Primero llegó él al pueblo, nadie sabía desde qué sitio. Luego llevó a su hermano mayor en edad, aunque de menor estatura. Eran delgados blancos, ojos azules, cabello rubio, lacio. Vistos como tipos raros en un contexto de mulatos y minoría negra, llovían las conjeturas sobre su procedencia. La pregunta martillaba en cada rincón del municipio cabecera Pedernales: ¿Por qué estos dos hombres misteriosos con fenotipo europeo fueron a recalar tan lejos, a la frontera sur? ¿Espías? ¿Españoles? ¿Nazis? ¿Locos?

El temor y el miedo crecieron entre la muchachada. El bullyng, la burla, también. Creían que eran para echar muchachitos los sacos de henequén o chan chan que, en su deambular por las anchas calles de la comarca, eternamente llevaban a cuestas estos dos hombres vestidos con ropas viejas XL y curtidos de tizne de los hornos de carbón vegetal.

Solo se sabía que al más joven le llamaban Mister Doche. Y al otro, Libro. Siempre andaban juntos, como uno. El primero, erguido; el segundo, cabizbajo, casi siempre mirando al suelo y aferrado al silencio.

Ángel María Peguero (Mister Doche).

¡Mister Doche, colorao, tiene el peo atorao! ¡Libro, libreta, cara de chancleta! Les voceaban los mozalbete mientras corrían en todas direcciones.

Un día e marcharon de la vida bajo el manto de leyendas urbanas adobadas con creencias populares. En el pueblo fronterizo con Haití, la real historia sigue desconocida a la vuelta de seis décadas.

En el imaginario del conocido periodista Adolfo Salomón,   nativo del municipio, aún vagan los rumores y los mitos en torno a dos personajes que marcaron la vida en la calle del Pedernales en las décadas del 60 y 70. Aún hoy, dice, percibe el rumoreo sobre la supuesta categoría de nazis atribuida a los ermitaños.

El periodista Adolfo Salomón.

“Nunca se supo de sus nombres ni exactamente de dónde venían. Se decía que eran europeos y habían huido de las guerras. Tengo un sutil recuerdo de mister Doche como un viejito blanco con ojos azules como el mar. Siempre andaba con un pantalón y camisa a todas leguas más grandes que él, lo que hacía suponer que eran regalados. Yo le tenía miedo a él y a Libro, otro viejito que siempre andaba con él. Siempre los veía por el frente del colmado de Dimas Gómez, al lado de donde vivía Geisy Heredia y mi hermano de padre Berlin, en una casa color azul donde vendían carbón. Solo recuerdo que cuando lo veía, me asustaba y huía del lugar”, relata.

Leovigildo Méndez (Rubio Gelín), 72 años, exgobernador de la provincia Pedernales, recuerda a la pareja que recorría a pasito lento las calles del municipio.

“Mister Doche era pacífico, pero Libro era agresivo. Así los veía. Pero un día, cuando cursábamos el cuarto curso, Tony Bemba, Toñito, Perci y yo, estábamos a la entrada a pueblo, cerca de donde estaba la granja, cerca de la bomba. Ahí había unas cañas sembradas. No recuerdo ahora si íbamos a marotear o a comprar… Más delante de nosotros iba caminando mister Doche. Él caminaba muchos kilómetros a pie. Hacía carbón, cortaba canelilla… Iba como rumbo a Los Olivares, o a los manglares, a hacer carbón. Yo nunca he boceado a las personas longevas, y así se lo he dicho a mis hijos. Pero resulta que Toñito, Perci y Tony le gritaron a él: ¡Mister Doche, colorao, tiene el peo atorao! Entonces él se devolvió con el machete en la mano. Eso fue en el área de la granja. La escuela nuestra (ahora liceo) nos quedaba muy cerca, en la Libertad, hacia el oeste. Nosotros veníamos despavoridos y logramos entrar a la escuela, que tenía su verja de alambres de púa y su puerta”.

Los mozalbetes pensaron que habían escapado a la persecución. Pero mister Doche, lleno de rabia, siguió y penetró al perímetro del centro educativo estatal.

Leovigildo Méndez.

