Lo primero que debemos tener en cuenta cuando se tratan los asuntos geopolíticos hoy es que vivimos en un período de transición de la hegemonía de una potencia occidental (Estados Unidos) a la de una oriental (China). No es la primera vez que la humanidad se ve en un trance como este, pero es el momento histórico más peligroso en el forcejeo milenario por el predominio de una nación poderosa sobre otras.
Desde que se fundaron las primeras ciudades-Estado (Ur, Uruk, Accad) en la antigua Sumer o Sumeria (actual Iraq) cada centro urbano trató, en su momento de apogeo, de imponer las reglas en su entorno. Esta tendencia fue más notoria en la época de la gran Babilonia, capital del imperio neosumerio (S. XX a. C.); la cual elaboró el primer conjunto de leyes, el famoso código de Hammurabi, con las normas propias de aquella urbe.
Es más conocido el relato sobre las ciudades-estado griegas, especialmente Atenas y Esparta, en el siglo de Pericles, el V de la Antiguedad Clásica, cuando quedó mejor definido el conflicto creado entre una potencia emergente que amenazaba el predominio de otra ya establecida, terminando casi siempre en una guerra prolongada; es la llamada trampa de Tucídides, narrada con precisión en la famosa Historia de la Guerra del Peloponeso. Otro ejemplo clásico es el de Cartago contra Roma.
En los últimos cinco siglos, comienzos del XVI al XXI, a grandes rasgos la hegemonía mundial ha estado en manos de España, durante todo el siglo XVI hasta mediados del XVII cuando se firmó la paz de Westfalia (1648); momento en que surge Francia como potencia hegemónica en el continente europeo. En la segunda mitad del siglo XVII Holanda emerge como potencia naval y comercial hasta que fue superada al final de esa centuria por Gran Bretaña. Esta mantiene la hegemonía todo el S. XVIII, el XIX completo hasta mediados del XX cuando todavía dominaba el Sudeste asiático y Canadá, entre otros grandes territorios.
(Ponencia de Arsenio Hernández Fortuna (Tel. 829-844.3663 – arseniohf@yahoo.com) en el I Panel de Geopolítica de RD (29/6/23, Santo Domingo). Obra del mismo nombre en: https://www.amazon.com/dp/9945183176)
Con la guerra franco-prusiana (1870-71) la Alemania unificada por Prusia arrebata la hegemonía a Francia en Europa hasta el sol de hoy, a pesar de las grandes pérdidas de la I y II guerra mundial. El poderío militar de Alemania creció tanto en esos tres cuartos de siglo que Inglaterra y Francia juntas no podían derrotarla, por lo que intervino EEUU en la I Guerra Mundial y luego la entonces Unión Soviética y EEUU, en la II GM. De esa terrible conflagración de 1939 al 45, con más de 50 millones de muertos, surgieron las llamadas superpotencias: EEUU y la URSS, las que compartieron la hegemonía mundial hasta 1990.
Al inicio de la década de 1970, los estadounidenses comenzaron a entenderse con los chinos, tras varios viajes secretos de Henry Kissinger a Pekín y la visita de Richard Nixon a Mao Tse Tung en 1973, con el posterior establecimiento de relaciones diplomáticas y el ingreso de la República Popular China al consejo de seguridad de la ONU, como miembro permanente en lugar de Taiwán.
En los años 74 y 75 vinieron a este país varios académicos estadounidenses a dirigir unos seminarios sobre historia, política y economía de EEUU en el Instituto Cultural Domínico-Americano. Ellos hablaban entonces de la “latinoamericanización” de la política estadounidense. Esto significaba inestabilidad porque en el 1972 había tenido que renunciar el vicepresidente Spiro Agnew por un caso de corrupción y en 1973 renunció el mismo Nixon por el Watergate. EEUU se vio así con un presidente, Gerald Ford, no electo por los llamados grandes electores surgidos de cada estado por el voto popular. En 1975, EEUU fue derrotado en Vietnam y esa victoria produjo un gran auge del Movimiento de Países no Alineados que deseaban tener relaciones con ambas, sin subordinación.
