un perfil de Eärendel, el marinero de las estrellas, que es otra de las entidades que resume con mucha fuerza la poética del mundo de Tolkien?

Eärendil, o Eärendel en su versión primitiva, es una palabra anglosajona que aparece en la primera línea de Christ de Cynewulf. A partir de aquí Tokien fue creando en 1914 un poema  con el nombre «El viaje de Eärendel, la estrella vespertina», en el que narra el viaje por el cielo de un marino cuya barca se convierte en una estrella. Luego, en 1914 y 1915, escribiría respectivamente otros dos poemas, «La llamada del menestral», sobre el Vingilot, la barca de Eärendil, y «Las costas de Fäiry», donde ya aparecen algunos elementos de su obra, como la ciudad de Valinor, vinculada a Galadriel.

Eärendil en la concepción de Tolkien es el portador de una luz primitiva que precede al hombre. No obstante, no es una divinidad, sino que al igual que Cristo, no carece de humanidad.

La historia de Eärendil se desarrolla durante 1917 en el cuento La caída de Gondolin, donde se narran sus orígenes. Eärendil es hijo de Tuor y de Idril, una elfa noldor que comparte muchas características con Galadriel. Desde niño conoce el exilio, puesto que su ciudad es destruida.

Este cuento es muy importante, y sobre su gestación y su desarrollo Gala Eliard y Tolkien intercambian cartas en mi novela, al mismo tiempo que rememoran los días que han vivido juntos y expresan la esperanza del reencuentro.

Galadriel tiene un frasquito con la luz de Eärendil, que se activa con palabras inspiradas en la primera línea del Christ II, de Cynewulf. Aiya Eärendil, Elenion Ancalima, es decir, Salve Eärendil, la más brillante de las estrellas. Ella le ofrece esa luz a Frodo en el momento en que despide a la compañía, para que la acompañe en su misión: “Te entrego la Luz de Eärendil, nuestra más preciada estrella. Que ella te ilumine en los lugares oscuros cuando las demás luces se apaguen”.

En La dama blanca, Gala Eliard no tiene un frasquito, pero sí una cruz militar sobre la que brilla una estrella de plata. Esa humilde medalla se convierte en un símbolo de lo creativo. Actúa como un puente entre Gala y Tolkien cuando ella ya no puede estar a su lado. La luz que Gala irradia ilumina las sombras de lo creativo para el teniente Tolkien, del mismo modo que la luz de Eärendil ayuda a Frodo en el antro de Ella-Laraña.  Es, como ve, un símbolo importante.

La invención del mundo y sus palabras

¿Puede decir dónde está la belleza de los idiomas que Tolkien inventó: en la sonoridad de las palabras, en las palabras mismas o en sus significaciones?

Yo creo que la belleza está en la sonoridad de las palabras, que son muy evocadoras, en su musicalidad, pero también en su significado. Lo vemos en la propia palabra Eärendil, asociada a la luz. Al pronunciarla parece que estamos pronunciando palabras que abren un portal hacia la magia, una magia blanca, sanadora, que cura las heridas del mundo.

Por otra parte, no puede concebirse el legendarium sin las lenguas que Tolkien inventaba, un vicio, como él decía, que empezó en la adolescencia y que mantuvo toda su vida, aunque consumía parte de su tiempo. En la obra de Tolkien, las lenguas constituyen los cimientos de su narrativa. Es decir, a la hora de crear, primero era la lengua y de esa surgía todo un mundo, con su geografía, su historia, su cronología, sus personajes.

Tolkien crea el quenya, una de las variantes del sindarín, la lengua de los elfos, en 1915, lo que me da pie a imaginar en La dama blanca que el poema Namárië, vinculado a Galadriel, es creado en la misma época en que compuso las poesías dedicadas a Eärendel, es decir, en el marco de la guerra. Este poema, más bien canción, es toda una belleza, especialmente cuando se musicaliza. Basta con escuchar al trio medieval The Norwegian Girls' Choir o al grupo español Endör Linde interpretándolo. La misma palabra, Namárië, es hermosa, tanto al pronunciarla como en su significado, pues significa un adiós en el que cabe la esperanza de un reencuentro.

