La travesía era larga y dura. Un camino de herradura de 72 kilómetros, que culebreaba entre pinares, despeñaderos, cambrones y manglares, representaba un desafío de 24 horas de viaje, cada vez, para Manito, el hombre menudo y flaco que, a finales de los años 50, sobre una mula gigante del Gobierno, iba hasta el rancho de Bucampolo o Las Mercedes, 15 kilómetros al noreste de la comarca, para recibir la valija del emisario que bajaba desde Duvergé, por Puerto Escondido y Aceitillar, rondando Pelempito, en la sierra Baoruco.
“Ese hombre, de tan chiquito y flaquito, se veía como un punto cuando se montaba en ese animal tan grande”, evoca Miguel Pérez, y ríe.
Para recorrer sin mayores riesgos el sinuoso relieve, el mensajero o chasqui salía en la tarde, en que el sol y el calor resultaban soportables, y se quedaba a dormir en el sitio hasta el amanecer del regreso para distribuir las cartas. Mismo paradero usaban los colonos del 27 y los monteadores, para su parada técnica a la espera de las horas más frescas.
“Las valijas podían tener cartas hacia Los Arroyos, Villa Aida (la zona más alta de la loma), Flor de Oro o Mencía y Aguas Negras, en la sierra. En Villa Aida, lo que había era militares, era un puesto, pero en las otras comunidades vivían familias de agricultores. En ese tiempo ya había el teléfono y se podía enviar telefonemas, eran unos alambres con unos postes, pero a la gente le gustaba enviar sus cartas. La comunicación era muy lenta”, recuerda Pérez
A la vuelta de las décadas, sin servicio eléctrico, con carretera en construcción abandonada y ningún motivo para vivir allí con dignidad, habitada por unos cuantos dominicanos y muchos haitianos, a expensas de la prostitución y los vicios, a 15 kilómetros al noreste del pueblo, existe la histórica sección Las Mercedes (antiguo Bucampolo), al oeste de la súper carretera de la bauxita construida a mediados de los años 50 por la minera estadounidense Alcoa Exploration Company para transportar la bauxita explotada hasta su muelle de Cabo Rojo, ahora en proceso de adecuación a terminal de cruceros.
Frente a ella ha pasado en grandes camiones toda la riqueza minera del pueblo, si no la han sacado de su entorno; mas, apenas recientemente vio agua en tubería gracias a un pozo tubular hecho por la ONG Nature Power Foundation.
Justo a su costado este, el semillero de cráteres y filones de rocas verticales desnudadas de su ropaje de tierra rojo intenso, testigo mudo de la extracción durante casi medio siglo de toneladas bauxita y otros minerales, que las autoridades presentarán a los turistas como atractivo.
PERIPECIAS DEL CORREO
El camino carretero Oviedo-Pedernales había sido abierto en 1937 por pobladores originarios de la comarca. El primer vehículo de un civil en Pedernales sería llevado a través de esa vía, en 1947, por Maximiliano Fernández.
Antes, sólo la guardia había llevado los suyos, provocando asombro y algarabía en los lugareños. Desde los años 50, los hermanos Guarionex y Amadito Victoria, a quienes la comunidad llamaba los turcos de Barahona. Guarionex tenía el contrato del servicio, pero Amadito generalmente era el conductor, auxiliado por Guarionex. Y no era a lomo de mulos.
“Los primeros choferes que yo pude conocer y viajar, eran los Victoriá, unos árabes de Barahona que viajaban haciendo el correo Barahona-Pedernales en un tubo, o sea, un minibús largo, y después en un camioncito Chrevrolet amarillo”, cuenta el espigado Fernelis Dotel, 76 años, uno de los primeros conductores de carros del transporte de pasajeros (1964), gobernador durante la gestión de gobierno de Salvador Jorge Blanco (1982-1986) y jugador activo de softball.
Elsa Pérez precisa: “El correo se hacía en un camión amarillo intenso, con barandas de madera”.
Sara Nin, 68 años, odontóloga con muchos años de residencia en España, no olvida el drama de sus viajes a Barahona, a puro sol, saltando entre piedras y hoyos y con el estómago y la cabeza como un remolino.
“Era muy duro, de mucho sol, de mucho calor, porque montada atrás, en la caja de madera de un camioncito que tenía Guarionex, color naranja viejo. Él dejaba a uno en el sol. Uno salía de madrugada y llegaba oscureciendo a Barahona, cansado, y más yo, que vomitaba tanto, llegaba muerta. Había una subida, que le decían la subida del burro, y teníamos que apearnos, para que el camión subiera vacío. Eso fue a finales de los 50”.