En 1976 fue electo Jimmy Carter cuya presidencia se debilitó con la toma de los rehenes en la embajada estadounidense en Teherán, en 1979; año en que, sorpresivamente, la entonces Unión Soviética invadió Afganistán y meses después China intervino Vietnam. Con esas dos acciones militares cambió dramáticamente la correlación internacional de fuerzas. Hasta ese momento se había visto una gran potencia agresora (EEUU) que era frenada en escenarios como Vietnam con el apoyo de las otras dos potencias consideradas socialistas. Desde 1979 en adelante en el escenario mundial se mueven tres grandes potencias, cada una tratando de afianzarse en su respectiva área de influencia. (2)
En la década de 1980 se discutía la posibilidad de que Japón superara a EEUU como primera potencia económica mundial, gracias a su extraordinaria producción de autos y electrodomésticos. Estaba tan arraigada esa idea que cuando colapsó el régimen soviético, a principios de los 90, y EEUU tenía dificultades económicas que impidieron la reelección de George Bush padre, un conocido ejecutivo empresarial, Lee Iacocca, escribió esta curiosa frase: “Terminó la guerra fría. Ganó Japón”. Sin embargo, por una de esas ironías de la historia Japón se estancó en esa década. Algunos analistas dijeron que había caído en una trampa al comprar demasiados bonos del Tesoro de EEUU.
Fue entonces la década del noventa cuando EEUU emergió como única superpotencia, se hablaba del poder unipolar; hasta los primeros años del presente siglo cuando despertó el dragón chino, tras las reformas iniciadas por Ten Siao Ping en 1978. En pocos años, el PBI de China superó al de Francia, luego Inglaterra, Alemania y Japón hasta colocarse como la segunda potencia económica a precios corrientes. Pero con la paridad por poder adquisitivo, según el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, ya China es la primera potencia económica mundial, desde el 2014.
La rivalidad económica por sí sola es motivo suficiente para que haya roces, forcejeos e incluso guerra entre esos dos grandes países. Y hay que agregar las diferencias culturales. EEUU es un pueblo relativamente joven, con unos cuatrocientos años de historia, incluyendo el período colonial. China, en cambio, va por el año 4721 en su calendario. Kissinger, en su obra CHINA, aporta suficientes datos sobre estas diferencias abismales. Y por encima de las grandes divergencias económicas y culturales está el peligroso diferendo militar, específicamente nuclear.
Tres días después de caer la segunda bomba atómica sobre Nagasaki, lanzada por EEUU en 1945, el emperador japonés Hirohito pronunció un discurso por radio aceptando las “condiciones de los aliados”, es decir, la rendición incondicional porque el arma usada contra su pueblo podía destruir no solo a todo Japón, sino a toda la humanidad. Ese mismo dato ha sido repetido por Kennedy, en 1961; Nikita Kruschev, 1962, y otros estadistas y científicos hasta el día de hoy. Quien mejor lo explicó fue el secretario de Defensa de Kennedy y Lyndon Johnson, Robert McNamara, en su obra La esencia de la seguridad. (3)
América Latina ha tenido una posición bien clara en contra de la construcción, uso, almacenamiento o traslado de armas nucleares en este vasto territorio desde que sus gobiernos firmaron, en 1967, en México, el Tratado de Tlatelolco, que dice: “…El incalculable poder destructor de las armas nucleares ha hecho imperativo que la proscripción jurídica de la guerra sea estrictamente observada en la práctica, si ha de asegurarse la supervivencia de la civilización y de la propia humanidad…”
A pesar de todas estas graves advertencias de estadistas, científicos y de diversas conferencias y resoluciones del sistema de la Organización de las Naciones Unidas; además de tratados entre las dos grandes potencias nucleares (EEUU y Rusia, incluso para una destrucción gradual de esas armas), la guerra en Ucrania ha vuelto a blandir como espada de Damocles el peligro nuclear sobre la cabeza de ocho mil millones de seres humanos.
Con este nuevo conflicto internacional el mundo entra en una etapa que podría calificarse de irracionalidad estratégica, precisamente entre los estadistas de las grandes potencias, quienes deberían ser los más racionales, sensatos. Sin embargo, están haciendo lo contrario de lo que aconseja el sentido común, teniendo cuenta su historia reciente:
1) Rusia, el país más grande del mundo (con más de 17 millones de kilómetros cuadrados), busca controlar más territorio, a pesar de su relativamente escasa población (menos de 150 millones de habitantes) y el pesado fardo del mantenimiento de sofisticadas armas nucleares y convencionales. Aunque es cierto que parte de ese inmenso terreno permanece congelado buena parte del año y que interviene por garantizar el acceso al mar Mediterráneo, clave para su comercio internacional y su defensa.
