Cortesía de CONNECTAS/Por Fabiola Chambi*

En medio de la calle o en las redes sociales, un pedido se vuelve recurrente: busco trabajo. Maura Mayta es madre soltera y cada día se instala en la esquina de una concurrida calle de Cochabamba para ofrecer sus servicios de limpieza. “Yo trabajo eventual, por día tengo que conseguir mi ganancia y a veces no hay. Quisiera tener un ingreso mensual, un trabajo fijo, aunque sea medio tiempo”, dice mientras espera a que alguien la contrate al menos por esa jornada.

Pero eso no solo les sucede a personas sin estudios superiores. En Twitter, por ejemplo, cada día profesionales de diversas áreas aprovechan sus 280 caracteres para tratar de vender sus habilidades, en busca de oportunidades en un mundo virtual de desconocidos.

Aunque las previsiones en Latinoamérica apuntan a que el desempleo se reduciría a 9,3% este año frente al 10% de 2021, el panorama aún es desalentador e incierto para miles de personas que cargan en sus espaldas el deterioro de la economía y el lento avance de la reactivación del mercado de trabajo. La Organización Internacional del Trabajo (OIT) sentencia que podríamos tardar hasta 2023 o 2024 para recuperar los niveles prepandemia.

El profesor de Desarrollo Económico de la Universidad Nacional de Cuyo, Argentina, Raúl Mercau, explica las implicaciones laborales de esta nueva etapa en la que en muchos países están levantando las medidas impuestas por la pandemia: “Para algunos trabajadores que pertenecen a sectores vulnerables, que tienen cierta edad y no se recuperan es muy difícil su reconversión productiva, seguro van a tener una herida permanente y van a ser expulsados del mercado laboral sin poder reinsertarse al sistema. Ese grupo serían los desempleados crónicos”.

Según el informe Perspectivas sociales y del desempleo en el mundo 2022 de la OIT, este año habrá en el subcontinente 28,8 millones de desempleados y 27,6 millones en 2023. En 2019, el número se ubicaba en 24,3 millones.

La informalidad no es una salida

El trabajo de calidad se ha reducido considerablemente con los despidos masivos y los cierres de fábricas y empresas durante la crisis más fuerte de la pandemia. Eso deja la informalidad como una opción para muchos.

Al respecto la OIT dice que la fuerza laboral informal representa más de la mitad del total de personas empleadas en América Latina, y Bolivia tiene el mayor índice de informalidad de la región y uno de los más elevados a nivel mundial.

Ecuador, Perú y Colombia cuentan con más del 60% de su población ocupada en empleos asalariados informales. En el caso de México y Brasil, las mayores economías latinoamericanas, el porcentaje asciende a un 57% y a un 47%, respectivamente.

El panorama es diferente en Chile y Uruguay donde se tiene más empleo formal que informal, y ambos con una tasa de informalidad por debajo del 30%.

“Lo formal en Bolivia es la informalidad y eso significa que entre el 75 al 80% de la economía es informal. Es una cifra sumamente elevada de acuerdo a estándares internacionales”, dice Iván Velásquez, coordinador de proyectos de la fundación Konrad Adenauer en Bolivia y autor del estudio “Economía informal e informalidad en una sociedad multiétnica”, donde también ahonda en la incidencia de un “escenario de pobreza a nivel urbano y rural, altas tasas de desempleo, subempleo, desigualdad de género y trabajo precario, inseguro y mal pagado”.

Velásquez recalca que “la informalidad es el escape para poder generar ingresos de una manera más rápida porque las unidades económicas de este sector no buscan grandes sumas de dinero, sino la subsistencia del momento”.

Discurso populista “al rescate”

La recuperación depende de las medidas que asuman los gobiernos, pero en todo caso habrá diferencias marcadas y más desigualdad que conducirán a consecuencias a largo plazo.

En Colombia, por ejemplo, en medio de una intensa campaña electoral rumbo a las presidenciales, los sondeos señalan al empleo como la principal preocupación de los ciudadanos. Y en esta área el candidato del Pacto Histórico, Gustavo Petro, quien lidera las encuestas, plantea la ‘Política de Empleo Garantizado’.

