No cabe la menor sospecha de que el hedonismo de la vida moderna con todo su oropel y sus intervenciones en las banalidades de la gente,  está engullendo al hombre de hoy. El cambio social y material por el que diariamente transitamos también ha hecho variar, de buenas a primeras, el lado espiritual de la vida. En el mundo de hoy existe lo que los estudiosos de la conducta y los cientistas sociales llaman espejismo de la imagen. La ilusión de verse estéticamente bonito en las redes sociales ha creado un impacto en la atención mundial, gracias al efecto visual que produce el Facebook,  Instagram, Tik tok y Snack Sack . Por tanto, se ha propugnado por  un cambio moralizante de  la conducta  social, lo que a la postre ha redefinido el comportamiento cultural. Cosa esta que abre un debate interesante entre lo que la gente ve como propuesta de la cultura y lo que puede ser paradigmático y representativo, para el consumo cultural.

Desde los trans, el metro sexual, la universalización del tatuaje, el uso de pelo artificial en la calvicie de los hombres, la presencia de metales extraños en los órganos del cuerpo –los llamados piercing -(incluyendo los genitales); la proliferación de las pelucas, hasta la industrialización de las uñas,  las cejas y la moda del gimnasio; las operaciones del abdomen y liposucciones de grasas en los costados y glúteos, cosa esta que ha creado de buenas a primeras una especie de ethos universal de la imagen.  Una parafernalia que -según los usuarios de la moda-  apunta a la perfección del cuerpo, hasta alcanzar el grado hot de la figura, lo que sin lugar a dudas, está reafirmando la era del humanis transformer, hecho que ocupa una porción importante del tiempo y la mente productiva de la gente. Una época que apunta a la era del vacío, como bien lo señala Lipovetsky.

Expongo estas inquietudes atraído por una invitación que me hiciera en estos días la Fundación Casita de Sueños, de la ciudad de Moca, para compartir con los niños de su verano artístico la lectura de una fábula del escritor guatemalteco Augusto Monterroso, titulada La rana que quería ser una rana auténtica.  Con este comentario quiero destacar más que nada, la grandeza de la literatura, a condición de su universalidad lingüística, sobre todo cuando su calidad traspasa las barreras del tiempo y la convierte en clásica. Me interesa destacar además,  el  estado premonitorio de este  arte, cuando apunta a la certeza de su mensaje moralizante. A lo mejor, cuando Monterroso escribió de este microrrelato, jamás pensó que su rana sería premonitoria de una época moralmente complicada para la vida espiritual de los seres humanos del siglo XXI. En otras palabras, creo que Monterroso estaba muy lejos de pensar en los alcances estéticos y reflexivos de su fábula.

En muchas tribus de Papúa Nueva Guinea, Indonesia y el África Central, los nativos hacen gala de sus transformaciones en el rostro con métodos arcaicos y materiales rudimentarios de su entorno geográfico y cultural. Lo usan como una forma de rito amoroso para atraer a sus parejas, sin que ningún elemento foráneo que intervenga en esta actividad que a la postre es antropológica. La que en muchos casos tiene que ver con prácticas ceremoniosas y cosmogónicas, como cultos de adoración a sus dioses.

En el mundo de hoy, la práctica estética, que dicho sea de paso se concentra en el quirófano, quiere demostrar, de buenas a primeras los avances científicos que ha logrado la medicina moderna de nuestro tiempo, un negocio jugoso en el que interviene la comercialización de los fármacos y de los cosméticos. En ocasiones, una práctica no menos bella cuando logra sus objetivos, pero no menos dañina cuando sucede lo contrario. Pues tiene sus consecuencias previsibles, en tanto el paciente o la paciente pueden llegar a contraer enfermedades desastrosas como hipertensión arterial, infarto al miocardio y accidentes cardiovasculares.

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La rana que quería ser una rana auténtica se pasó toda una vida haciendo esfuerzos por alcanzar la perfección de su cuerpo y para ello se disponía para tener unas ancas cada vez más anchas y todos los días se miraba en el espejo, para ver si los demás la aprobaban. Sin embargo, llegó el día en que tenía unas piernas bien formadas, casi perfectas y unas ancas  cada vez más gruesas, pero sucedió un acontecimiento inesperado:   Se la comieron porque parecía un pollo.