“Nosotros nos metimos en el aula del fondo, al extremo del pasillo, que era el curso nuestro, el cuarto. Mister Doche llegó hasta ahí y lo sentíamos forzando con el machete en la mano. Suerte que el profesor Lupito (Milcíades Mancebo Pérez), que era un hombre que inspiraba respeto, intervino fuerte para que mister Doche desistiera de la idea. Estábamos en una gran desesperación. Un vigilante de nombre Meco, que no era de allá, ayudó a Lupito. Y después que lograron sacar a Mr. Doche, Lupito, que era un hombre fuerte con los alumnos, nos tragó a nosotros por nuestro mal comportamiento con ese hombre”.

Rubio Gelín afirma que mister Doche era un bueno, decente, a quien, años después, “viniendo yo de Oviedo para Pedernales, a la altura de La Vuelta de la Colmena, le vi a la orilla de la carretera con una mano ensangrentada y vendada con un trapo porque se había herido con el machete, y lo auxilié y lo llevé al hospital, donde lo dejé para que lo curaran”.

Para Leonardo Pérez, 72 años, licenciado en Ciencias Ambientales, “se trataba de dos pobres diablos, hermanos, dos infelices buscavida”.

Milagros Caraballo, 62, arquitecta, tiene vivo el imaginario de los jóvenes de la época.

“A mister Doche, como lo conocíamos, yo en principio le tenía temor, por no decir miedo, pero eso era producto de los  comentarios que se hacían. Luego conocí a sus hijos y todo ese temor desapareció. A Libro le tenía pena y no sé qué pasó con él. Le veía como un desamparado. Creía que vivía solo en un ranchito, al igual que Chirí, aunque de Chirí yo sabía más porque desde que tuve uso de razón trabajaba con mi mamá. A Libro, la familia fue después y lo buscó porque no quería  comer. Solo se mantenía con agua de azúcar con pan. Estaba bien flaquito, bien deteriorado, y más nunca supe de él. Libro, me dicen, era como de una gente extranjera, no sé si de españoles, esas gente no eran de por ahí”.

Marino José Vilomar.

Marino José Vilomar, 68 años, agrónomo: “Recuerdo muy bien a Mr. Doche y su hermano Libro. Supe luego que mister Doche fue funcionario de Alcoa y que por su color y sus ojos, la gente le puso ese nombre. En mi caso, nunca les molesté. De haberlo hecho, mi padre (Mirino) me habría castigado. Doche era molestado por los muchachos por las facciones que tenía (piel blanca, ojos azules y pelo rubio), pero que contrastaba con el tizne del carbón que siempre llevaba encima además de un saco que no se apeaba de sus hombros. Daba la impresión de que siempre estaba trabajando en los hornos de carbón. Doche no me parecía ni demente ni mendigo. En cambio, Libro parecía un poco desequilibrado, o quizá era la vejez. De igual manera, Libro llevaba un saco y los muchachos creíamos que era para llenarlo de muchachitos y llevarnos a algún lugar. Hoy los recuerdo y me impresiona su fenotipo. Esos hombres tan finos en un pueblo fronterizo donde todos éramos negros”.

El profesor Heráclito Ducledes Peña Adames, 85 años, exdirector de la escuela Hernando Gorjón y primer director del Liceo Pedernales, recuerda que Doche tenía hijos, “pero Libro no, era autista”.

El médico José Pérez Heredia, ya pensionado, cree, como el profesor Peña Adames, que Libro presentaba todos los síntomas compatibles con autismo.

“Lo que pasa es que esos hermanos  eran muy unidos, su mismo hermano, mister Doche, sin darse cuenta, lo socializó, andaban juntos para arriba y  para abajo, nunca lo desamparó”.

DESDE EL MISMO SUR

A mediados de los años 40 llegó a Pedernales atraído por el carbón, Ángel María Peguero Melo (1916). Ese hombre blanco había recorrido 147,7 kilómetros desde de su pueblo natal,  Estebanía, provincia Azua, al sureste, fundado en 1570 por una señora de nombre Bania.

Ángel María Peguero Melo (1916) casó en la comarca con Enumidia Mancebo Méndez (Miriam) (1938), hija de Miguel Ángel Mancebo Féliz (Moñón) y María Cinelandia Mancebo Méndez, hermana de La Tuba, Carmen y Mercedes. Con ella procreó tres: Daniel (Mister Water),Thelma o Isabel (La americana) y un tercero que murió muy pequeño. Bebedor de café y fumador empedernido durante mucho años, hasta que un día el dijo ya, no más, al cigarro. Tomaba un trago de ron, a veces.

