Todas las veces que hube de servir a Joaquín Balaguer con peticiones tan sencillas como solicitarme un libro sobre el cual quería investigar un detalle de su particular interés, lo hice con mucho entusiasmo.
Recuerdo que en el mes de febrero del 2001 lo visité para expresarle que el reputado crítico Diógenes Céspedes, me había encargado sugerirle una entrevista sobre aspectos literarios y Balaguer no tardó en darme la respuesta señalando que admiraba su oficio de crítico y leía con frecuencia algunas de sus críticas en distintos medios de comunicación, al tiempo de indicarme que había decidido no conceder entrevistas de ningún género.
Y a seguidas, añadió: “Céspedes es un crítico literario muy ácido, irreverente y complicado. Por lo visto, no guarda la forma de la moderación al analizar las obras poéticas y literarias de los grandes maestros; pongo como ejemplo, la de Mariano Lebrón Saviñón y Antonio Fernández Spencer, mis poetas favoritos. He leído críticas verdaderamente desconcertantes en contra de Franklín Mieses Burgos, Virgil Díaz, Manuel Rueda, Domingo Moreno Jimenes y otros que en estos momentos escapan a mi memoria.
La respuesta de Joaquín Balaguer me dejó aturdido pues nunca en cuestiones literarias o artísticas me había negado una petición tan simple como la Diógenes Céspedes. Sin embargo, le dije: “poeta, con todo el respeto que usted merece y excuse el atrevimiento, en mi caso particular, admiro su método crítico como sistema de pensamiento aunque no concuerdo con él en su tesis sobre Meschonnic.
Poeta Gerón, me dice: “cuando yo ejercí la crítica en el periódico La Información de Santiago de los Caballeros, me centraba en los aportes que toda obra por intrascendente que sea, aporta algunos matices a la cultura. Y agregó: “lo que no soporto en algunos escritores y críticos son las invenciones y falsedades que fabrican desde el punto de vista histórico y político; el afán de algunos de estigmatizar a personajes de la vida pública dejando de lado la clarificación de los contextos a que se refieren”.
“Sobre todo cuando la obra es profusa y contiene contenidos veraces y elegantes como el caso de Bosch, Pedro Mir, Héctor Inchastegui Cabral, Lupo Hernández Rueda, Héctor Marrero Aristy. Comparto además, el esteticismo y el interés social de Pedro de Mir, siempre me he deleitado con uno de sus poemas de su libro Hay un país en el mundo, donde expresa su amor por la libertad, si la memoria no me falla, voy a intentar recordarlo:
“Que día vendrá, oculto en la esperanza./ Con su canasta llena de iras implacables/ y su rostros contraídos y puñales”./ Pero tened cuidado, no es justo que el castigo/ caiga sobre todos. Busquemos sus culpables./ Y entonces caiga el peso infinito de los pueblos/ sobre los hombros de los culpables”. Este es un país que no merece el nombre de país./ Si no de tumba, féretro, hueco o sepultura”
¡Bravo, poeta Balaguer!, le expreso en alto tono. Él sonríe sosegadamente, luego me dice:
“Poeta Gerón, debo confesarle que soy un enamorado de los escritores que inventan nuevas estéticas y en eso sí comparto los criterios y enfoques de su amigo Céspedes, porque siempre hurga en lo novedoso de la obra que estudia o analiza; sus investigaciones y lecturas en ese sentido son correctas porque no repara en señalar las deficiencias de ciertos textos”.
Luego, pasó a hablar de la crítica literaria, la cual, al citar a Dámaso Alonso en su ensayo Escila y Cariddis de la literatura española, se fragua en el siglo XIX, y que tal fenómeno acontece en el momento en que el realismo es considerado en el mundo como el valor máximo de una literatura. Y agrega: es el período también en que recomienza el conocimiento de los escritores hispánicos en el extranjero, después del eclipse cultural de a fines del siglo XVII, y los valores exaltados entonces por la crítica serán los valores realistas, localistas y populares.
Sin embargo, debo confesar que aún cuando me disfruté de su plática y la lectura del poeta Pedro Mir, salí de su residencia un tanto frustrado por ser la primera vez que el poeta Balaguer, se negara a concederme la citada entrevista para quien esto escribe, complacer a mi amigo de muchos años Diógenes Céspedes, con quien he compartido momentos de mucha satisfacción literaria.
