Un día como hoy, hace justamente 100 años, la ciudad de Santo Domingo fue escenario de la fiesta religiosa más trascendente del país durante el siglo XX. Nos referimos a la Canónica Coronación de la venerada imagen de nuestra señora de la Altagracia. En esa ocasión la autoridad máxima de la iglesia católica dominicana era el arzobispo Adolfo Noel.

El proyecto de la coronación de la virgen de la Altagracia está vinculado a la veneración que fue inculcada a muchos pueblos de América por el clero católico que acompañó a los conquistadores españoles durante el siglo XVI.

La fe mariana fue manifestándose durante todo el periodo colonial, a través de las “apariciones milagrosas” de la virgen María ocurridas en diferentes lugares de las tierras colonizadas y conquistadas por los españoles con la combinación de la espada y la cruz.

Tales visiones mariológicas ocurren en Cuba con la virgen de la caridad del cobre, en México con la virgen de Guadalupe, en Colombia con la de Chiquinquirá, para solo mencionar algunas.

Cuenta la tradición que la curiosa aparición de la imagen de la virgen de Nuestra Señora de la Altagracia en la Isla Hispaniola data de finales del Siglo XVI. Todo ocurrió dentro del antiguo Cacicazgo de Higuey, cuando uno de los primeros pobladores españoles de aquella región, que había procreado una familia poco numerosa, solo tenía dos hijas muy jóvenes: una dada a toda clase de diversiones, la otra humilde de corazón y consagrada a las ocupaciones del hogar y al ejercicio de la piedad cristiana.

El mencionado señor hacia frecuentes viajes desde su comarca hasta la ciudad del Ozama donde vendía y cambiaba los frutos de su hacienda por las más diversas provisiones para su familia. Cada vez que se despedía de sus hijas antes de emprender el viaje a la capital, la mayor le solicitaba regalos propios de una joven que deseaba lucir su belleza, en cambio la niña, como le decían a la menor, solo le pedía a su padre una imagen de la virgen de la Altagracia. Lo extraño de esta petición era que la invocación a esa imagen era desconocida, no solo por el amoroso padre, sino también por las autoridades religiosas de la antigua colonia española.

En uno de esos viajes a Santo Domingo, el padre de familia al que hacemos referencia, ya de regreso y decepcionado por no poder llevar el regalo que insistentemente pedía su niña y alojado en una posada del camino, contó a los dueños de la misma acerca de ese tema, “cuando de sorpresa un anciano de larga y blanca barba, con un pergamino enrollado en una de sus manos , apoyándose en una vara en el dintel de la puerta y dirigiéndose al huésped dijo: “Aquí tiene el encargo de la niña, emprende enseguida el camino, que Dios te bendice y su madre santísima te guía”, desapareciendo al instante.

“Cuál no sería la sorpresa de esa pobre gente cuando al desenrollar el lienzo dejado por anciano desconocido, ante sus ojos tenían la imagen de la virgen María, en piadosa contemplación del niño Jesús, velado por San José y todos alumbrando por la luz de una estrella lejana”.

Aquel hombre muy feliz de regreso a su hogar con el regalo ansiado por su niña, la que fue a su encuentro al divisarlo en el camino y antes de la llegada, debajo de un naranjo, recibió el pergamino, ella llena de júbilo, con lágrimas de fe, besó la imagen repetidamente e hizo que la suspendieran de las ramas del naranjo y desde aquel momento la imagen de la Virgen de la Altagracia comenzó a venerarse en Higuey y luego este culto se extendió por toda la Isla”.

Luego, en el lugar donde estaba el naranjo y se vio la imagen por primera vez, se levantó un hermoso santuario a la Virgen de la Altagracia. Allí durante siglos reposó la imagen en un restablo orlado con un marco de oro con piedras preciosas en que la figura la sagrada imagen de 24 pulgadas de alto por 20 de ancho”. En ese lugar se construyó luego la hoy majestuosa basílica de Higuey.

Durante cuatro siglos la veneración del pueblo dominicano se ha ido cimentando, evidentemente, animada por la iglesia católica dominicana y los testimonios de los fieles creyentes acerca de los milagros y favores recibidos a través de esa imagen milagrosa, cuyo santuario es destinos de millares de peregrinos, quienes acuden hasta allí, ora a implorar algún milagro para aliviar una enfermedad o algún tipo de penuria o para dar gracia por los favores recibidos.