En esta propuesta pone en el centro al Estado para que actúe como empleador de última instancia, ofreciendo empleo con salario básico a quienes puedan y quieran trabajar, pero no encuentren cómo hacerlo en el sector privado. El planteamiento parece reflejar una tendencia populista que podría tener fuertes consecuencias por sus costos elevados y su posible efecto sobre la productividad.

Por otro lado, en Argentina el presidente Alberto Fernández, que anunció esta semana su candidatura para la reelección, es elocuente con un discurso que vende la reactivación de la economía y va más allá: “Hemos recuperado el trabajo, pero tenemos que recuperar el salario, que entre 2015 y 2019 cayó, y eso demanda pedirle a los poderosos que distribuyan adecuadamente la riqueza.” Una idea tan general que no termina de asentar en la compleja realidad de ese país.

“Si bien es cierto que en Argentina se han ido recuperando puestos de trabajo y la tasa de desempleo es relativamente baja, estamos cerca de un 7% en el último cuatrimestre del año pasado, el problema es que mientras los precios van por ascensor los salarios van por las escaleras. Entonces, en esta carrera de precios y salarios verdaderamente el que más pérdidas tiene es el trabajador”, explica el profesor Mercau.

Migrantes: la otra realidad

Pero esto es solo una pequeña parte de la inmensa problemática del desempleo. Una situación que afecta el tema de los migrantes.

Recientemente Estados Unidos y México, durante una reunión de antesala a la novena Cumbre de las Américas, se propusieron encarar los problemas estructurales de la migración a través de un plan conjunto de inversión y creación de empleo para Centroamérica.

El secretario de Estado, Antony Blinken, dijo que la colaboración de México es vital para enfrentar lo que considera un “reto migratorio sin precedentes en todo el hemisferio”. Según el “Informe sobre las Migraciones en el Mundo 2022”, Estados Unidos ha sido el primer destino de los migrantes internacionales desde 1970.

Pero, para el economista mexicano Jimy Cruz, “los migrantes tienen que ir donde haya oportunidades laborales y la ola migratoria no se va a contener mientras exista el estímulo de la gran demanda laboral de una economía como la de Estados Unidos, que se reactivó mucho más rápido que en el resto de los países de Latinoamérica”.

El experto también hace referencia a la denominada “Gran Renuncia”, un fenómeno por el que una importante cantidad de trabajadores estadounidenses han dejado sus empleos desde el comienzo de la pandemia alcanzando un récord de 4,5 millones en noviembre de 2021, informó esta semana la Oficina de Estadísticas Laborales.

Este panorama se presenta entonces como una oportunidad para los inmigrantes que podrían resolver la escasez de mano de obra en Estados Unidos específicamente en los sectores salud, computación y matemáticas, limpieza y mantenimiento de edificios. Un estudio difundido por el American Immigration Council calcula que “para 2030 habrá en ese país unos 165 millones de puestos de trabajo, y casi la mitad, unos 80 millones, estarán vacantes debido a las jubilaciones, cambios de carrera o las personas que simplemente abandonan el mercado laboral”.

Pero, por supuesto, la solución al desempleo en América Latina no puede pasar por la migración masiva a Estados Unidos, ni esta sociedad está dispuesta a recibirla. La falta de trabajo es una realidad con la que nos topamos cada día y que se traduce en una economía más vulnerable, en un desarrollo más lento, y en países que no ofrecen las condiciones para vivir con dignidad y mejores oportunidades. Urgen verdaderas soluciones.

 

* Miembro de la Mesa Editorial de CONNECTAS. Periodista. Corresponsal en Bolivia de la Voz de América (Washington), coordinadora del MediaLab en la Fundación para el Periodismo y docente universitaria. Fue editora web del diario Los Tiempos y gestora del LT DATA, primera unidad de datos de Bolivia en un medio. Publicó la investigación “Papeles de Panamá- Capítulo Bolivia”.