Meses después le reiteré a Balaguer igual petición y en esta ocasión me respondió positivamente, pero con la condición que en vez de una entrevista, fuese un cuestionario y así se lo hice saber al amigo Diógenes Céspedes.
Entonces, Céspedes elaboró el cuestionario, el cual le llevé a Balaguer, aun así, la respuesta del poeta tardó varios meses; sin embargo, en una de mis acostumbradas visitas a su residencia, me entregó el cuestionario y con una sonrisa propia de su temperamento, me expresó: “¡Está complacido, poeta Gerón”!
Sí, poeta Balaguer, le respondí con mucho respeto. Estoy complacido y agradecido de su generosidad, agregué. “Bueno, me dice, esperemos que su amigo Céspedes, ahora, no me pase la aplanadora”, sonrisa de parte de Balaguer.
A continuación, reproducimos el texto completo del cuestionario que Diógenes Céspedes, sometió a la consideración de Joaquín Balaguer:
Joaquín Balaguer: el círculo de una vida literaria
Hay, al menos, en la Canción de Roldán, dos menciones de la villa de Balaguer, uno de cuyos jefes, Clarín, es un aliado del rey Marsilio, vencido por Carlomagno. La otra alude a la conquista de dicha villa por el emperador franco. Durante su estancia en Madrid en 1932, o posteriormente, ¿visitó usted esa villa? ¿Tiene esta algún parentesco lejano con su apellido o guarda para usted alguna evocación romántica o épica?
Durante mi estancia en Madrid como Secretario de la Legación Dominicana no tuve oportunidad de visitar esa villa y sólo sé de ella que el nombre que lleva fue otorgado en honor del poeta y escritor catalán Víctor Balaguer. No he logrado, no obstante haberlo indagado por distintas vías, recoger datos algunos que vinculen a la villa de que se trata con ningún miembro de mi familia.
En 1918 se muda usted, junto con su familia paterna, a Santiago. ¿Recuerda si tanto don Cholo Espaillat en la escuela de Navarrete, así como los demás maestros de la escuela primaria Paraguay, ubicada en su nuevo domicilio, le hacían recitar poemas? ¿Recuerda en especial alguno, si fue así? ¿Cuáles, de ser así, se fijaron más activamente en su memoria?
Los profesores que tuve en esa ocasión carecían de aficiones literarias. El único miembro del magisterio dominicano que influyó en mí desde ese punto de vista fue la profesora doña Rosa Sméster, quien descolló en esa época como una de las figuras más distinguidas del magisterio dominicano. La afición de esta maestra se concretó principalmente sobre la poetisa cubana Gertrudis Gómez de Avellaneda y sobre el insigne escritor uruguayo José Enrique Rodó. La profesora Sméster introdujo en las clases de literatura el hábito de que algunos de sus alumnos leyera en alta voz capítulos del libro Hombres de América, del estilista uruguayo. Muchas veces me confió a mí ese encargo, sobre todo en las ocasiones en que visitaba el plantel don Salvador Cucurullo, hombre de vasta erudición, con mucha afición a la literatura de lengua española. Don Salvador, según Félix Evaristo Mejía, era el extranjero de mayor cultura que hasta entonces se había radicado en territorio dominicano.
Fuera de los libros escolares, lectura obligatoria en la escuela primaria, ¿qué otros libros le pusieron a leer sus padres? ¿Hubo algunos que ejercieron particular influencia en su mente infantil, y cuáles, de ser así?
Mis progenitores, especialmente mi padre, tenía marcada predilección por los discursos políticos y académicos de José de Diego.
En la cronología de su vida que figura en Memorias de un cortesano en la era de Trujillo no está clara la fecha en que usted termina la escuela primaria e intermedia y cuándo comienza la secundaria hasta graduarse de bachiller. ¿Fueron publicados sus primeros dos libros de poemas, Psalmos paganos (1921) y Claros de luna (1922) antes de graduarse de bachiller, es decir, a los 15 y 16 años?