No tardó en llevarse a Pedernales a su hermano inseparable Heriberto Peguero Melo (Libro), 5 años. Dejaba en su comunidad natal a sus hermanos y hermanas: Audelencia, Caridad, Luisa (Licha), Elenita (de crianza), Arcadio (Guandulito), Javier, Pedrito y Confesor. Luego se dispersaron. La madre y el padre de Ángel María eran de origen español.

Según su hija, Americana, 62 años, a Estebanía no podían entrar personas “de color”. Nada de negros, mulatos o “indiecitos”, salvo que quisieran ganarse una lluvia de pedradas. Solo cabían personas blancas con “pelo bueno” y ojos azules o, como poco, verdes, advierte.

En el portal de la alcaldía de Estebanía se destaca que “en la época de la colonización en el lugar se estableció un grupo de españoles que formó una pequeña comunidad colonial. Y lo hicieron en la zona actualmente conocida como Loma de Perro hacia el sur del poblado aborigen, donde convivieron con los indígenas habitantes de la zona, y de esta forma comienza el desarrollo del pueblo del Este/Noreste hacia el Sur/Suroeste”.

Está registrado como el tercer asentamiento más antiguo de la zona de Azua después del poblado de Barreras y Sepi-Sepi, donde han sido encontrados objetos que relacionan con los primeros pobladores de la isla, se destaca en la reseña.

Daniel Peguero Mancebo (Mister Water, apodo puesto por su padre), 67 años, chófer del camión recolector de desechos de la alcaldía, afirma que su progenitor trabajó en la minera estadounidense Alcoa Exploration Company a inicos de las operaciones de explotación y exportación por el muelle de Cabo Rojo, en 1959.

“Llegó a Pedernales mucho antes de esa fecha porque me  tuvo a mi en el 56. Supongo que llegó como 10 o 15 años antes, conoció como a los 26, supongo, a mi mamá y tuvo tres hijos con la mamá mía. Tuvo a Thelma o Isabel la Americana, uno que murió pequeño y a mi”.

COMO DOS GOTAS DE AGUA

Antonia Rocha (Japona).

Abrumado por el hacinamiento y la extrema pobreza, en Pedernales vivió con su familia en la antigua casetica de cemento de La Lechería, distribuidora estatal de leche a personas previamente identificadas, al fondo de la Gastón Fernando Deligne, al lado de Epifania Rocha, madre de Miguel Ángel Rocha (Color), esposo de la maestra y exgobernadora María de los Santos Acosta (Santo Color). En la esquina fue construido luego un local más amplio donde ha funcionado un colmado al por mayor y detalle.

“Mister Doche era compadre de mis padres. Don Color y doña Santo eran los padrinos de sus hijos Daniel y Americana (Thelma o Isabel) Peguero Mancebo. Él iba a mi casa cada noche, cada noche, a jugar dómino, y siempre en mi casa se le guardaba su cena aunque él comía donde María Muñón, porque él, al su mujer enfermarse de la mente y morir, María y Muñón se quedaron con su hija y sus dos muchachitos”, precisa Antonia Rocha (Japona), maestra nativa de Pedernales residente en Nueva York.

El centro de distribución del lácteo había estado originalmente hacia el norte de la calle Juan López, en la casa de dos habitaciones que, en 1957, había sido entregada a Gelín, quien había quedado sin marido y con su prole a cuesta. Ella fue relegada a una habitación, la cocina, el baño y la sala porque la otra sería usada como depósito de leche (La Lechería).

“Primero era de leche de vaca comprada a Rafael Vásquez y. tras este desaparecer con el ajusticiamiento de Trujillo (30 de mayo, 1961), llevaron diferentes marcas de leche en polvo como Lirio Blanco. Buenamoza era la encargada y mi mamá, que vivía con sus hijos en la otra habitación, era usada como empleada ganando como diez pesos y Buenamoza, 20. Entonces, creo, luego Balaguer hizo esa caseta estrechita con una puerta y mostradorcito que daba a la acera para que la gente desde ahí recibiera la leche”.

Japona asegura que Ángel María (Mister Doche) fue un incansable trabajador, honrado, excelente padre y esposo que jamás descuidó a sus hijos con la comida y sus necesidades.

“Le recuerdo a él cuando colocaba un anafe en la acera de la casetica donde vivían y cocinaba a su familia”, refiere.

Isabel Peguero Mancebo.

VIAJE HACIA EL OESTE

Viviendo en Estabanía, Ángel María había puesto la mira  en Pedernales para producir carbón vegetal y negociar. Y eso hizo. En busca de palos, caminaba kilómetros y más kilómetros hasta los manglares, Los Olivares, a los bosques secos (luego parque nacional Jaragua)… dondequiera que hubiera palos para cortar y fabricar sus hornos.  Con la venta mantuvo su hogar, hasta que un día Foresta le frenó.