Finalmente, ¿cuál es el gran legado de John Ronald Reuel Tolkien?

Más allá de la creación de un mundo épico en el que suceden historias, para mí el legado más importante de Tolkien tiene que ver con la luz, que arraiga en diferentes símbolos: los árboles de Valinor, los Silmarils, la luz de Elbereth, o los cabellos de Galadriel. La luz nos guía en la vida, en lo creativo, pero también en la muerte, un tema esencial en su obra. La luz nos trae esperanza, incluso la esperanza de la resurrección.

El poder literario de la mitología

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¿Cuál es el poder literario que tiene la mitología?

En esencia, acercarnos a la verdad, al igual que sucede con los cuentos de hadas. Por la influencia el Kalevala, la recopilación de leyendas finlandesas que hace Lönnrot a finales del siglo XIX, Tolkien tuvo inicialmente la pretensión de ofrecer a través de su obra una mitología para Inglaterra remontándose hasta lo genuinamente inglés, que no es lo artúrico, cuyo origen parte de la Bretaña francesa, sino el mundo precéltico. A mi juicio, como ya mencioné antes, Tolkien es un creador de mitos literarios, no el padre de la fantasía épica.

Tolkien dijo: “La fantasía sigue siendo un derecho humano”. También dijo: “La fantasía es una actividad connatural al hombre”. Pero el filólogo Max Muller calificó la mitología como “una enfermedad del lenguaje”. La pregunta es: ¿Cómo ha sido y cómo debe ser la relación entre la mitología y la literatura, y qué límites y fronteras hay que respetar -o al menos considerar- a la hora de hacer literatura fantástica y mitológica, tomando en cuenta que la mitología es en sí misma un territorio ilimitado?

En su sentido primigenio la mitología tenía un carácter religioso, es decir, los mitos eran la forma que tenían los pueblos primitivos de dar respuesta, mediante explicaciones sencillas, a las grandes preguntas existenciales, preguntas sobre la muerte, el amor, la justicia o el destino. En algunas culturas, como la griega, los mitos eran también su historia. Pero despojados de su carácter religioso o histórico, se convierten en literatura. Un ejemplo lo tenemos en el Kalevala, que tanto influyó sobre Tolkien.

Cuando escribimos no solo podemos recrear los mitos preexistentes para ponerlos en conexión con los valores actuales, sino que también podemos crear mitos nuevos. El elemento que nos permite tanto recrear como construir es la fantasía.

La fantasía es diferente a lo fantástico, lo fantasioso, como también es diferente a la imaginación, es decir, a la capacidad de evocar imágenes no presentes en el mundo primario.

Fantasía e imaginación no son por tanto conceptos coincidentes. Esto se comprende mejor cuando examinamos la raíz de la palabra. Fantasía proviene del griego phantazein (volver visible) y remite más peculiarmente a la capacidad que tienen las palabras para crear en la imaginación elementos que no están presentes en el «mundo primario», esto es, el mundo de la realidad cotidiana.

La fantasía permite evocar imágenes que no existen en el mundo primario y también crear mundos secundarios o, en palabras de Tolkien, subcrear. Para J. R. R. Tolkien subcreamos porque el que crea imita la Creación. El subcreador sería así un ser humano que crea a semejanza de la obra de Dios.

La subcreación se erige así en la manifestación más elevada del arte, la más pura y, en consecuencia, la más poderosa. Es lo que nos permite hacer literatura.

La creación de mundos secundarios que toman como base la realidad del mundo primario viene orientada al desarrollo del mito literario. El mito ha de concebirse, como decía, como un medio de acercarse a la verdad o de reflejar la verdad.