2) EEUU enfrenta, simultáneamente, a las otras dos grandes potencias; a pesar de valiosas experiencias en su propia política internacional reciente de que es preferible entenderse con una de las dos para intentar frenar a la otra, como lo hicieron Nixon, Kissinger y sus asesores con China frente a la Unión Soviética en la década de 1970. Según esos antecedentes, EEUU debió entenderse con Rusia, esta vez, para la disuasión de China; como lo hizo el entonces presidente Barack Obama cuando firmó un acuerdo de destrucción gradual de armas nucleares con su homólogo ruso Dmitri Medvedev, en Praga, en el 2010. (4)
3) Alemania se rearma, innecesariamente; aumentará su presupuesto militar al dos porciento de su PIB, a pesar de que le ha ido mejor en los últimos setenta y cinco años de paz (1945-2020) que en los anteriores 75 (1870-1945) en que participó en tres guerras (la franco-prusiana y las dos mundiales), perdiendo las dos más catastróficas. En vez de rearmarse, lo sensato era que Alemania inclinara todo su poder económico y político a favor de la destrucción de las armas nucleares, que los vencedores le impidieron desarrollar; para lograr un mundo libre del peligro nuclear (en esa posición habría coincidido con Japón, América Latina y su Tratado de Tlatelolco y toda la humanidad pacifista). Y para empeorar la tensión mundial también Japón sigue el ejemplo de Alemania y anuncia que, igualmente, aumentará su presupuesto militar al dos porciento de su PIB.
4) La OTAN, incluyendo sus principales socios (EEUU y Alemania), intenta cercar a Rusia; a pesar de la sabia advertencia del teórico militar prusiano Carl von Clausewicht sobre que un país tan grande no se puede acorralar y mucho menos invadir; como lo hicieron Napoleón, “el Dios de la guerra”, y Hitler, fracasando en sus objetivos.
5) Los dirigentes chinos advierten con maniobras intimidatorias a los taiwaneses sobre que, oficialmente, hay una sola China. Esto ocurre a pesar de que la economía de la RP China podría absorber, gradualmente, a la de Taiwán; por lo que se vislumbra a lo lejos. Y los chinos continentales no perderían mucho con respetar el estatus político de Taiwán, que apenas tiene 23 millones de habitantes y algo más de 36 mil kilómetros cuadrados frente a una población de 1 400 millones de habitantes y nueve millones de km2.
En cambio, la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños ha ratificado esa vocación a favor de la paz mundial en el segundo apartado de la declaración final de su VII Cumbre de Jefas y Jefes de Estado y de Gobierno, realizada en Buenos Aires, Argentina, en enero del 2023. Latinoamérica y el Caribe como un todo pueden jugar un rol activo a favor de la destrucción de las armas nucleares, basándose en la autoridad política que les da el Tratado de Tlatelolco (1967). Por supuesto, la CELAC debe proclamar una política autónoma en pos de ese objetivo, no inclinarse al lado de una de las superpotencias beligerantes; lo que lamentablemente ha hecho Europa a través de la OTAN. (5)
¿Qué puede hacer un país pequeño, subdesarrollado y de poca población como RD en este contexto mundial catastrófico? Por sí solo, muy poco. Pero como primera economía de Centroamérica y el Caribe, por encima de sus lacerantes desigualdades, RD puede ser un actor activo en la CELAC, de la cual ya ha ocupado la presidencia. Aprovechando, además, escenarios como la XXVIII Conferencia Iberoamericana, realizada recientemente en este país; en la cual, lamentablemente, no hubo una declaración firme a favor de la paz mundial y la destrucción de las armas nucleares. Ojalá que en el futuro, este y los próximos gobiernos dominicanos tengan en cuenta la necesidad de evitar un holocausto nuclear, por guerra o accidente; un peligro tan o más urgente de superar que el cambio climático.
Santo Domingo, DN – 29/5/23 (6)