José Joaquín Pérez Saviñón, expresidente del Instituto Duartiano, fue despedido este viernes por sus familiares y amigos, en un acto fúnebre en que su hijo Alejandro Moliné dijo las palabras de despedida, destacando sus cualidades, vocación patriótica y su contribución a diferentes entidades de la sociedad dominicana, así como su simpatía por Juan Pablo Duarte, a quien idealizó y consideró un ser inmaculado.
“Hacia Juan Pablo Duarte sentía una pasión devocional. Lo consideraba un ser inmaculado y la figura modélica nacional, alguien extraordinario que dio casi todo por su país sin esperar nada a cambio”, dijo Moliné en sus palabras de despedida.
A continuación las palabras de Alejandro Moliné:
Muy buenos días,
En representación de nuestra familia, agradecemos mucho la presencia de todos ustedes y, particularmente, los homenajes a nuestro padre realizados por la Asociación de Scouts Dominicanos y el Instituto Duartiano.
También aprovechamos la ocasión para reconocer a Negra y María, quienes se encuentran entre nosotros, por las atenciones, el cariño y las alegrías que le brindaron en sus últimos años de vida, por lo que nuestra familia les estará por siempre agradecida.
Igualmente, quiero dar las gracias a mi madre, por ser una mujer tan abnegada y entregada a su familia y porque en muchas de las cosas que vamos a mencionar ella también tiene una cuota de responsabilidad.
Como muchos de ustedes saben, nuestro padre biológico falleció muy joven, quedando mi hermana y yo huérfanos muy temprano, pero tuvimos la suerte de encontrar a José, que cariñosamente llamamos “Pa”, quien se convirtió en nuestro verdadero padre en los hechos.
Nos conocimos pocos meses después de la guerra de abril y desde un primer momento Patricia y yo nos encariñamos con él, por su trato respetuoso y bondadoso.
Recuerdo una tarde que nos llevó a comer helado y cuando nos dejó de regreso, yo, con los ojos aguados, arrojé mi barquilla sobre el vidrio delantero de su carro, tal vez, demandando la presencia de una figura paterna en mi vida.
Tiempo después, nos mudamos juntos, ganando mi mamá un esposo, Patricia y yo un padre, y él, toda una familia que se ampliaría con sus nietos y biznietas, quienes estaríamos a su lado, queriéndolo y cuidándolo hasta el último de sus alientos.
Una familia que le regaló a su nieto Carlos Eduardo, tal vez la persona que más amó en su vida, y con quien desarrolló una relación tan especial que, siendo un gran liceísta de toda la vida, llegó a apenarse cuando el Licey le ganaba al Escogido porque conocía las simpatías de Carlos y de su hermano Javier.
Estos días posteriores a su partida, han sido duros para nuestra familia que ha tenido que empezar a adaptarse a su ausencia, pero han servido para aquilatar sus cualidades personales y para darnos cuenta de su gran influencia en nuestras vidas; lo que vamos a destacar en adelante.
A nuestro entender, la condición que mejor lo describía era su gran vocación de servicio. Parecía que su objetivo en la vida fuese ser útil y de provecho para otros, lo que trató de hacer hasta que sus fuerzas físicas y mentales menguaron y agotaron.
Desde muy joven se integró a organizaciones sociales, ayudando a crear y fortalecer algunas de ellas, y en su vida privada fue un amigo, un familiar y un vecino ejemplar, servicial y solidario.
Otra condición que lo adornó fue su honestidad e integridad personal. Donde quiera que manejó recursos públicos o sociales lo hizo de forma transparente y con una austeridad casi obsesiva. Cuando le asignaron un nuevo vehículo oficial, quiso que fuese modesto y pequeño, y cuando lo estacionaban cada tarde y los fines de semana, no se movía, aunque él tuviese necesidades personales.
En su vida privada fue también una persona frugal y austera. No comía en exceso y no recuerdo haberlo visto beber más de un vaso de cerveza o dos copas de vino. Nunca le interesó el lujo, la riqueza, las marcas, ni las grandes comodidades. No toleraba el desperdicio, le gustaba reciclar y nos enseñó a no dejar comida en el plato, alegando que era intolerable cuando había tantas personas pasando hambre en el mundo.
Él influyó en nuestro interés por la cultura y el conocimiento. Siendo pequeños nos regaló la serie Mis primeros conocimientos y La Enciclopedia Cumbre. Nos entregó su biblioteca de libros pulgas y recuerdo con añoranza una serie de clásicos ilustrados que nos compraba en la librería Amengual, así como las revistas que semanalmente adquiría en Macalé.