Fue entonces cuando descubrió el valor en el mercado de la canelilla, hoja aromática usada para tés y otras bebidas, hoy casi extinguida para la explotación comercial posmoderna, pese a las restricciones del Parque Nacional Jaragua. Llenaba sacos y los llevaba a vender a la capital, si no llegaban compradores en camiones. En sus periplos por los montes agrestes, de paso, en las montañas recolectaba miel de abejas silvestres.

De acuerdo a Japona, él fue el primero en explotar la canelilla. Guardaba los sacos de carbón en el potrero de su padre Color y los de la hoja aromática donde su abuela Epifania.

En su afanar por conseguir el peso de la comida, Ángel María ingresó a la Alcoa a picar piedras a pura mandarria. Para los obreros, era un trabajo insoportable bajo un sol que achirraba hasta el tuétano. El agua para saciar la sed la colocaban debajo de un árbol cercano. El capataz actuaba como un troglodita. Cada minuto reclamaba en tono poco amigable, trabajar sin pausa. Ellos tenían agua en güiro bajo al sombra de un árbol cercano. Pausar e ir a tomarse un sorbo era imprescindible para no morir por deshidración.

El mastodonte era un gringo blanco, de pelo lacio y ojos azules. Ángel María contaba a sus hijos que el “americano” tenían gran parecido con él, tanto que los mismos obreros les confundían. Mr. Dodge (Mister Doch)  le llamaban al jefe.

“El capataz americano y mi papá eran idénticos. Un día, papá paró de picar piedras para ir a beber agua. Otros compañeros de él iban delante, pero cuando miraron pa atrás y lo vieron, se asustaron y dijeron: ¡Devuélvete, devuélvete, que ahí viene mister Doch. Creyeron que quien llegaba era Mister Dodge, y, muy asustados, bajaron las cabezas, pero quien venía detrás realmente era mi papá, que les dijo que no se preocuparan… De ahí le pusieron a mi papá Mister Doche, por el nombre del gringo que se parecía a él. Eran  como dos gotas de agua”, ha relatado Daniel Peguero Mancebo, a quien su padre encasquetó el apodo de Mister Water.

Luis Vencedor Bello (Vencito), quien ha defendido a su padre Vencedor Bello como pionero de la compañía estadounidense, desde los tiempos de exploración de la bauxita, asegura que antes del gerente general Patrick N. Hughson hubo un capataz de apellido Dodge.

“Sí, había un funcionario de Alcoa llamado Mister Dodge. Hughson llegó después, en el 1960. Dodge llegó antes, era jefe de topógrafos o ingenieros, algo así. Cuando Rafael Vargas, de los empleados mensuales, llegó a Cabo Rojo por primera vez, mister Dodge lo quería botar porque creía que no calificaba, pero mi papá Vencedor se negó a esa decisión. Ese fue uno de los primeros encontronazos que tuvo mi padre en la compañía. Esa historia me la contó Rafael Guerrero, abogado de la Alcoa. Cuando mister Dodge llegó a Cabo Rojo yo no había cumplido ni cuatro años”.

Daniel Peguero Mancebo.

DETRÁS DE LAS LEYENDAS

Americana, de piel blanca y cabello lacio, pero sin ojos azules ni verdes, sino miel, se fue a vivir hace tres décadas a Santa Cruz de El Seibo, 445 kilómetros al este donde siente que es archiconocida. Parió tres: la primera, 39 años, estudiante de medicina, retirada; un varón, ingeniero electromecánico, 37 años, y otra hembra, 30 años, bioanalista.

Su hermano vive en el pueblo y es chófer recolector de desechos de la alcaldía.

En la comunidad del este, con su familia ella ha vivido de su colmado y tiene fama por el té de raíces especiales (al que le ora y canta) para curar la próstata, dolores de menstruación, fibromas, miomas, quistes, piedras en los riñones,  sinusitis y todo tipo de bacterias. “Y lo vendo por vaso, medio, medio galón y un galón. Aquí viene mucha gente de todas partes… Soy muy conocida aquí, solo tienes que venir a la fortaleza y preguntar por mí. Ahí mismo hay motoconcho.