Gala Eliard perdió mucho; Tolkien también. Y veo que usted no es que tampoco se ha quedado atrás en lo que a estremecimientos del alma se refiere, según una de sus respuestas. ¿Qué enseñanzas humanas, literarias, emocionales, le han dejado los dolores, las ausencias, las pérdidas y las derrotas?

La enseñanza más importante es que hasta el dolor más profundo puede ser transcendido con la fuerza del amor, lo que no tiene mucho que ver con la pasión física, aunque esta también pueda estar, desde luego, en la base del amor o ser su instrumento de expresión.

Hay una frase de Tolkien en El Señor de los Anillos que refleja esta idea: aunque en todas las tierras el amor ahora se mezcla con el dolor, quizás sea mayor el amor. Creo que hace falta mucho amor para ser capaces de transformar el dolor en belleza artística, para salir de la oscuridad a la luz.

¿La literatura puede ser antídoto contra las derrotas de la vida?

Puede serlo, pero siempre y cuando nuestras lecturas nos proporcionen la capacidad de evadirnos por un tiempo para volver después a la realidad cotidiana mirándola con otros ojos. La alta literatura y, en especial el cuento de hadas, pueden tener ese poder de renovación, además de enseñarnos que las dificultades forman parte de la vida, que hay una manera de encararlas y que debemos tener fe en la eucatástrofe, el final feliz.

¿La literatura tiene aún el poder de convertir el dolor en arte?

No solo la literatura, el arte en general puede canalizarlo artísticamente, al igual que el amor puede ser un estímulo para crear. Pero vivimos en una cultura en la que el dolor se ignora o se ahoga en alcohol, drogas, sexo o tecnología, por no hablar de que al canon editorial poco le importa cuál sean las fuentes de lo creativo.

La mayoría de las veces el único parámetro para el creador es que su obra encaje en un estándar comercializable, lo que poco o nada tiene que ver con el arte.

Un mundo sin alma y sin verdad

¿Usted tiene la costumbre literaria de narrar mitos o es la primera vez que su escritura se adentra en esos territorios?

Los mitos literarios y yo somos viejos conocidos, al igual que los cuentos de hadas, son mi sustrato, la tierra en la que crecen esas semillas que, si se cuidan lo bastante, dan lugar a un libro único. En uno de los cuentos de Tolkien, Hoja de Niggle, hay la imagen que me resulta muy poderosa: la de un hombre que debe marchar de viaje muy a su pesar porque ha empezado a pintar lo que él cree su obra maestra: parte de una hoja, luego de ahí hace un árbol, después un paisaje. En el proceso, no deja de sufrir interrupciones.

Me veo un poco como Niggle, creando pese a las interrupciones ese árbol mítico. Por el momento ya tiene una hoja. Espero poder darle alguna otra antes de marchar de viaje.

¿Usted se puede imaginar cómo sería el mundo sin los mitos y las fantasías y sin gente que los inventara, como Tolkien?

En una de sus cartas Gala Eliard habla de la imposibilidad que supone para ella vivir en un mundo de certezas en el que se anule su capacidad de soñar, de sentir la ilusión de alcanzar aquello que parece inalcanzable. Hoy todo parece posible, fácil.

Creo que en 1916 ya teníamos una pista de la deshumanización que trajo consigo, como daño colateral, la revolución tecnológica. Estamos en plena revolución digital, en un contexto nuevo, pero con las mismas preocupaciones. Veo con asombro que la inteligencia artificial ya es capaz de crear obras de arte que parecen genuinas partiendo de unas pocas coordenadas. Pero eso no tiene mucho que ver con la creatividad humana ni con su sentido y, desde luego, muy poco con su verdadero propósito.

Un mundo sin mitos y fantasía será probablemente un mundo sin verdad, sin aletheia. Un mundo sin alma.

¿Cuando usted dejó de escribir ensayos académicos y se movió a la novela, qué cosas tuvo que aprender y qué cosas tuvo que desaprender?