Con él iniciamos nuestra pasión familiar por la cosmología. Nos enseñó a mirar el cielo y a conocer y nombrar las constelaciones, a ubicar la estrella polar y a entender los cometas y sus visitas periódicas a nuestro sistema solar.
Particularmente, recuerdo cuando me explicó por primera vez el funcionamiento de una brújula, quedando fascinado al verificar que una fuerza invisible, como la ejercida por uno de los polos magnético de la tierra, situado a miles de kilómetros de distancia, podía actuar sobre un cuerpo material que tenía frente a mis ojos.
Otra de sus cualidades notables, fue su amor por los animales y el medio ambiente. Desde que lo conocimos tenía perros, gatos y frutales, pasión que junto a la jardinería cultivó con mi madre y el resto de la familia. Era débil con los animales, que lo querían mucho. Los consentía, llegando a romper sus rutinas alimenticias para darle, por la izquierda, un bolito de alimento que tomaba de su propia comida y preparaba con sus manos. Siguiendo parte de sus pasos, hoy día mi hermana pertenece a grupos de protección de animales y algunos de sus nietos han creado sistemas automáticos para alimentar gatos callejeros.
Con relación al medio ambiente, fue, junto a su querido hermano Manolo, las primeras personas que escuché hablar con una preocupación sentida sobre la deforestación, el secado de los ríos y la desertificación de la isla, a finales de los 60’s, cuando eran temas de pequeñas minorías. Fue cofundador del Instituto de Bioconservación del Medio Ambiente y organizó muchas excursiones para que jóvenes apreciaran los tesoros naturales de un país que siempre consideró muy hermoso.
Tal vez sin intensión, nos ayudó a despertar el interés por la política progresistas. Recuerdo la emoción que yo sentía cuando nos hablaba sobre el desembarco del Granma, la lucha en la Sierra Maestra, la batalla de Santa Clara, el primer discurso de Fidel en la Habana o la increíble epopeya del pueblo vietnamita por su reunificación.
También recuerdo la indignación y la impotencia familiar con la muerte de Goyito, con el 12 de enero, con el golpe contra Allende, con febrero y Caracoles y con el asesinato de Orlando Martínez. Como también nuestra inmensa alegría con el triunfo de Antonio Guzmán y la ampliación del horizonte de libertades nacionales.
Si lo fuese a clasificar políticamente diría que fue un gran socialdemócrata que creía en la liberación y la autodeterminación de los pueblos, y que rechazaba cualquier tipo de tiranía.
Durante la guerra de abril simpatizó con los constitucionalistas y con el coronel Caamaño, pero lo suyo no eran las armas, y se dedicó a organizar brigadas de rescates de heridos y jornadas de vacunación, de repartición de medicamentos y de saneamiento, por lo que recibió la más alta condecoración de los Scouts Dominicanos, “La Trinitaria de Plata”, así como reconocimientos de la Cruz Roja, de CARE y de otras instituciones.
Otro aspecto que lo caracterizaba era su gran amor por el país y por Juan Pablo Duarte. Él era un gran dominicanista interesado no solo en el territorio nacional y su gente, sino también en la diáspora y nuestras comunidades en el extranjero, así como por las actividades deportivas, artísticas, culturales o de cualquier tipo donde participaran dominicanos y dominicanas.
En nuestra familia nunca le escuchamos expresiones de desprecio hacia ningún ser humano por condiciones raciales o económica. Con relación al hermano pueblo haitiano, repetía que éramos un país pobre, con muchas necesidades insatisfechas y recursos limitados, por lo que no podíamos cargar más pesado, señalando que quienes tenían verdaderas responsabilidades eran las potencias occidentales que han estado presente en ese país a lo largo de su historia.
Hacia Juan Pablo Duarte sentía una pasión devocional. Lo consideraba un ser inmaculado y la figura modélica nacional, alguien extraordinario que dio casi todo por su país sin esperar nada a cambio.
Finalmente, para entenderlo mejor, es bueno ubicarlo en el contexto familiar en que nació, donde había algunas personas acaudaladas y allegadas al régimen del momento. Sin embargo, él nunca se aprovechó de esa situación y prefirió trillar un camino con sus convicciones propias que lo llevaron a convertirse en una persona de bien para la sociedad y el país que tanto amó.
Para terminar, quiero decir que él estaba lleno de cualidades que, de sembrarse y florecer en los jóvenes de hoy día, de seguro que tendríamos un país mejor y diferente.
Muchas gracias