La comparación con las cifras del pasado jueves 23 de marzo son inevitables: el número de manifestantes este martes se ha reducido a la mitad en toda Francia. Sin embargo, la violencia sigue presente.

Cuando la noche empieza a caer en París, la nube de gas lacrimógeno inunda ya el boulevard Voltaire y la Plaza Nation. Se trata de los primeros choques entre los agentes de policía y los manifestantes más radicales, encapuchados y vestidos completamente de negro. Comienzan también los incendios, los saqueos y destrozos, en un escenario que ya se ha vuelto cotidiano en Francia durante las últimas semanas.

Cientos de miles de personas salieron de nuevo a las calles para reclamar el retiro de la polémica Reforma de Jubilaciones que plantea retrasar la edad de retiro de 62 a 64 años. Pero comparativamente con lo que se vio el pasado jueves 23 de marzo, hoy se cuentan menos.

La unión de sindicatos apunta a una cifra de 450.000 manifestantes sólo en la capital francesa, mientras la prefectura da una cifra mucho más baja de 93.000 personas. Para todo el territorio nacional, la poderosa Confederación General del Trabajo (CGT) asegura haber reunido más de 2 millones de manifestantes (contra 3 millones y medios el pasado en la protesta anterior), mientras el ministerio del Interior fija la participación en 740.000 personas, mucho más baja que la registrada el jueves pasado: más de un millón de personas.

En cualquier caso, se trata de una protesta menos nutrida. Y para ello se puede definir dos posibles razones: la primera es de orden económico, ya que cada jornada de huelga es descontada de la paga del mes del trabajador. Si se acumulan varios días de paro, el salario comienza a resentirse y la causa pierde fuerza. Si bien la indignación es un fuerte estímulo para seguir paralizando al país, el bolsillo recuerda a los huelguistas que todo tiene un límite.

La segunda razón es el incremento de la violencia. Las imágenes de comercios saqueados, incendios y kioscos rotos son, sin duda, las que le han dado la vuelta al mundo. Sin embargo, durante la jornada, cientos de miles de personas como maestros, trabajadores de la construcción, de la cultura, estudiantes y jubilados, marchan pacíficamente sin romper un solo vidrio. Son ellos los que prefieren desligarse de lado violento de la manifestación por razones ideológicas y también de seguridad.

No es casualidad que el ministro del Interior, Gérald Darmanin, haya reforzado este martes las filas de las fuerzas del orden: 13.000 agentes en un "dispositivo de seguridad inédito", especialmente para hacer frente a los llamados “casseurs” o “rompedores”.

Por el lado de los jóvenes, la participación también fue más baja que el jueves pasado: la Unión Nacional de Estudiantes de Francia (UNEF) cuenta 400.000 jóvenes en toda Francia, de los cuales 70.000 desfilaron en París. El 23 de marzo, sumaban 500.000 estudiantes a nivel nacional y 150.000 en la capital. Sin embargo, los jóvenes se han sumado a a la protesta por otra vía: bloqueando más de 100 liceos y universidades.

Además, las protestas adquieren desde hace semanas múltiples formas: bajadas de producción eléctrica, 15% de gasolineras sin combustible, trenes y vuelos anulados, transporte público de París perturbado e incluso la Torre Eiffel cerrada este martes.

Los recolectores de París decidieron poner fin el próximo miércoles a tres semanas de huelga, que dejaron miles de toneladas de basura acumuladas en las calles, pero con el objetivo con regresar a la lucha "con más fuerza", según los sindicatos.