Testifica la calidad de su padre. “Era un trabajador incansable, honesto, honrado, buen hermano. Para mantenernos hacía carbón, vendía canelilla, hacía hoyos defondaos para inodoros (sépticos). Yo no sé cómo él se metía ahí, ni se veía allá abajo. Siempre nos decía: ¡Échense pa allá que se caen! Al hermano le pusieron Libro, creo, porque era muy inteligente. Esa familia siempre ha sido muy inteligente”.

Cuenta que “mis abuelos, la mamá y el papá de mi padre, eran de Estebanía y los de ellos llegaron de España. Eran gente blanca con los ojos  azules, aunque yo no los tengo así. Pero sí hijas  y nietas. Estebanía de Azua tiene una historia. Siempre mi padre  me la contaba. Ninguna persona de colores podía entrar. Dizque un indiecito, no… Ahí todo el que entraba tenía que ser blanco de los ojos azules o verdes, y rubio. Si no eran así, le caían a pedrá limpia… Por eso es que le dicen a los azuanos los tirapiedra. Ellos le caían a pedradas a la gente que no era como ellos. Tenían que casarse obligatoriamente ojos azules, verdes y rubios. Y por eso es que esa raza salía tan pura. Eso sí me lo contó mi papá”. Esa sangre es tan fuerte que, aunque mis hermanas y yo no las sacamos los ojos azules, las dos hembras hijas de ellas, sí; son rubias con los ojos azules y una nieta, también. Y la hija de ella, también”.

El ingeniero agrónomo Francisco Féliz Vallejo (Pabilo) narra que, “en mi niñez en Pedernales, cuando veía a estos personajes, mi miedo era terrible. Ellos solían visitar nuestra casa en el barrio Inés. Y la pregunta es por qué visitaban. Mi abuela era de Estebanía, Azua, nacida exactamente en el mismo año que Mister Doche. Se trataban como familia. Con la ventaja de que los hermanos podían visitar a su pueblo en Azua, pero mi abuela Carmen Matos Sánchez, no, no podía entrar al pueblo. Fue deshonrada por su familia por haberse casado con un hombre de su color, en este caso mi abuelo José Vallejo. Hasta el día de hoy, ningún descendiente de abuela ha conocido sus antepasados, que eran de origen español”.

En cuanto a Libro, su sobrina Thelma o Isabel (Americana), dice que “no me acuerdo mucho, solo algo. Estaba muy pequeña. No me le acercaba, le tenía miedo.  Creo que  yo tenía como seis años cuando él murió y que no duró mucho tiempo en Pedernales. No hay fotos de él, no hay. No se sabe en qué año murió. Yo sí sé que mi papá sufrió mucho la muerte de él. Lo quería demasiado. Yo sé que Libro se puso malo y lo llevaron a la capital. Él se murió en un hospital de la capital”.

El doctor José Pérez Heredia (Santo) relata que, a mediados de los años 70, cuando comenzaba sus  estudios de Medicina en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), vio una escena que le petrificó.

Doctor José Pérez Heredia (Santo).

“Sabes que cuando morían personas pobres en los hospitales públicos por causas que no fueran enfermedades infectocontagiosas, llevaban los  cadáveres que no eran reclamados por familiares o que eran donados, a las piletas con formol que  había en el sótano del Instituto de Anatomía de la UASD. En el segundo nivel se colocaban en camillas de concreto los cadáveres que nosotros debíamos estudiar bajo al tutoría de profesores y monitores. Yo soy matrícula 1974. Cuando entré la Facultad de Medicina (Facultad de Ciencias de la Salud), en 1975, estando en el Instituto de Anatomía (Anatomía I, II, y Neurología) y, de repente, me asombro y me pregunto: ¿Pero este es Libro, el hermano de Mr. Doche? Y lo confirmé. Era él. Fue un impacto muy grande para mí. Tú te imaginas, uno viene a estudiar Medicina, sale del colegio y entra a carrera y se encuentra con este caso de una persona que había hecho vida en el pueblo. Libro  siempre andaba callado, callado, cabizbajo”.

La tristeza se adueñó de mister Doche tras la muerte de su amado hermano. No volvería a ser el mismo. Murió en 1992, a los 87 años.

Los dos hermanos mitificados representan una estampa inextricable de  la cotidianidad del Pedernales de las décadas 60 y 70 del siglo XX, que aún generan preguntas. Mister Doche solo fue un hombre que, abrumado por el empobrecimiento, miró hacia el sur y viajó hacia él en busca de mejor vida. Y se llevó con él a Libro.