El verano del 1967 caminaba las calles y avenidas de Santo Domingo, cuando la Bolívar era doble vía y se pagaban 15 cheles de concho. A fines de los 1970 y comienzo de los 1980, viajé por 35 cheles, de mañanita, junto al santo Luis Oraá, S.J. († 2003) desde la cabeza del puente de la 17 hasta la Núñez de Cáceres con 27 de febrero, en menos de 30 minutos en Austins de techo verde o mamey.
Para regresar a mi rancho, en la Santa Rita 12, Los Guandules, durante años caminé desde el Morgan hasta los Guandules, cruzando por adentro, por Agua Dulce, viniendo desde los salesianos de ITESA cuyos gentiles seminaristas me daban bola desde el Seminario Santo Tomás en la Núñez de Cáceres con Sarasota. Empezaba a caminar, pasadas las doce del mediodía, con un sol que rajaba piedras. Iba oyendo a Peña Gómez en Tribuna Democrática. Lo oía enterito, sin perderle palabra, su discurso sostenido en hombros de un relevo de radios de los ranchos apiñados.
¡Cuántas veces caminé desde la puerta de la parroquia Domingo Savio en Los Guandules para asistir a una celebración en la Catedral! Luce lejos, pero lo hacíamos en menos de una hora, cruzando por Borojol, Santa Bárbara y bajando la Arzobispo Meriño.
Sí, yo soy peatón empedernido de este querido y hermoso Santo Domingo. Durante los 16 años que van desde el 1988 y el 2004 subía y bajaba la cuesta de la Lincoln, desde el Colegio Loyola a la PUCAMAIMA, de lunes a sábado, a veces 4 veces en un día. Para luego del viaje de las dos de la tarde llevaba una camiseta extra en la mochila para cambiarme en la Universidad.
Entre los años 2004 al 2012 me doctoré como viandante en la Bolívar, con un postgrado en la Rómulo Betancourt, bajando hasta la Sarasota, donde ella sufre su crisis de identidad “trans”, para convertirse en Enriquillo. Desde el verano del 2023 ando de nuevo en la Sarasota, cerca del ahora Nacional. Los peatones pululan en las avenidas de Madrid, París y Roma. Habría que investigar, ¿por qué aquí se camina tan poco?
¿Qué puedo aportar yo, peatón confeso e impenitente, a la vida de esta entrañable ciudad, especialmente a la circulación de vehículos y personas? Espero merecer su atención en torno a varios temas.
Primero, llamar la atención de los ciudadanos, instituciones y de las autoridades reguladoras del espacio, porque desconocen que el tránsito se ha vuelto un problema desesperante. No deben saberlo, pues desde hace años promueven que haya más vehículos y más viviendas para más ciudadanos, ¡en el mismo reducido espacio! No toma 43 minutos caminar a pie el trayecto entre la Lincoln hasta el fin de la Sarasota. Pero desde el 2000 hasta la fecha, he visto florecer un bosque de torres y multiplicarse, cual plagas de langostas bíblicas, los carros y los motores.
Da risa oír la queja de profesionales bien estudiados y mejor montados: — hay momentos en que la circulación se atasca en el polígono central. — ¿Cómo no se va a atascar si la física más elemental enseña que dos cuerpos no pueden ocupar el mismo lugar en el espacio?
Necesitamos un mejor uso del espacio y alternativas, pues con las premisas actuales, con unos pocos vehículos más y varias torres, lo lograrán: no habrá ni sístole ni diástole, ¡el infarto de la circulación será total!
Me dicen que es cuestión de progreso, pero cuando el progreso atrasa, algo malo pasa.