El 16 de septiembre de 2022, la noticia de la muerte de la joven Mahsa Jina Amini desencadenó un gran movimiento de protesta contra el régimen de Irán. Aunque las manifestaciones fueron sofocadas, el movimiento “Mujer, vida, libertad” desencadenó una revolución cultural que hoy impregna la sociedad iraní.
Un informe de Baptiste Condominas
Su rostro juvenil se ha convertido en un símbolo. En septiembre de 2022, la estudiante Mahsa Amini, de 22 años, fue detenida por la policía por llevar un velo “inadecuado”. Murió tres días después víctima de la violencia policial. La noticia de su muerte desencadenó una oleada de protestas sin precedentes en Irán.
Las manifestaciones comenzaron en el Kurdistán iraní, de donde era originaria la joven, antes de extenderse rápidamente por todo el país. Liderada por jóvenes y mujeres, la ira estalló tanto en las calles de las grandes ciudades como en las regiones más aisladas.
Muy pronto, los manifestantes ya no se limitaban a protestar contra el uso obligatorio del velo, sino que exigían el fin del régimen, al ritmo de eslóganes como «Mujer, vida, libertad» o la canción «Barayé» de Shervin Hajipour.
Como ocurriera en las protestas de 2009 contra la reelección en primera vuelta de Mahmud Ahmadinejad, el régimen vaciló, pero no cedió. La represión fue despiadada. Cientos de personas murieron a manos de las fuerzas de seguridad, y decenas de miles más fueron detenidas u obligadas a exiliarse.
Las ONG denuncian torturas generalizadas, violaciones de detenidos, amenazas y acoso constantes. El aparato de seguridad estuvo sometido a una presión constante, y el poder judicial multiplicó el número de condenas y ejecuciones.
Cultura de la desobediencia
Las autoridades fueron sofocando poco a poco el movimiento, que carecía de liderazgo, programa y método. Las manifestaciones acabaron por agotarse en la primavera de 2023, pero “algo había cambiado en la sociedad”, afirma Jonathan Piron, especialista en Irán del Instituto Etopia, con sede en Bélgica.
“Hay una dinámica social y cultural que impregna a la población. Es cierto que el movimiento no logró derrocar al régimen como se esperaba, pero su impacto es muy real y “sigue presente”, afirma el investigador.
“Más allá de su victoria o fracaso, de su ascenso y caída, este movimiento provocó una revolución», confirma el historiador Touraj Atabaki, profesor emérito de la Universidad de Leiden, Países Bajos. Fue una revolución “anticlerical” y “cultural” que “dio el poder al pueblo y a una nueva generación” y puso de relieve “la diversidad, la complejidad y la solidaridad de la sociedad iraní”.
Una sociedad que “experimentó una nueva cultura: la cultura de la desobediencia y la no violencia frente a la increíble brutalidad del régimen”, sostiene este especialista en movimientos sociales.
Una cultura que “sigue funcionando” hoy en día, manifestándose en pintadas de protesta en los muros, mensajes de descontento en las redes sociales y, sobre todo, actos de desobediencia civil en la vida cotidiana. No solamente en Teherán, sino también en otras ciudades del Kurdistán, Ispahán, el norte y el sur, sobre todo en Baluchistán, las mujeres salen a la calle sin hiyab, se graban a sí mismas y cuelgan los vídeos en Internet, aunque corran enormes riesgos.
Una “revolución de las conciencias”
Dos años después, “ya no hay concentraciones callejeras, pero el espíritu de movilización persiste y se reinventa”, analiza el investigador Jonathan Piron, que ve en este movimiento “una forma de revolución cultural, un nuevo estado de ánimo que existe bajo coacción, pero que existe” y que sin duda ha iniciado una serie de cambios, sobre todo “en la mirada de los hombres sobre las mujeres, en las cuestiones de igualdad o en las desavenencias con el régimen”, agrega.
Para Azadeh Thiriez-Arjangi, investigadora y profesora, vicepresidenta del consejo científico del Fonds Ricœur, se trató de una “revolución de las conciencias” que supuso “una liberación de la palabra”, una forma de “madurez de la oposición” y “la expresión de un patriotismo iraní” que rompió totalmente con el gobierno. “Los manifestantes decían: 'La República Islámica no es Irán, nosotros somos Irán', viendo al régimen como un invasor”, analiza.
La profesora también cree que las manifestaciones marcaron “el fin de la ingenuidad para toda la diáspora”, impulsando a sus miembros a estar más atentos a la influencia del régimen iraní en el extranjero. Y dieron lugar a “muchos portavoces y defensores del movimiento en todo el mundo”. La diáspora “ha desempeñado un papel importante en este movimiento, por su apoyo, su emoción y su radicalismo”, afirma el profesor Touraj Atabaki, de la Universidad de Leiden. Durante meses se celebraron movilizaciones a gran escala en todo el mundo, algo inédito “en la historia de la diáspora a escala mundial”.
Impasse político
Por estas razones, el movimiento “Mujer, Vida, Libertad” constituye un “punto de inflexión” en la historia moderna de Irán, según los observadores. Aunque sólo sea por sus reivindicaciones.
“Era la primera vez que los iraníes de dentro exigían abierta y masivamente el fin de la República Islámica, insultando incluso al Guía Supremo”, recuerda la filósofa Azadeh Thiriez-Arjangi. Nunca antes se habían atrevido a expresar tan claramente su odio y su consternación. Un radicalismo sin precedentes.
Es cierto que el nuevo presidente, considerado como un “reformista”, ha prometido aflojar un poco el cerco, pero ¿son serias estas promesas y “le dejarán hacerlo el Guía Supremo y la Guardia Revolucionaria?”, se pregunta Jonathan Piron, del Instituto Etopia.
Y aunque “los jóvenes ya no esperan nada del régimen, no creen que el sistema pueda transformarse”. Así lo confirma el índice de abstención en las elecciones presidenciales del pasado julio.
El panorama político deja pocas opciones. No existe “ninguna estructura política que represente una alternativa real al régimen, con una base militante que ocupe el terreno y un programa claro”, analiza el investigador del Institut Etopia. Esto es lo que le faltaba al movimiento, como también le faltaban “una visión”, según el historiador Touraj Atabaki. “¿Adónde ir y qué hacer? Quieres libertad, bien. Quieres un cambio de régimen, bien. Pero, ¿cómo y con qué vas a sustituirlo?”, se pregunta el investigador, que también señala el retraso con el que la oposición se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo.
Proceso revolucionario
Frente a la represión, un panorama político destrozado y un contexto económico difícil, el panorama parece sombrío. Aunque la caída del régimen exigida por los manifestantes no se produzca de la noche a la mañana, el movimiento “Mujer, Vida, Libertad” ha puesto en marcha un cambio profundo que está llamado a durar. Ha “cambiado el curso de la historia y dará mucho que pensar a las nuevas generaciones. Forma parte de un largo proceso revolucionario”, señala Azadeh Thiriez-Arjangi, vicepresidenta del Consejo Científico del Fonds Ricœur.
El movimiento “ha entrado en un largo túnel”, resume el historiador Touraj Atabaki. “Sigue caminando por este largo, muy largo túnel con un cierto grado de pasividad. No sabemos qué va a pasar al final del túnel, pero el movimiento no se ha extinguido. Se está desviando de la calle hacia la desobediencia social o política”. Y este especialista en movimientos sociales insiste: “El Irán post-Mahsa no es el Irán pre-Mahsa”.