No puedo dejar pasar la ocasión para relatarle una historia de mi familia por parte de mi padre Wenceslao Lara y que está asociada con la Virgen de la Altagracia. De acuerdo a mi papá los hechos fueron los siguientes:

“Nosotros vivíamos en la capital en los tiempos de la primera intervención norteamericana; la casa nuestra estaba en la Calle Padre Billini cuando a mi hermana Evita le comenzaron unas fiebres cuando tenía unos doce años; no se supo exactamente qué la había enfermado, pero ocurrió que a causa de esa rara dolencia ella quedó paralítica, postrada sin poder caminar. A Evita la examinaron todos los médicos conocidos de la ciudad de Santo Domingo de esa época; ninguno de ellos pudo encontrar cura para ese malestar, a tal punto que ya la familia estaba resignada a cuidar a la paralítica por toda su vida".

Los Lara era una familia cristiana devota, como casi todas las de la época, y para la ocasión de la anunciada coronación de la Virgen de la Altagracia en la Puerta del Conde, a unas cuatro cuadras de donde residían, decidieron llevar a la paralítica cargada en parihuela al evento para implorarle un milagro a la virgen. Evita a su vez le hizo la promesa a la Virgen de la Altagracia de que, si ocurría el milagro, ella se dedicaría a servir a la iglesia y haría voto de castidad.

Efectivamente, después de la invocación a la virgen, Evita se levantó de la parihuela y salió caminando llena de alegría. Yo conocí a esa tía desde mi nacimiento; ella nunca se casó, no se supo si tuvo alguno noviazgo y su vida transcurrió entre ir a la iglesia todos los domingos y fiestas de guardar, poner inyecciones a domicilio y dirigir una comunidad familiar compuesta por mi abuela Evangelina, dos hermanas jamonas también y algunas sobrinas huérfana.

Yo nunca le di importancia a ese relato de mi padre, hasta que en el año 2003 yo compré un apartamento, en la Avenida Bolívar, cerca de la Avenida Máximo Gómez, el inmueble a la sazón estaba deshabitado y en estado de abandono al momento que me lo entregaron.

Cuando inicié el proceso de limpieza del mismo, encontré un montón de libros y revistas, de seguro pertenecientes a los antiguos habitantes de ese lugar. Yo tengo la costumbre de hojear cualquier libro que encuentre, cuando en esos afanes me llamo la atención un libraco con una portada que decía “ALBUM DE LA CORONACION DE NUESTRA SEÑORA DE LA ALTAGRACIA”, lo abrí y lo primero que veo en la página 101 es un título escrito en letras góticas que decía “La Srita Evangelina Lara Solano”.

Comienzo a leer lo que decía el texto, se trataba de una “carta” que estaba dirigida al Pbro. Eliseo Pérez Sánchez, Secretario de Cámara y Gobierno del Arzobispado de Santo Domingo, la misma estaba “firmada” por Evangelina Lara Solano. A continuación, la copia in extenso de ese escrito:


Amable lector, después de haber leído esta “carta testimonio”, escrita por mi tía Evita a petición del Pbro. Eliseo Pérez Sánchez, es casi seguro que haya quedado altamente impresionado por la correcta forma de redactar que muestra esa joven de apenas diecisiete años, por demás impedida de asistir a la escuela debido a su condición de minusválida.

Si Evita escribió realmente esa carta, sería por inspiración divina porque esa joven no tuvo la oportunidad de alfabetizarse, en razón que a principios del siglo XX no existían en nuestro país escuelas especiales para niños y niñas con minusvalía y muy pocos infantes y adolescentes pobres asistían a la escuela.

Para concluir, doy fe de que conocí bien a mi tía Evita, la cual era semianalfabeta, un poco reservada y con cierta inteligencia social pulida de tanto ir a la iglesia.

Por lo tanto, afirmo que ella no escribió esa carta, aunque si es verdad que tuvo parálisis de las extremidades inferiores por unos tres años y que pudo caminar el día de la coronación, aunque no sé si ocurrió un milagro o si la ciencia tiene alguna explicación para lo sucedido.

Juzguen ustedes mismos.