Tuve que aprender a usar la fantasía. También tuve que olvidar que me estaba dirigiendo a un público especializado. Ahora mis lectores son personas que buscan ante todo placer estético, evasión, no conocimiento.

¿Cuál de estas premisas de la creación literaria -la belleza, la libertad y la soledad- le funciona más a usted?

Creo que necesito de las tres para crear. La soledad es imprescindible. El oficio de escritor puede ser algo duro por este motivo, porque para componer historias es necesaria una cierta intimidad, algo que puede llegar a pesar a nuestro círculo más cercano. A veces, la vida cotidiana puede parecer una distracción. Ya sabe aquello que le pasaba a Niggle en el cuento de Tolkien.

Luego la libertad, necesaria también cuando llega la promoción. Y la belleza. Ya lo escribió Platón en El banquete: si hay algo por lo que valga la pena vivir es para contemplar la belleza.

¿Qué significa para usted el acto, el simple acto de sentarse a escribir?

Para mí es como abrir un portal hacia una dimensión distinta, algo parecido a cruzar una puerta, sumergirse dentro del agua o atravesar el espejo para mirar la realidad desde ese otro lado. No resulta fácil al principio, pero la experiencia termina siendo apasionante. Cuando hablo de pasión la entiendo en todos sus matices. Quiero decir que rio y lloro del mismo modo que lo hacen mis personajes.

¿Le belleza es una premisa indispensable de la literatura?

Desde luego, pero también de la vida. La mejor obra de arte que podemos construir es la propia vida. Debemos hacer el esfuerzo de impregnarla de belleza con nuestros actos.

Hoy la literatura está probando una mirada reparadora sobre la mujer escrita en los textos clásicos, incluyendo los mitológicos: “Circe”, de Madeline Miller; “Las mujeres de Troya”, de Pat Barker; “Odiseicas”, de Carmen Estrada; “Helena de Esparta”, de Loreta Minutilli. ¿Está de acuerdo con que se “repare” la presencia de la mujer en los viejos textos de la literatura, o no le parece que hay que dejar tranquilas y en el lugar que les asignó su tiempo a las diosas?

Puedo comprender que algunos autores y autoras escriban para hacer justicia histórica a ciertos personajes literarios femeninos que han venido ocupando un papel secundario, pero creo que la finalidad de la literatura no es esa en realidad. La literatura tiene como objeto indagar en las pulsiones humanas a través de historias interesantes.

Ahora que usted menciona a Circe, la diosa solitaria, ¿a usted qué diosas, reinas, guerreras, magas, brujas, hechiceras o heroínas mitológicas le llaman más la atención como entidades literarias y a cuáles le gustaría reinventar?

Hay muchas, como Morgana Le Fay o la Dama del Lago, Viviana, ambas conectadas con la magia y la figura de Merlín, un arquetipo que me fascina por su caída. De las diosas me quedo con Afrodita y con la ninfa Eurídice. Y hay dos personajes históricos que me parecen realmente interesantes: Lizzie Siddal, la musa de Dante Gabriel Rosetti, y su rival, Jane Burden. Los tres forman un triángulo amoroso y creativo que me gustaría explorar. Tarde o temprano sacaré a las tres en alguna novela o relato.

Hay dos “bandos” en la literatura: los que creen que los libros y sus historias pueden ayudar a cambiar el mundo y los que creen que el compromiso de la literatura termina con la belleza de sus formas. ¿En cuál “bando” se ubica usted?

Siempre me encontrará en el bando más romántico, que suele ser el menos práctico. Quizá la literatura no cambie el mundo, pero sí nuestro mundo, nuestra forma de ver la realidad. Le podría citar al menos un par de libros que han cambiado mi realidad cotidiana.

Dicen las voces más agoreras que la novela tiene sus días contados. ¿Usted, que ha entrado con buen pie en sus sinuosos territorios, está de acuerdo con esos pronósticos? En ese caso, ¿qué pueden hacer los novelistas -no los editores- para evitar el fin o aplazarlo?