Visto en dos grandes vertientes, el fenómeno del cambio cultural de los valores también podemos observarlo detenidamente a la luz de la filosofía y hasta podemos encontrarlo en las raíces del mito. El hombre moderno está concentrado en la construcción de su propia figura, aún sea en contraste con el orden biológico: El narcisista de hoy vive el sueño del héroe, vive detrás del antifaz y crea su propia máscara. Por un lado vemos la franca violación a los principios del humanismo cristiano frente al dogma divino, que a la luz de la creación los seres humanos estamos hechos a imagen y semejanza de Dios.  Por el otro lado, el hombre se contradice y socava las ideas del darwinismo científico que asegura la evolución del hombre desde un origen completamente biológico, de acuerdo con la transformación de la materia.

Cuando tratamos de contextualizar con los niños del mencionado verano artístico, estos señalaron la pena que le había causado la rana por haber tomado el camino equivocado. Al parecer la autenticidad no está en saber si los demás te aprueban o no, sino en las interioridades de tu propio ser, el que te define tal como es. Esto significa que cada día debes tratar de ganar una batalla en el interior de tu propia conciencia y la debes vencer en una peligrosa zona de combate para no dejarte pulverizar por el banal ruido de la modernidad plástica de la vida rosa. Con la transformación de la imagen, el hombre de hoy también está tomando, al igual que aquella “rana auténtica”, el camino equivocado. La resistencia debe llevarnos a pensar en miles de mujeres que, en pos de la belleza, mueren cada día en las frías paredes del quirófano, por prácticas equivocadas y dañinas.

¿A qué se debe este fenómeno tan escandaloso de nuestra vida moderna? A principios del siglo XX, el argentino José ingenieros en su clásico libro El hombre mediocre, apuntalaba la mediocridad del hombre y su degradación moral y espiritual. Lo que unas décadas después, el también argentino Enrique Rojas bien colocaba el concepto de hombre light:  La vida sin sustancia, superficial, liviana, más bien, la vida vacía. O mejor dicho, la vida líquida o tiempos líquidos, por sólo anunciar el concepto bien acuñado por Bauman.

Yo pienso que en esta práctica malsana, también ha intervenido de buenas a primeras, el deterioro y socavamiento de las religiones y la desaparición de las utopías: Ya el hombre de hoy no sufre del asombro, ni se alimenta de quimeras, por lo tanto no sueña:  Vive un espejismo tan fugaz como la magia.

Después del fin de la llamada guerra fría, la caída del muro de  Berlín y la desaparición de los sistemas filosóficos, el hombre entró en una fase  crítica de su existencia, en la que ha tenido que ver la crisis de las religiones, las que se han  dejado socavar por el afán de lucro material. En vez de una búsqueda de espiritual frente a Dios, hemos convertido las iglesias en empresas. Esta crisis alcanza el grado de que el hombre está usando la fe de los feligreses como materia para recalar en negocios jugosos. Cientos de pastores evangélicos, también camuflajeados en políticos por sólo poner un caso, exhiben cada día  mansiones lujosas y  vehículos  de alta gama a consecuencia del diezmo que deben pagar  los feligreses de sus congregaciones. No faltan los escándalos de religiosos que se escudan detrás de la sombra de sus ingenuas ovejas para abonar en ella sus fechorías y negocios oscuros, sus intereses personales, hasta su vida licenciosa. En definitiva, se está usando la religión como escudo,  y aquí viene el mito de la espada de Damocles.

Hay otros signos que apuntalan esta crisis existencial del hombre, la misma tiene sus alcances en la polución de los Estados suicidas y explotadores. Pues las grandes mayorías del mundo de hoy se sienten desamparadas ante la ignorancia de los que mal administran el aparato estatal. Así que la vida humana  es una búsqueda constante por encontrar  refugio donde se puedan anidar las almas atormentadas y melancólicas. Abiertamente, soy de los que están en contra de las justificaciones, pero a lo mejor, a los hombres y a las mujeres de este siglo su  gastada miopía les permite ver un camino correcto en estas desacertadas liviandades  de la vida moderna: El sexo indiscriminado, el alcohol, la juca, el tabaquismo, y la música trans. Junto a todo este espectro,  se suma, la proliferación y el triunfo del mal como símbolo de Lucifer: El terrorismo planetario a gran escala, la secuela del Covid-19, las megalomanías de desquiciados jeques y líderes políticos que amenazan con la destrucción del planeta, el narcotráfico, el trasiego de seres humanos, la crisis fronteriza y el lucro del dinero forman parte también del deprimente espectáculo, cuya máscara de la ilusión es el símbolo más icónico del desamparo espiritual de este barco a la deriva y sin destino, que es lo mismo que la muerte.

Eugenio Camacho en Acento.com.do