Mis primeros libros, si pueden considerárselos como tales, fueron precisamente publicados antes de mi graduación como bachiller en la Escuela Normal de Santiago. La publicación, tanto de los libros míos a que usted hace referencia, como los de los demás jóvenes aficionados a las letras, fue favorecida por la costumbre reinante en esa época de que los autores de tales publicaciones recorrieran el país ofreciendo personalmente en venta sus libros, los cuales eran editados en la humildísima impresora propiedad del señor Marcos Silverio, un personaje curioso que se destacó por el apoyo que brindó a todos los jóvenes de Santiago que se distinguieron por sus aficiones literarias.
Para la época de la publicación de estos dos libros, ¿se atrevería usted a afirmar que hay en ellos más influencia del romanticismo a lo Bécquer y Fiallo que del modernismo a lo Rubén Darío?
Quien mayor influencie ejerció sobre la juventud en la época en que aparecieron esos libros fue, sin duda, Rubén Darío.
En la citada cronología de sus Memorias… se obvia la fecha de graduación de bachiller y se pasa sin transición, en 1925, a la inscripción en la Universidad de Santo Domingo como estudiante libre en la carrera de Derecho. ¿En qué área se graduó de bachiller y si fue en la Escuela Normal? ¿Cuáles fueron los profesores que más influyeron en usted para apuntalar su carrera literaria?
Mi graduación como bachiller tuvo lugar en la Escuela Normal de Santiago, dirigida a la sazón por el profesor don Ricardo Ramírez, en el área de Ciencias Sociales. De los profesores que más influyeron en mí fue la ya citada doña Rosa Sméster, quien pese a la humildad de su origen y a la severidad de sus costumbres, gozó del respeto unánime de la juventud procedente de todas las capas sociales.
¿Cuál fue el destino del periodista venezolano Rafael López Méndez, quien prologó su primer libro de poemas?
Regresó a su patria donde continuó la labor periodística, pero no dispongo de ningún dato sobre su destino final.
¿Dónde se publicó el discurso que usted pronunció en 1926 con ocasión del homenaje rendido al educador fallecido Salvador Cucurullo?
Se trató de un pequeño discurso que apareció como improvisado y que no se reprodujo por la deficiencia de que adolecían en esa época los medios de comunicación.
En 1927 se inicia usted en la carrera profesoral como docente en la Escuela Normal de Santiago. ¿Cuáles materias, además de literatura, impartió y cuántos años duró como maestro en dicho centro? ¿Hubo algún joven estudiante que pasara por sus manos y descollara luego como gran poeta o escritor?
Mi ingreso como profesor en la Escuela Normal de Santiago se debió a que en el plan de estudio implantado por don Arístides García Mella, nombrado Superintendente de Enseñanza, se incluyó como una de las asignaturas la Métrica Castellana y como se carecía de texto para esa disciplina elaboré un pequeño opúsculo con el título de Nociones de métrica que se convirtió poco después en libro de texto y fue escogido para la enseñanza del plantel citado. Duré como maestro en ese centro menos de un año porque tuve que trasladarme a la capital de la República y pasar en ella varios meses al iniciarme como estudiante libre de la Universidad de Santo Domingo. Hubo muchos estudiantes que se iniciaron en las letras, pero ninguno de ellos descolló ni como escritor ni como poeta con la sola excepción de León Federico Sosa, quien publicó varios libros de versos que alcanzaron en su época bastante aceptación.
En 1928 estuvo usted brevemente como director interino de La Información y el 8 de junio se gradúa de licenciado en Derecho. Conocemos el suceso del 23 de febrero de 1930. Lo que nos interesa es el viaje que usted realiza a España y Francia en calidad de primer secretario de la Legación Dominicana en Madrid (1932) y luego en París (1933). En primer lugar, en Madrid, aparte de sus estudios filológicos con el profesor Ovejero, ¿qué devoción tal filial guarda usted a la métrica de la cual fue profesor en la Escuela Normal de Santiago, métrica que le ha impedido en toda su carrera literaria desligarse de esta, tal como lo hicieron Vigil Díaz y Moreno Jimenes y luego los poetas posteriores de más viso en nuestro país?