Gutenberg hizo posible que se imprimieran libros, pero antes de él la mayor parte de las historias se transmitían de forma oral o quedaban registradas en pergaminos. Pero la historia existía y se difundía. Ahora, además de la imprenta, hay otros medios de difusión. Quizá cambie el formato, pero mientras haya una buena historia que contar y gente dispuesta a escucharla la novela no morirá.

¿Qué lee usted y qué representa la lectura en su vida, en su escritura y en su mundo literario? ¿Cómo la lectura la ayuda a escribir?

He de admitir que en los últimos tiempos leo menos por placer que con afán investigador. Me refiero a que leo mucho para documentarme, lo que me resta algo de tiempo para leer por placer. Cuando lo hago, prefiero leer poesía inglesa del romanticismo, o novelas ambientadas en otras épocas. Si he de viajar en el tiempo prefiero trasladarme hasta la Edad Media o Grecia, períodos que se prestan a la épica. Uno de mis autores de cabecera es Sebastián Roa, con muy buenos trabajos sobre ambas épocas.

Los escritores jóvenes de hoy suelen ser doctores en filología, en literatura medieval o americana, especialistas en poesía clásica o en estética y en todo lo demás. Pero usted es doctora ¡en Derecho! ¿Su formación de abogada le ha servido para algo en la literatura?

Me ha servido para manejar información compleja y tener una visión estructurada de la realidad. No es poco. Creo que hoy día ya no me arrepiento de haber estudiado leyes en lugar de Filología. De hecho, hay muchos vasos comunicantes entre el Derecho y la literatura, pues en un proceso civil saber narrar los hechos y fundamentarlos es imprescindible para persuadir al juez. No está penalizado redactar un escrito con algo de arte.

Escribir es un acto de amor

 ¿Para escribir una novela hay que ser doctor o doctora en algo?

Probablemente es mucho más importante ser doctor en la escuela de la vida que en filología o historia, aunque admito que realizar una tesis permite adquirir destrezas que resultan necesarias a la hora de escribir. Pero un escritor que no sepa de pulsiones humanas solo será capaz de generar obras con apariencia de novela, no verdaderas novelas. Creo que bajo el ropaje de un título puede haber mucha impostura.

¿En un mundo como el de hoy, la literatura puede ser un equilibro para el desaliento?

Puede ser una herramienta importante si hablamos de verdadera literatura, es decir, de aquella que nos enseña a mirar nuestra realidad con nuevos ojos.

Usted dice en una respuesta que escribir le salvó la vida, y ya vio que la escritora dominicana Milena Delgado dice lo mismo. ¿Escribir puede salvar a alguien y rescatarlo de algún abismo?

Escribir puede ser sin duda alguna una experiencia muy transformadora, pero la capacidad de darle un sentido artístico a la pasión no contribuye por sí sola a sacarnos de los abismos ante los que nos coloca la adversidad. En La dama blanca Anna Stahl, cuyo mundo se desmorona, recuerda las enseñanzas de Plinio el Viejo, que contempla el suicidio como un don, pues permite poner fin al sufrimiento provocado por una existencia indigna.

No son pocos los escritores que han recurrido a esta vía como medio de aliviar el dolor o incluso el vacío existencial. Ahí tenemos entre otros el célebre caso de Hemingway. Pero a veces suceden pequeños milagros. En el Palacio de la Luna, de Paul Auster, el autor habla de eso: “Había saltado desde lo alto de un acantilado y, entonces, justo en el momento en que me iba a estrellar contra el fondo, sobrevino un acontecimiento extraordinario: supe que había gente que me quería.”

Una alternativa a la de Plinio es no abandonar la lucha y pensar que tras la catástrofe vendrá una eucatástrofe, un final feliz. En La dama blanca es el amor en sus diferentes manifestaciones el que hace posible el milagro. Para mí escribir, como cocinar, también puede ser un acto de amor.

Santo Domingo, marzo, 2024.