Nin también recuerda a Ney, el chófer del “yip” que llegaba desde Barahona y viajaba desde Pedernales hasta Angostura, una vez a la semana.
“Llegábamos molidas, tenían que sacarnos cargadas. También recuerdo los viajes a Barahona con Odalís, muy lento, cansón, en un carro grande, color como azul con blanco”.
CARRERA SIN BONETE
La carretera hasta la capital era un laberinto, más en el tramo hasta Enriquillo. El transporte de pasajeros en vehículos motor se fortaleció desde los años 60 y requirió de chóferes con sobradas destrezas y sentido de responsabilidad. La ruta no aceptaba un segundo de descuido.
Además de los Victoria, viajaban, entre otros: Miguel Pata Prieta, Luis Casquito, Bulú, de Barahona, Chanflín, Damero Pérez, Odalis Miranda, Zequi Sarraf, la puerca prieta de Valdez (furgoneta), Aponte, Eloy,Antonio García, Cafemba, Freddy y Hostico.
El ritual comenzaba a las 2 de la madrugada con la primera ronda de visita a cada casa de viajero anotado en la víspera en una lista, para despertarle e informarle que regresarían a las 3:30 o 4 a.m. para abordar e iniciar el “vía crucis”.
“Cuando se comenzó a viajar para Santo Domingo, se iban el lunes y regresaban el martes; iban el miércoles y regresaban el jueves, e iban el viernes y regresaban sábado. Eran tres viajes y el pasaje costaba 2.25 pesos, pero se llevaba gente hasta 1.75. Y había que buscarlos y llevarlos a la puerta de su casa, sin importar el barrio que fuera en Santo Domingo y en Pedernales… Pero el pasaje, la última vez que subió, llegó a 4 pesos. Pero uno los llevaba por tres y medio y tres 25, y había que llevar a la gente a su casa”, relata Dotel.
A él se le tildó como chofer de “pata caliente” porque le gustaba la velocidad. Y muy servicial porque nunca ponía pero a los clientes, sin importar día, horario ni pasaje.
Hizo sus pinitos al volante en la carretera de manera fortuita, menor de edad y sin licencia. En realidad, el chofer era su tío Glory, quien, para aprovechar el sueño tras su habitual bebentina, le enviaba en la madrugada a avisar a los pasajeros y luego a montarles. Pero el tío quedaba dormido profundamente y el avispado Fernelis se atribuía la responsabilidad de viajar, sin ninguna experiencia.
“La carretera era agreste y mala, con trillitos desde Pedernales a Enriquillo, y desde Enriquillo hasta Barahona, un poquito más estable, pero muy mala también. Los primeros choferes que conocí fueron: Odalis Miranda, que tenía un Chevrolet blanco 1972; Manolín, de Barahona, que andaba en un carro negro que le decían el P-51, porque parecía un avión. Luis Casquito, uno de los primeros, tenía un Chevrolet 62; Antonio García, un Chevrolet 66, viajaba sólo para beber; el papá de la mujer de Rafael Nenena; Cafemba poseía un Impala 64 y luego uno del 66; Miguel Pata Prieta, un Valiant 71; Hostico, un Datsun 1200, que duraba como nueve horas en el camino . Yo comencé en un carrito Nissan Escailan, que era de Genaro Pérez (Macorís); Luego yo manejaba un Chevrolet Impala 68 y, desde entonces, Miguel Pata Prieta y yo hacíamos en 5 horas y 5 horas y media, y los otros en seis y media y siete horas. Después apareció Viela que viajaba en un Impala 72, y Antonio el hijo de Marchena. ”.
No hubo rumba de accidentes fatales como en estos tiempos, pese a algunos atrevimientos que Fernelis atribuye a calentura de juventud.
Evoca aquel día en que, viajando desde la capital cargado de estudiantes, apostó con Antonio el de Cubana a quien llegara primero a Pedernales. Él un Chevrolet del 64 y Antonio en uno del 66. En plena recta Baní-Azua, al vehículo de Fernelis se le levantó el bonete.
“Y no veía nada; entonces, saqué la cabeza para ver, y pude orillarme en una bomba. Para que él no me ganara, quité la pieza, la dejé guardada allí y seguí a alta velocidad, y los estudiantes que iban conmigo, muy contentos. Así llegué a Pedernales y gané la carrera”.
