Al asumir la Presidencia en marzo de 1933, Roosevelt era consciente de que los Estados Unidos seguía seriamente afectado por la Gran Depresión de 1929. En menos de un lustro, se habían quedado sin empleos unos trece millones de personas, el 25% de la población de ese país; los bancos en quiebra llegaban al mismo porcentaje, mientras que la deuda pública superaba los 20 mil millones de dólares y la privada los 100 mil millones. Para superar la desesperanza derivada de estas y otras cifras, Roosevelt creó el programa conocido como New Deal. Este incluía la aprobación de nuevas reglas para la banca y la política monetaria, la recuperación de la industria y el reordenamiento de la deuda, a pagarse en dólares, no en oro. Además, incentivó la construcción de obras públicas, grabó las riquezas y aprobó una novedosa ley de seguridad social. Igual de importante, resultó la concentración en la conciliación entre empresarios y trabajadores.
Gracias a la dimensión de la Gran Depresión de 1929, y al estallido de la Segunda Guerra Mundial durante su aplicación; los resultados del New Deal en Estados Unidos fueron parciales. Asimismo, se reconoce que sus efectos políticos en el resto del continente derivaron en la política del buen vecino. Prohijadas o establecidas por Roosevelt, hasta el quinto año de su mandato (1937), en doce de los gobiernos de Latinoamérica, superior al 50%, regía el esquema de la dictadura conducida por militares. Se trataba de los generales Agustín Pedro Justo (Argentina), Rafael Leonidas Trujillo (República Dominicana), Jorge Ubico (Guatemala), Anastasio Somoza (Nicaragua), Maximiliano Hernández Martínez (El Salvador), Tiburcio Carías (Honduras), Oscar Raimundo Benavides (Perú), José Eleazar López Contreras (Venezuela); y los coroneles José David Toro (Bolivia); y Fulgencio Batista (Cuba). Curiosamente, el ascenso al solio presidencial de casi todos estos dictadores se dio durante la gestión gubernamental de Roosevelt, y con su cobija sometieron a sus pueblos al escarnio, al oprobio, al exilio, a la cárcel y a la muerte. Por todo esto, creo que cabe preguntarse: ¿De cuál buen vecino nos hablan?