Mi afición a la métrica nació al encargarme como profesor de esa materia y del respeto que todos profesaban entonces al gran poeta dominicano Gastón Fernando Deligne, quien utilizó ese artificio en todos o en la gran mayoría de sus poemas. Nunca, sin embargo, he escrito una sola palabra en contra de grandes poetas, tanto dominicanos como extranjeros, que han utilizado en gran parte de su producción el verso libre.
¿Qué influencia ejercieron sobre su carrera poética los poetas Antonio Machado, Lorca, Alberti y otros de la generación del 27? ¿Les había leído usted en Santo Domingo o les conoció cuando llegó a Madrid?
Los conocí personalmente después de mi llegada a Madrid, pero debo expresar que no tuve amistad con ninguno de ellos pese a mi admiración sin límite por la mayoría de los mismos. No oculto que siempre observé con gran atención el caso de muchos de esos poetas, especialmente García Lorca, que escribieron unas veces con sujeción a la métrica y otras sin ella. Durante mi estancia en Europa ni como secretario de la Legación en Madrid ni como secretario de la Legación en Francia tuve las facilidades para profundizar mis estudios en filología, porque en ambos cargos tropecé con el empeño del doctor Porfirio García Dominici de permanecer unas veces en la capital de Francia y otras en la de España por razones de índole personal, entre ellas por su matrimonio con una opulenta dama perteneciente a la alta sociedad venezolana residente en París.
Ya en 1933 está usted en París. Allí ha comenzado desde hacia nueve años una de las revoluciones literarias más portentosas del siglo XX, es decir, el surrealismo. En los casi tres años que dura su estancia matritense y parisiense, ¿cuál fue su relación con el surrealismo y con el cubismo? ¿Conoció personalmente a algunos de los personajes más importantes de este movimiento literario y pictórico?
Personalmente no conocí a ninguno de ellos aunque sí me familiaricé con algunas de sus obras.
Cuando usted sale para Europa, ¿sabía a la perfección el francés y cómo lo aprendió? Antes, la mayoría de los intelectuales dominicanos de 1930 hacia atrás hablaba dos o tres idiomas. Hoy esa proeza cultural es un recuerdo. ¿A qué se ha debido esto?
Mi aprendizaje del francés no fue tan profundo como lo hubiera deseado porque fueron y son francesas las figuras de mi mayor admiración tanto en la novelística como en la crítica literaria. Es evidente que el período de 31 años que el país vivió bajo un régimen rígidamente autoritario hizo a muchos intelectuales dominicanos variar sus aficiones para dedicarse casi exclusivamente a actividades utilitarias.
Durante mi estancia en París, consulté el fichero general de las tesis doctorales presentadas en Francia desde el siglo XIX hasta el 1972, pero no encontré la suya. ¿Puede usted explicar esta omisión? ¿En qué fecha y bajo qué título presentó usted su tesis doctoral en la Sorbona?
No he visitado nunca la Sorbona ni he tenido relaciones ni contacto con ninguno de los profesores de esa prestigiosa casa de estudio. Mis estudios de Derecho en Francia fueron en la Universidad de París, situada en el Barrio Latino (Quartier Latin) y no llegué a obtener el título de doctor porque fui trasladado finalmente y luego puesto en retiro en la fecha que debía hacerlo.
Desde 1922 no publica usted ningún libro de poemas. El que lleva por título Azul en los charcos, publicado en Bogotá, en 1943, ¿vendría a ser la continuidad rítmica y el epítome del eco modernista de Psalmos paganos?
He escrito grandes loas sobre Trujillo, pero ninguna de ellas fue escrita en versos. No publiqué durante los 31 años que duró el régimen ninguna obra en verso y gracias a esa actividad no me vi constreñido a retractarme de esa convicción personal que sostengo y he sostenido durante toda mi vida. Esa conducta me ha traído serios inconvenientes en muchos de mis amigos pero he mantenido intactas sobre ese punto mis convicciones.
