El 26 de enero, los electores bielorrusos están llamados a votar en las elecciones presidenciales. Como viene denunciando la comunidad internacional desde hace décadas, Alexander Lukashenko va a ser reelegido para otro mandato, el séptimo consecutivo, al frente de un país considerado satélite de Rusia, gracias a un proceso electoral que no es ni libre ni justo. Un país donde la oposición es víctima de una feroz represión.
Por Romain Lemaresquier
Lleva en el poder desde 1994. Alexander Lukashenko es ya el dirigente más longevo de las antiguas repúblicas soviéticas. A sus 70 años, sigue gobernando con puño de hierro un régimen considerado por muchos el más autoritario de Europa, y se presenta sin oposición real a estas elecciones presidenciales. Lógicamente, debería ser reelegido para un séptimo mandato al frente de un país cuyo régimen se ha endurecido aún más desde agosto de 2020, tras unas últimas elecciones empañadas por numerosos fraudes.
“A menudo, cuando hablamos de Bielorrusia, hablamos de una especie de acuerdo tácito que existía más o menos con las clases medias bielorrusas, o al menos que permitió la aparición de estas clases medias bielorrusas, que podían moverse con bastante libertad en aquella época y, por lo tanto, podían ganarse la vida con bastante facilidad. Pero a cambio, obviamente, no tenía ambiciones políticas. Fue este pacto el que, desde el punto de vista de Alexander Lukashenko, se rompió en 2020, cuando muchos ciudadanos bielorrusos expresaron sus reivindicaciones políticas”, afirma Olga Gille-Belova, doctora en Ciencias Políticas y profesora en la Universidad de Burdeos-Montaigne.
Una oposición amordazada, en el exilio o en la cárcel
La feroz represión que siguió a estas manifestaciones sin precedentes permitió a Alexander Lukashenko aplastar cualquier oposición. Mientras que algunos de estos opositores han sido detenidos y se encuentran ahora en prisión, otros han conseguido huir. “A partir del otoño de 2020, miles de bielorrusos, decenas de miles en realidad, huyeron del país por miedo a la represión, el encarcelamiento, la tortura y las amenazas a sus familias, y muchos llegaron a Lituania, Polonia y también a Georgia”, explica Ronan Hervouet, sociólogo y profesor de la Universidad de Burdeos-Montaigne que actualmente lleva a cabo una investigación sobre los exiliados bielorrusos. Al principio, estas personas siguieron participando en formas de movilización, manifestaciones, apoyo a los presos políticos, etcétera. Pero pronto se dieron cuenta de que no se sentían seguros, ni siquiera en los países de acogida. Temían que su movilización en el extranjero pudiera perjudicar a sus seres queridos. Hoy, la movilización y la acción contra el régimen parecen extremadamente difíciles de llevar a cabo colectivamente, tanto dentro del país como desde el extranjero».
La dependencia de Rusia va de la mano de la represión
Svetlana Tijanovskaya, considerada la líder de la oposición bielorrusa y opositora al presidente saliente en 2020, sigue luchando, pero en el exilio. De este modo, Alexander Lukashenko se queda hoy sin adversario y pretende seguir en la misma línea, es decir, avanzando de la mano de la Rusia de Vladimir Putin, de la que Bielorrusia no puede prescindir hoy. “La dependencia de Rusia es mucho mayor. La dependencia militar, la dependencia estratégica y la dependencia económica, que ya existían antes, se han hecho mucho más fuertes desde 2022”, afirma Olga Gille-Belova.
Alexander Lukashenko está aplicando ahora el método Putin. Así que es el miedo lo que domina el país. Tanto es así que, este año, nadie espera que los bielorrusos descontentos salgan a la calle tras las elecciones. “Hay tal grado de represión… La persecución ha sido total y sigue siéndolo. Hay 1.250 presos políticos, pero algunos han sido condenados a uno o dos años de cárcel. Algunos han sido liberados, pero otros están llegando. De hecho, no ha parado desde 2020. La represión dentro del país es tal que la movilización parece completamente imposible”, explica Ronan Hervouet.
Nadie duda de que Alexander Lukashenko obtendrá un séptimo mandato. Pero a sus 70 años, no es eterno. Y aunque todavía pueda cumplir uno o dos mandatos más, ahora se plantea la cuestión de su sucesión. Este parece ser el único desenlace posible para un cambio de poder al frente de Bielorrusia.