*Amaurys Pérez Vargas y Deivis Cabrera Heredia/Colaboración con Acento
Los días 23, 24 y 25 de abril de 1984, se registró uno de los capítulos más oscuros en la historia política contemporánea de la República Dominicana. Durante esos funestos días se produjeron en todo el país verdaderos “estallidos sociales” como consecuencia del descontento generalizado que generaron las medidas económicas impuestas por el Fondo Monetario Internacional durante el gobierno del Dr. Salvador Jorge Blanco, 1982-1986.
Lejos del debate sobre las cifras (*), hay historias personales como la de Doña Dolores Peguero Sánchez que merecen ser contadas para profundizar en el dolor y la pérdida que dejaron en cientos de hogares dominicanos los que provocaron esta tragedia. Esta mujer valerosa vio sus primeros rayos de sol en el municipio de Estebanía, Azua, en el año de 1923. Era la segunda hija del hogar conformado por José María Peguero y Amalia Sánchez Villar, quienes procrearon a José (1920), Aníbal (1924), Ramona (1925), Cristiana (1927), Luis (1929) y Ciriaco (1931).
En dicha provincia contrajo matrimonio en 1947 con Narciso Agramonte, oriundo de la misma localidad y dos años menor que ella, tal como se constata en su acta de nacimiento. Allí engendraron, entre otros hijos, a Juan (1946), Ramona (1948), Rafael Euclides (1954), María del Regla (1956) y Jorge (1959). Cinco años más tarde, en 1964 los esposos aparecen declarando el nacimiento de su hijo Ruddy Fernando Agramonte Peguero en la ciudad de Santo Domingo, lo que evidencia que la pareja formó parte de los millones de dominicanos que por esos años migraron del campo a la ciudad, poblando las barriadas de los sectores populares de la capital.
En 1984, Doña Dolores perdió a su hijo Ruddy, de apenas 20 años, en medio de la violencia y el caos que azotaron las calles de Santo Domingo y demás pueblos del interior. Ruddy al que cariñosamente le decían “Freddy”, se encontraba en su casa cuando la brutalidad policial tocó sus puertas, siendo acribillado de un balazo que tuvo “un enorme orificio de salida en la nuca” tal como se recoge en la nota de prensa publicada por el periódico La Noticia en el que se muestra su cuerpo inerte tirado en el pavimiento de la calle 10 del Ensanche Espaillat.
Este hecho, sin dudas, marcó el inicio de un sufrimiento insoportable para Doña Dolores. Ciertamente, un mes antes, el 3 de marzo de 1984, la familia Agramonte-Peguero había perdido al padre, Narciso, de 63 años, a causa de un “politraumatismo” según certificó el Dr. Jesús María Guerrero. En ese sentido, la muerte de Ruddy tuvo un efecto devastador pues aumentó la fragilidad emocional en el seno de su hogar que se vio reforzada con la pérdida cinco años más tarde de su hijo Jorge Agramonte. Para Doña Dolores, quien murió en Santo Domingo el 12 de agosto del 2003, la pérdida de Ruddy constituyó un golpe demoledor por la forma en la que se llevó a cabo su asesinato a manos de los agentes policiales.
El crimen contra este joven estudiante de 20 años, procedente del Ensanche Espaillat en la ciudad capital, nos recuerda la suerte que han conocido todos aquellos que han sido asesinados de manera selectiva por las fuerzas represivas del Estado dominicano. Según la crónica recogida por el periódico La Noticia, se indica que se trató de “un asesinato vulgar” pues según sus “hermanos, amigos y compañeros de estudios” no era “cierto que Agramonte saliera a las calles a romper puertas”. En ese sentido, sus familiares fueron categóricos en afirmar que Ruddy fue “sacado violentamente de la casa y luego acribillado”. El hecho tuvo lugar a las 10:30 de la mañana del martes 24 de abril en la calle Barney Morgan #123, tal como se aprecia en su acta de defunción en donde se establece que el joven falleció a causa de “una herida de bala en la región lateral izquierda del cuello con salida en el lado derecho de la misma”.
La muerte de Ruddy Agramonte dejó un vacío irremplazable en sus amigos y compañeros de estudios, tal como se aprecia en la esquela de la misa que le oficiaron al mes siguiente. El dolor también se dejó sentir en su barriada del Ensanche Espaillat, especialmente en los residentes de la “calle interior J” donde estaba domiciliado. Ciertamente, en su familia el duelo mayor lo sintió su madre, Doña Dolores Peguero, por la pérdida de un hijo querido y respetado. No obstante, más allá del impacto familiar, la muerte de Ruddy Agramonte simboliza la injusticia y la impunidad que reinan en la patria de los héroes de la raza inmortal, de Manolo y de Caamaño.