Octavio Paz ha escrito que la métrica es incapaz de dar cuenta de las imágenes poéticas del mundo en que vivimos actualmente. Con sus poemas en prosa, Baudelaire fue el primero en marcar esta ruptura. Sin embargo, usted ha escrito todos sus libros de poemas bajo el imperio de la métrica. El poeta Meschonnic, el cual es un especialista del tema y se ha referido al libro suyo sobre la métrica, asegura que esta es un fantasma. Es decir, que mediante la trampa de las licencias poéticas, usted achica o agranda el número de sílabas a su conveniencia y en última instancia resuelve el asunto con el binarismo de sílabas poéticas versus sílabas gramaticales, aunque al final el oído siempre descifra estas últimas. Atendiendo a estas consideraciones, ¿no le parece que la métrica es un artificio que coloca a quien la practica en el terreno de una minoría o elite de propietarios de un tecnicismo que conduce al encierro de todo decir nuevo dentro de unas formas viejas?
Comparto muchas de sus aprehensiones sobre la métrica y sobre otros aspectos de la versificación moderna, pero disiento de su aversión a las mismas. Fundo mi creencia en que la misma versificación clásica ha corregido o hecho mucho más tolerable ese artificio con la introducción en la poesía del asonante en todas las lenguas modernas, pero principalmente en la lengua castellana, es decir, de la denominada “ritma imperfecta”, en la cual se han escrito los romances e infinidad de composiciones que figuran entre las mejores del parnaso de nuestro tiempo. Recuerde que Unamuno compuso su famosa obra “El Cristo de Velásquez” en “endecasílabos sueltos por considerarlo el metro más apropiado para un hombre en cuya inspiración predomina más la densidad del pensamiento que la garrulería retórica”. La misma norma siguió al pie de la letra el Duque de Rivas, así como la mayoría de los poetas españoles antiguos y modernos.
Siempre he sostenido el criterio de que la asonancia y la aceptación de que esta goza en la poesía antigua y moderna hace desaparecer o limitar los escrúpulos que en no pocas personas suscita el uso de ese artificio. Hay poetas de nuestra lengua que han usado admirablemente la asonancia juntamente con la “rima perfecta”. Uno de los ejemplos de ellos es el caso del poeta venezolano Andrés Mata, autor del libro póstumo Poesías completas publicado por su viuda. En [las] letras dominicanas el ejemplo más elocuente es el libro La canción de una vida, del gran poeta Fabio Fiallo, tan grande, a mi juicio, como el propio Bécquer.
Usted ha escrito en Memorias de un cortesano… que quizá las poéticas que se fundan en el metro y la rima hayan pasado de moda (p. 363), pero que para genios como Neruda no se han hecho los códigos ni se han escrito las normas que gobiernan las producciones de la mediocridad corriente. Para usted, sin embargo, y creo que eso está dicho en Yo y mis condiscípulos, la verdadera poesía, la eterna poesía, será siempre la que obedezca a la métrica y la rima y que la otra poesía, por más excelsa que sea, no deja de ser, para usted, pura anarquía de las formas. ¿Estoy en lo cierto?
No niego que tiene usted razón cuando me atribuye personalmente mi preferencia por las rimas perfectas en composiciones breves como en composiciones circunstanciales. Todos mis romances se han ceñido a la forma popularizada por el Duque de Rivas y por casi todos los poetas que después de él han escrito composiciones de ese género. En la poesía dominicana uno de nuestros mayores poetas, mencionado por usted en el trabajo a que se refieren estas notas, prefirió siempre y lo hizo con gran éxito el asonante de preferencia al consonante. Me refiero, como usted ya habrá advertido, a Fabio Fiallo. No podemos olvidar que el propio Apolinar Perdomo prefirió en gran número de sus composiciones eróticas la asonancia y que en esta alcanzó a escribir algunas de sus composiciones más hermosas como la que comienza con la estrofa siguiente:
“Rondador de tu vida, muchas veces
Me sorprendió la aurora ante tus rejas
Esperando que el sol de la mañana
Saliera para mí cuanto salieras”.
Otra cosa que puedo alegar en mi defensa es el hecho de que mi dedicación a la poesía obedeció a circunstancias especiales y que la misma se manifestó sin ningún género de pretensiones literarias y por pura espontaneidad.
¿Podría usted citar los poemas de los libros de juventud dados a la luz pública y de los cuales se arrepiente y les niega la paternidad? ¿De tales poemas se arrepiente usted porque el yo bajo el cual están escritos corresponde al yo del autor?
