Desde hace un tiempo me cuesta encender el fuego. Los fósforos no son como los de antes, ahora hay que ponerlos cabeza abajo y esperar a que la llama tome fuerza. (Julio Cortáza. Tomado del cuento Los buenos servicios)
La idealización del pasado cobra fuerza en estos tiempos de desorientación política y barbarie generalizada. Lo curioso es que artistas, activistas sociales e intelectuales que en su juventud adherían a posiciones de la izquierda revolucionaria y, a pesar de que en la actualidad no se identifican abiertamente con la franja ultraderechista o tradicional de la sociedad, hagan del tiempo pasado un objeto sublime o fetiche.
El culto al pasado tiene como eje la creencia en tiempos mejores para la humanidad fuera del presente. Un mapa de ruta o un Santo Grial. En ese marco, la clave o solución a los problemas sociales reside en la adopción de los valores morales, las ideas y las formas de reorganizar la sociedad que existían en épocas atrás. En síntesis, la regeneración social se convierte en bandera de lucha en vez de la revolución social y lucha de clases.
El pasado. Ahí reside el lugar desconocido, misterioso, el ayer de las añoranzas. Deforme como la plastilina. Líneas ondulantes reflejadas en un espejo inverso; sencillamente pilares de un fuego cálido y placentero desde donde emanan imágenes y cenizas de tonos, colores y olores engañosos. Vivir en el pasado es escapismo o hacer pocos esfuerzos para ver la realidad social e intervenir en ella. En cambio, es en el tiempo actual, la realidad presente, donde se vive y se lucha por vivir.
A nuestro entender, vivir en el pasado, en la nostalgia imaginada como el Santo Domingo escudriñado a fondo por el historiador Pedro San Miguel, o la pose fraudulenta de la cultura occidental o el autoritarismo estalinista que se esconde detrás de la retórica y la iconografía socialista, vivir en el pasado es la forma más fácil de desconectarse de la realidad.
Evidentemente el pasado es nuestra fuente esencial de aprendizaje; nuestro cúmulo de los vestigios de la memoria colectiva y de las lecciones políticas que han dado voz a la gente común y por último, un portal a muchos de los modelos, los arquetipos o los patrones que son vitales para la existencia y la supervivencia humana y de nuestro planeta. Mantener vivo ese legado dándole continuidad, deshilando el conocimiento y los misterios de nuestros antepasados, solo se puede llevar a cabo en el presente. Sin elevar o idealizar el pasado. Por el contrario, si perdemos el hilo o la perspectiva, corremos el riesgo de hacer del pasado–o de lo que imaginamos o suponemos es nuestro pasado–una ruta ideológica de escape que nos sumerge en la indiferencia total.
¿Cuáles son los usos del culto al pasado? En lo general, se erige como excusa o coartada con el fin de justificar la inacción. En ese sentido, la indiferencia y la complicidad van de la mano como podemos comprobar en los siguientes postulados:
1.Artista o intelectual que guarde silencio ante la opresión y la explotación, por ejemplo la lucha feminista o la lucha por los derechos de las personas trans, se desconecta de la política y de la acción que mueve la historia viviendo en el pasado. Vivir en el pasado obstaculiza la superación de ideologías reaccionarias y conservadoras como la homofobia y el machismo.
2. Creadores de la cultura que guardan silencio ante el racismo del Estado dominicano o el genocidio israeli en Gaza viven en otro mundo, guardando distancia del presente donde deberian dar la cara. Se refugian en torres de marfil construidas sobre la base de la lejanía y la infamia de un pasado imaginado.
Romper el cerco en la hora actual implica despojar el pasado de su magnetismo, mística, inocencia y brillo porque no se puede negar que aún tiene un atractivo para ciertas mentes individualistas que han sucumbido en el pozo sin fondo que representa el pesimismo luego de haber dedicado sus vidas a transformar el statu quo desde diversas franjas sociales, culturales y políticas.
