María Teresa Cabrera es una de esas mujeres dominicanas que inspiran admiración y respeto.
Me llama la atención en ella que cuando habla sus palabras trascienden lo simple, lo cotidiano.
¿Qué hay en su voz que encanta a la gente?
No recuerdo cuándo ni cómo vi por primera vez a María Teresa Cabrera.
Tal vez la conocí en las lides universitarias, cuando ella, muy joven, ya era un volcán, un tornado, un huracán que incidía de manera inmediata en las asociaciones estudiantiles, y en los sindicatos obreros y campesinos.
Yo observaba con suma atención a aquella intrépida muchacha y me preguntaba: ¿Qué tiene ella en el corazón que nos impregna a todos?
Luego, con los años, su fogosidad, controlada y callada, y ahora sabia, volaba libre en las asambleas magisteriales y abría la mente de sus compañeros en la dirección de activar y motivar luchas sociales a favor del pueblo.
¿Quién no recuerda a María Teresa Cabrera como cabeza protagónica de las grandes jornadas reivindicativas del magisterio nacional? ¿Qué no decir de ella junto a la gloriosa lucha por el 4% para la Educación? ¿Quién podría olvidar su rol en la Marcha Verde?
En fin, son tantas las jornadas patrióticas asumidas por ella que sería imposible enumerarlas, a no ser que llenemos decenas de folios. Y todo por un ideal, es decir: a cambio de sentirse bien consigo misma, con su pensamiento, con sus ideales de pueblo redimido del dolor; de pueblo engrandecido en el progreso social colectivo.
Una mujer con las cualidades y características de María Teresa Cabrera debe ser amada por el pueblo, y ella lo es, al menos por aquellos que abrigamos sus mismas esperanzas.
Deberíamos abrir nuestros corazones para que su lumbre nos caliente y nos ilumine, pues las luchas sociales por venir son inevitables y necesitamos una orientación objetiva, a fin de evitar nuevos tropiezos y equívocos.
En mi caso, me gustaría andar siempre al lado de esta mujer incansable porque sé que los caminos recorridos por ella se llenarán de frutos un día no lejano.
Escuchémosla.
Ella es parte de no nosotros, y viene de tan hondo que jamás podrá torcerse.
Al menos yo no creo que María Teresa se tuerza.
Sigámosla, pues.