Es cierto que reniego de muchos de mis poemas de juventud porque soy el primero en reconocer en ellos su falta de originalidad y sobre todo su verdadera belleza lírica.
En Historia de la literatura dominicana, obra de 1956 y que estuvo como libro de texto hasta hace poco tiempo en la escuela secundaria, al juzgar a la Poesía Sorprendida (p. 302 de la séptima edición) usted hace una afirmación según la cual parece fundar el valor absoluto de un poema en la esencia emocional como sinónimo de vibración subjetiva. ¿Estoy errado si interpreto que para usted esta esencia basta por sí sola y que el poema de valor puede prescindir del metro, la rima y la anarquía formal?
Respeto los gustos de cada cual y el hecho de que disienta de muchos de ellos no me impide leerlos y admirarlos como obras de alta significación poética.
Volviendo al juicio sobre la Poesía Sorprendida, me ha extrañado sobremanera la oposición que usted hace entre este movimiento literario y Manuel Arturo Peña Batlle. Al historiador y político usted le erige en paradigma de lo dominicano, con los pies sobre la tierra, mientras que al grupo de los poetas sorprendidos que inició su labor en 1943, usted le acusa de haberse “desentendido en absoluto de las esencias de la vida nacional y que se ha propuesto utilizar el verso como expresión del sentimiento cósmico y de las vaguedades espirituales que caracterizan el alma contemporánea”.
¿No le parece que está usted leyendo la poesía y su práctica –los poemas– con los mismos criterios que Hostos asentó en el país, al considerar la literatura como reflejo de la historia, la moral y las buenas costumbres, y que todavía perduran en la cultura dominicana?
Es posible que en algunos momentos de mi vida incurriera en muchos errores que he rectificado después como lo demuestra el reconocimiento que he hecho posteriormente de la calidad y de la significación que tienen en la historia de la poesía nacional los poetas del grupo de la Poesía Sorprendida.
Si el literato Balaguer echara un vistazo a poemas de Mieses Burgos como “Paisaje con un merengue al fondo”, “Clima de eternidad” y “Oda a un minotauro”; a poemas de Fernández Spencer como los que figuran en el Diario del mundo; a los de Rueda que figuran en La criatura terrestre o en Las metamorfosis de Makandal; a los de Gatón Arce que figuran en Retiro hacia la haz; a Una mujer está sola, de Aida Cartagena Portalatín, para no citar nada más que unos cuantos nombres, ¿seguiría usted sosteniendo que estos poetas y estos poemas escritos por ellos no son modularmente dominicanos?
No creo que la poesía, contrariamente a lo que ocurre en la prosa, deba obedecer a fines nacionalistas ni a escrúpulos de índole patrióticos.
Siento que el escritor Balaguer no tenía la necesidad de apoyarse en el personaje de Héctor Corporán para que sus ensayos sobre la montonera entre 1867 y 1911 tuvieran la iluminación con que Bonó y Hostos vieron el problema de la institucionalidad del país y la imposibilidad de acceder a la democracia. ¿No le parece que la presenciad del personaje de Héctor Corporán es un remedo del Antonio Portocarrero de La Sangre o, al menos, juega el papel de conductor de un ensayo a otro para que el lector crea estar navegando entre la realidad y la ficción? ¿O tiene usted otra explicación para justificar la presencia de semejante personaje en una obra que no tiene dimensión de ficción literaria?
Creo que el hecho mismo de que Los carpinteros no fue escrito para ofrecerla al público como una novela, sino como un cuadro de lo que era el país en la era de los golpes del cuartel y de las revoluciones, basta por sí solo para justificar la presencia de ese relato histórico del personaje a que usted alude.
¿Qué impresión le produjo el oír por primera vez la criolla “Lucía”, con letra suya y música de Machilo Guzmán, en la voz de Eduardo Brito, disco grabado para la RCA en 1929?
Una expresión de sorpresa porque la composición “Lucía” no fue escrita con esas pretensiones ni puede, en consecuencia, explicarse el honor de que fue objeto sino como una prueba de la estrecha amistad que le legó el famoso barítono Eduardo Brito.
