El ser autoritario, por lo general, carece de imaginación eficiente, carece de sentido del humor y carece de los sentimientos que conforman a un ser humano integral.
El autoritario usurpa la posición del numen que desde una posición inabordable moldea los destinos humanos. No suele medir las consecuencias de sus actos que cuando se trata de cuestiones humanas pueden terminar en masacres grotescas contra inocentes como sucede ahora en Ucrania.
La plaga del autoritarismo tiene su génesis en el clan de las cavernas donde imperaba el dueño de los acontecimientos y cuyo freno esencial era el orden natural al que no podía enfrentarse.
Es este un atributo artificioso por medio del cual una única figura elevada a la condición de jefe clánico lo decide, incontestablemente todo. El problema sobreviene cuando se descubre que este ser no es un dios y que desaparecerá un buen día. Se elegirá a otro dictador cuya fama es la gran valentía supuesta o real. Cuando desaparece puede emerger el caos como sucedió brevemente en Republica Dominicana al cesar el tirano, no su autoritarismo que cunde todavía en el alma nacional. Las condiciones en la cueva ya eran terribles al organizarse el clan y por tanto se impone que un tipo de carácter se apodere del devenir y construya seguridad, resuelva pasiones y domine los sentimientos colectivos. La tarea podía ser ingrata en ocasiones pero no despreciable porque mandar nunca ha sido malo ni desechable.
Es más cómodo y deja mejores dividendos inmediatos convertirse en autócrata y mandar, hábito que no es ajeno al humano.
Al autoritario no le importa la eternidad, no le importa la historia y no le importan los demás y menos aun sus sufrimientos, limitaciones, dolores, insatisfacciones.
El mundo, en realidad la aldea que le rodea que toma por medio universo, debe rendirle tributos por siempre, salvo que ese siempre es un imposible, una ilusión, un fatma o ilusión óptica, que acecha al viajero en los desiertos. Es más cómodo y deja mejores dividendos inmediatos convertirse en autócrata y mandar, hábito que no es ajeno al humano. Pero, si sirve de consuelo al inquieto pacifismo, la muerte no negocia nada. Se lleva a los buenos y a los malos.