Nos conocimos en Praga en el otoño de 1987. Yo había llegado desde Santo Domingo, pasando por Madrid, con una beca de posgrado en filosofía otorgada por el gobierno socialista de Checoslovaquia. Me lo presentó Sully Saneaux, que por entonces era el representante político dominicano en la capital checoslovaca. Sully me fue a recoger a la Estación Central de Trenes (Hlavní Nádraží) y me albergó generosamente por unos días en su apartamento. Al día siguiente de mi llegada me llevó a su oficina en la sede de la Revista Internacional Problemas de Paz y Socialismo, ubicada en el antiguo edificio del Seminario Arzobispal de Praga, convertido por los comunistas en oficinas de delegados extranjeros. Concluida su jornada, al salir del edificio nos esperaba sentado en la acera un joven risueño y vivaracho de largo pelo negro rizado. Nos presentamos con un saludo y una sonrisa. Sully se disculpó y le pidió al joven que me llevara a dar una vuelta por Praga.
Alexis Guerrero había llegado a Praga tres años antes que yo, con una beca para estudiar artes gráficas en la Academia de Arte, Diseño y Arquitectura de Praga (VŠUP). Venía también de Santo Domingo, en donde se había iniciado como artista gráfico. Era un entusiasta de la serigrafía y un melómano. Pronto me llevó a conocer su atelier en un ático de Praga 1. Por un tiempo dejamos de vernos, pues debí trasladarme a Poděbrady, una pequeña ciudad balneario del interior, a aprender el idioma checo en un centro de enseñanza para estudiantes extranjeros. Siempre que podía viajaba a Praga los fines de semana, nos juntábamos y salíamos a tomar cerveza a las tabernas.
Lo recuerdo moviéndose por los tranvías y el metro de Praga leyendo un ejemplar fotocopiado de la novela La insoportable levedad del ser, de Milan Kundera, que me llevé de Santo Domingo y le presté. Era una fotocopia sacada por mí a hurtadillas de la oficina de Melvin Mañón, quien nunca se enteró de aquel desperdicio de papel que acabó sirviendo a una buena causa.
En la primavera de 1989, la última de la era comunista, Alex Guerrero diseñó por encargo un afiche promocional que se hizo muy popular en Praga: Pavlač Hollar, un afiche con un enigmático ojo como motivo. Pavlač (balcón en checo) fue un trabajo para la muestra colectiva de estudiantes de las escuelas de arte de Praga, que se celebraba en los balcones del patio interior del hermoso edificio Hollar, local de la Facultad de Periodismo de la Universidad Carolina, hoy convertido en Café Pavlač.
El ojo del afiche, regado por las calles praguenses, solo se descubría al llegar a la exposición: era el ojo de Franz Kafka. Expresaba la atmósfera cultural y espiritual de la época: el absurdo cotidiano, la angustia existencial, el desencanto del socialismo real. El ojo kafkiano parecía acusar a ese otro ojo, totalitario y ubicuo, que oprimía y encerraba. El afiche llegó a gustar tanto que la gente lo recortaba y se lo llevaba.
Poco tiempo después, en un lapso de apenas seis meses, todo cambió. En el otoño feliz de 1989 se produjo la Revolución de Terciopelo, que puso fin a cuarenta y un años de dominio comunista y restauró la democracia y las libertades públicas. Y por primera vez desde que llegara a Bohemia vi a la gente sonreír de verdad, con una sonrisa sincera, amplia, esperanzada.
Y entonces llegó la primavera libre de 1990. A Alex le volvieron a encargar el diseño del afiche para la nueva versión de Pavlač, ahora en la recién estrenada era democrática. Le gustan unas gafas de clip solar mías y se le ocurrió la idea de tomarme como modelo para su nuevo afiche con esas gafas. Fuimos a su atelier, me pintó y maquilló el rostro de blanco, me colocó las gafas y me pidió una amplia sonrisa. Luego me tomó una serie de fotos (aún conserva los negativos de aquella sesión, en los que parezco un mimo) y las reveló. El afiche se exhibió en las principales escuelas de arte y en algunas calles de la Ciudad Vieja. El arte ya no mostraba el rostro y el ojo angustiados de Kafka, sino una cara de sonrisa radiante que expresaba la alegría y el optimismo del momento. El afiche le gustó al público de la nueva era y a mí me deparó los únicos quince minutos de fama de mi larga estancia de estudios en Praga. Pavlač marcó el inicio de una colaboración amistosa que hemos mantenido durante todos estos años y que ha sido mutuamente enriquecedora.
Ahora, más de tres décadas después, ambos afiches, junto a tantos otros de distintas épocas del autor, coinciden en un rincón de sala en la muestra retrospectiva Alex (is) Guerrero –Afiches-Plakáty-Posters, de Alex Guerrero, en el Centro Cultural de España en Santo Domingo. Con el afiche como arte central, la exposición es un recorrido fresco y dinámico por tres momentos de la cosmopolita vida creativa del artista -Santo Domingo, Praga y Nueva York- que testimonian la evolución de su técnica y su estética. Diestramente curada por Michelle Cruz, esta muestra nos brinda una oportunidad singular y única de conocer y apreciar la obra de este destacado artista visual de la diáspora dominicana residente en Nueva York, que ama la gráfica y cree con fervor en sus posibilidades estéticas para expresar en imágenes la vida y la historia, siempre móviles y cambiantes.