Y desde hace rato esa antigua militancia de izquierda, antisocialista y acomodada en el sistema aunque estén en hoya, expresa su apatía desde tribunas variopintas como el conservadurismo, la bohemia o la evasión equivalente hoy día a la antipolítica. Veamos cómo utilizan el pasado, en realidad sus visiones de pasado, para justificar no sólo la inacción política y social sino también el sistema social al que le rinden culto de forma directa o indirecta. Primero, hay artistas e intelectuales que reproducen la propaganda conservadora de que el“pasado fue mucho mejor” y segundo, que hoy en día no hay alternativas revolucionarias y por ende “la izquierda no existe”.
Llama la atención el hecho de que si escudriñamos detenidamente observamos que por lo general esas expresiones de pesimismo y derrota provienen de sectores clasemedieros que alguna vez militaron en organizaciones de izquierda y han perdido el rumbo con el tiempo. Es cierto que el liderazgo pequeño-burgués en muchos lugares de nuestra América y en particular en Santo Domingo, tiene mucho que ver con las derrotas de la izquierda que de seguro dejaron un sabor amargo en la boca pero a la misma vez, la adopción de la indiferencia como forma de vida ante los abusos del poder es un reflejo de la pérdida de la conciencia de clase.
Una vez más, es válida y necesaria la crítica a la vieja izquierda con miras a superar errores empero argumentar que la izquierda hoy día no existe o que no tiene relevancia en la vida y en la sociedad refleja una visión conservadora y apatía que es más bien un reflejo de la clase media insertada en el sistema. Al no querer perder privilegios, atacan a la izquierda con motes de anticuada y desconectada de la sociedad actual.
En el caso de la República Dominicana, muchos ex militantes revolucionarios abandonaron posiciones radicales y se refugiaron en partidos policlasistas de tendencia socialdemócrata y de centroizquierda como el Partido Revolucionario Dominicano (PRD) y el Partido de la Liberación Dominicana (PLD). Con el tiempo, los dos partidos se insertaron más y más en el sistema y se derechizaron y claro está, el PLD dio un giro abrupto a la extrema derecha y hoy día es un partido conservador heredero del balaguerismo y sus prácticas autoritarias.
No es pura coincidencia entonces que el PLD haya atraído a varias generaciones de intelectuales y artistas a su seno o simpatizantes fuera del partido dada la visión y orientación clasemediera del partido de Juan Bosch quien, como buen antimarxista y antirrevolucionario, depositó su fe en la pequeña burguesía nacionalista y oportunista. Un sector de esos artistas, intelectuales y escritores colaboraron con los gobiernos del PLD y justificaron su accionar bajo la consigna de las reformas sociales y la fe en el Estado como motor de cambio. En nombre del “progreso” (en realidad en nombre de la vertiente local de la ideología del progreso de principios del siglo veinte) relegaron a la izquierda al pasado. Esa maniobra requería presentarse como de avanzada o de visión moderna o cool pero lo cierto es que en el fondo eran conservadores de ideas añejas y reaccionarias. A la misma vez, guardaron silencio ante las políticas de hambre del PLD y su rol en la rehabilitación política de Balaguer y la extrema derecha.
Con el PLD fuera del poder, las complicidades silenciosas de artistas, antiguos activistas sociales e intelectuales siguen su curso dentro y fuera del Estado bajo el gobierno conservador del Partido Revolucionario Moderno (PRM) y sus aliados progres y de ultraderecha: gobierno variopinto de bisagras y ventorrillos e intelectuales “independientes” que tienen en común la deshonestidad, el culto al pasado, el nacionalismo, el racismo anti-haitiano, el mito fundacional y la falsificación de la historia.
Al final de cuentas, la dignidad y el compromiso social valen más que un puñado de monedas. Ciertamente fueron mucha/os los intelectuales, artistas y antiguos militantes revolucionarios que se insertaron al Estado y su visión del pasado durante los gobiernos del PLD y bajo el gobierno actual pero a la misma vez, hubo muchas personas con valor, humanidad y conciencia de clase que mantuvieron en alto la dignidad.
Insistimos pues en vivir en el presente a contracorriente entre senderos estrechos: gestores del arte, la liberación y la creación. Y vivir ahora siendo partícipes, a como dé lugar, de este tiempo político y social que nos ha tocado vivir de la mano de la contracultura antiestatista y rebelde y de instrumentos de lucha popular e internacionalista más abajo a la izquierda.