Dos acontecimientos marcaron la semana de Macron: la reapertura de Notre Dame de París, cinco años después del incendio, y el gran terremoto político tras la caída del gobierno del primer ministro Michel Barnier. La restauración de la catedral de París en un tiempo récord, hecho muy elogiado, de un lado, y la crisis política, del otro. Crónica de Valérie Gas, periodista de RFI.

La restauración de Notre Dame en un tiempo récord pone a Francia en la cima; otro acontecimiento, en cambio, la sitúa en un estado de inestabilidad y nerviosismo. Este momento es casi una metáfora de la presidencia de Macron.

La expresión que se ha convertido en lema de su doble mandato, el "al mismo tiempo", adquiere una significación particularmente elocuente, pues mezcla el esplendor y la decadencia para un presidente atrapado por una agenda política tumultuosa justo cuando celebra uno de los eventos más destacados de sus dos mandatos.

Cuando la catedral de Notre Dame de París se incendió, Macron salía de la crisis de los "chalecos amarillos". El mandatario debía dirigirse a los franceses en un discurso televisado que estaba grabado, pero que nunca se emitió, porque al ver las llamas destruir el emblemático edificio religioso de la capital, el jefe de Estado cambió de estrategia de inmediato. Se dirigió a la catedral en llamas y anunció su ambición: reconstruir y reabrir la catedral en cinco años. Una apuesta que muchos creían irrealizable, pero que se ha convertido en una promesa finalmente cumplida.

Reapertura de Notre Dame y censura del gobierno Barnier

Lo irónico de la situación radica en que, cinco años después del incendio, justo cuando se celebra la reconstrucción de Notre Dame, el jefe de Estado tuvo que dirigirse a los franceses para hablarles de una nueva crisis.

Se trata de una crisis política inédita: la caída del gobierno por una censura votada por la extrema derecha y la extrema izquierda. Desde 1962 Francia no experimentaba la caída de un gobierno. Esta situación deriva de haber disuelto la Asamblea Nacional. Esa decisión vuelve una y otra vez como un boomerang a golpear al presidente. Con Michel Barnier censurado tras tres meses de esfuerzos inútiles por aprobar un presupuesto, la presión crece nuevamente sobre Macron, obligándolo a pronunciar un discurso para tranquilizar a los franceses preocupados por la inestabilidad gubernamental, en un momento en que las miradas del mundo entero se dirigían hacia París y su monumento restaurado por artesanos de primera categoría. De manera simultánea, el mandatario tiene que proponer a un nuevo jefe de gobierno.

La censura ensombrece la fiesta 

¿Está arruinada la celebración de la reapertura de Notre Dame? Está, al menos, eclipsada. El mensaje está distorsionado. La gran gala diplomática con Trump, el presidente electo estadounidense, como invitado de honor, junto con un séquito de personalidades venidas de todo el mundo, que Macron había organizado para la ocasión, fue golpeada por la crisis política que refleja la imagen de un país en suspenso, amenazado por censuras repetidas y un presidente desgastado, debilitado, siendo que él soñaba con encarnar a un jefe de Estado capaz de hacer brillar las "glorias francesas". Son las glorias y las miserias del destino de Macron.