¿Es cierto que este poema simboliza los atributos estéticos de Asunción Brugal Mateos, cuya foto figura en su libro de memorias?
La inserción del retrato de Asunción Brugal Mateos no obedeció a otro objeto que al de presentar a esa ilustre dama como una de las bellezas más grandes, a juicio del autor, de la sociedad dominicana.
¿Comparte usted las ideas de Azorín sobre la relación que debe tener el hombre de Platón con las mujeres?
Comparto y respeto mucho todo lo que salió de la pluma de Azorín, como uno de los más notables estilistas de la lengua española. Disiento, sin embargo, de algunos, entre ellos del aludido por usted.
Antes de usted colgar la pluma –para usar una de sus expresiones famosas– en aquella época de juventud en Santiago, a la hora del baile, ¿cuáles eran sus piezas favoritas: el vals, la danza puertorriqueña, la mangulina, el danzón, el son, el bolero o el merengue?
Debo confesarle que me agrada intensamente la música, pero que no tengo preferencia por ninguna de las usted menciona porque nunca he sido aficionado al baile, ni lo he practicado en ningún momento de mi vida.
En mayo de 1957 era usted Vicepresidente de la República. Es el año en que un comité integrado por los poetas de más viso en el país invita a todos los bardos nacionales a colaborar con lo que luego resultó ser el Álbum simbólico, homenaje de los poetas al Generalísimo Rafael L. Trujillo Molina, Padre de la Patria Nueva. Aunque sospecho que en algún lugar ha dado usted una respuesta sobre este tema, me gustaría insistir, para beneficio de la juventud de hoy, en lo siguiente: ¿cómo logró usted eludir tan delicado compromiso al negarse a escribir un poema para el Álbum cuando en realidad otros se pelearon con algunos de los organizadores al ser dejados fuera. ¿O fue que a usted no se le invitó?
Fui invitado por el poeta [Héctor Bienvenido de] Castro Noboa, iniciador de ese homenaje al Generalísimo pero me excusé para declinar esa invitación que me hizo en el hecho de que durante el período de 1930 nunca me exhibí como poeta o como aficionado a esa actividad literaria. Precisamente, esa circunstancia me puso al abrigo de cualquier sospecha que pudiera suscitar la ausencia de mi nombre en la lista de los poetas que figuraban en el Álbum simbólico. Durante ese largo período escribí muchos versos pero los mantuve inéditos.
¿Cómo diferencia usted entre escribir discursos laudatorios a Trujillo y escribir, espontáneamente y por voluntad, poemas a Trujillo o a uno cualquiera de sus familiares?
No hallo diferencia alguna entre ambas cosas y creo tan digno de censura a los que escribieron discursos laudatorios en honor al régimen imperante entre 1930 y 1961, como a los que escriben poesías laudatorias como las incluidas en el Álbum simbólico. Sólo los que vivimos en aquella época somos capaces de juzgar la conducta de unos y de otros. Sí, puedo declarar con orgullo que las loas que compuse en honor a Trujillo se distinguen por la honradez con que fueron hechas y por el cuidado que siempre puse al hacerlas de mostrarme igualmente justo con los demás caudillos dominicanos. Uno de los libros que escribí en honor a Trujillo, el que publiqué en Madrid en 1933 fue quemado al llegar al país por haber exaltado en una de sus páginas al gran tribuno santiagués Rafael Estrella Ureña.
¿Tiene usted conocimiento de que uno cualquiera de los poetas que colaboraron con poemas en el Álbum simbólico fuera obligado a escribir su texto bajo coacción o por amenazas veladas?
No creo que hubo entonces necesidad de recurrir a la intimidación porque el ditirambo, por exagerado que fuera, era corriente en la época.
¿Considera usted que, salvando la distancia, el libro Perfiles de Balaguer, publicado en 1993, sea una réplica en prosa y en democracia, del Álbum simbólico, escrito en verso y en dictadura?
No veo relación alguna entre una cosa y otra. El libro Perfiles de Balaguer fue obra espontánea de un grupo de escritores con los cuales mantuve siempre estrechas relaciones de mutuo respeto y amistad.