“Luego, en Santo Domingo, yo alquilé un Chevrolet Impala 68, por 60 pesos semanal. Un flete a Pedernales Santo Domingo costaba 20 y 25 pesos. La carretera no servía, había que buscar laditos, había muchos hoyos y piedras. Otros hacían el viaje en 3 horas y media y 4; Miguel Pata Prieta y yo, en dos y dos y 45. Los que más rápido lo hacían eran unos carritos que les le llamaban telegramas del Cibao, unos Austin, unos carritos altos y duros”.
Idarme Pérez (Damero), 77 años, poseía un Austin. Comenzó el oficio en el 63 y terminó en el 67, en que ingresó como chofer a la minera Alcoa.
“Yo iba y venía a Barahona, y si hallaba viaje, volvía y amanecía aquí. Si estaba lloviendo, nos cogíamos hasta cinco horas de viaje, patinando y apagándose el carro en esas lagunas. En San Rafael se derrumba todo. Gracias a Dios, nunca tuve ningún percance. Un día, antes del ciclón Inés (29 de septiembre de 1966), en la recta de Sansón se le rompió al carro un centro de muelle. Y lo buscamos. Esto ha cambiado un mundo. Cuando hicieron la carretera, yo lo hacía en una hora y pico. Ahora, en dos en dos horas y pico porque hay muchos hoyos y policías acostados. Eso le lleva tiempo a uno”.
LOS FLETES DE CAMPECHE
El ingreso a la línea Estrella Blanca, con sede en la calle Emilio Prud Homme esquina Mella, en Santo Domingo, era un objetivo de los choferes de la época.
Tenía la ruta oficializada para Barahona-San Juan y Santiago. Pero había parámetros que cumplir: carros grandes, en condiciones y cinco pasajeros a bordo (tres en el asiento trasero, dos delante), y seis, si era a Pedernales, por la distancia.
“En Barahona había como siete carros adscritos y tenían un sello que los identificaba. El primero de Pedernales en lograr la admisión fue Luis Casquito; luego ingresó Miguel Pata Prieta; y después yo, con mucho esfuerzo. Pero el pasaje, la última vez que subió, llegó a 4 pesos, y uno los llevaba por tres pesos y medio y hasta por menos”.
Luego fue creada la línea Pedernales, que tenía parada en la calle Teniente Amado García Guerrero esquina 27 de Febrero, de la capital y, en Barahona, una frente a la Estrella Blanca, en el parque central, y otra en el puente Birán, frente al taller de Nolin.
Los chóferes ansiaban los días en que había pedido de flete de mujeres de la capital para el popular lupanar de Campeche, ubicado en las afueras de la ciudad de Pedernales, al noreste del barrio Alcoa.
“Los pasajeros mejor pagados era cuando se traía un pedido de mujeres de Campeche.
Y cuenta la anécdota del pasajero que jamás había montado en un carro: “Era de la loma. Le avisamos que saldríamos de Pedernales de 2:30 a 3 de la madrugada. Parece que nunca se había montado en los carros. Se me subió con los pies en el asiento, hasta que una hija le explicó”.
Amante de la velocidad, Fernelis no evadía propuesta de competencia.
“Yo corría bastante, y, una vez, un muchacho que trabajaba en la Alcoa, en Cabo Rojo, a quien le decían Juan va creciendo. Él tenía un motor que se presumía era el más veloz y grande que había llegado a Pedernales. Entonces, se pactó una carrera. Él en su motor, y yo, en un Valiant. Los alcoeros trataron la carrera y me le hicieron una revisión al carro. Él decía que hacía el trayecto hasta Barahona en una 1 hora y 32 minutos; entonces, a mi mandaron a ver en cuánto yo lo haría desde parque del pueblo, y lo hice en 1 hora y 25 minutos. Eran fuegos de juventud”.
Roberto Reyna, sociólogo, exrector de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, ha visitado Pedernales este domingo 28 de enero.
“Para mí, ha sido muy sorprendente que estas obras tengan cinco años, ocho años, nueve años, doce años, que, a estas alturas, estén en tan malas condiciones. El puerto de Cabo Rojo, que era una de las metas del viaje en este momento, el llegar allá ha sido realmente un verdadero infierno porque la ruta está en construcción, los desvíos son prácticamente intransitables”.
Con dejo de decepción, plantea el catedrático: “El tipo de vehículos en que ando, me permitió llegar, pero me he llevado la sorpresa de que no hay acceso al puerto, y que todas las infraestructuras que están ahí, no están disponibles todavía. Espero que esas obras las terminen lo más pronto posible, para nosotros regresar y disfrutar. Había visto que había llegado un crucero y pensaba que estaba en funcionamiento todo esto, pero me he dado cuenta que no. Pedernales está despertando, pero espero que ese despertar no sea muy lento, porque ya es tiempo”.