En el momento actual del conflicto entre Haití y República Dominicana, la posición más cómoda en ambos lados es agitar las pasiones entre las masas y hasta plantear la madre de todas las batallas porque genera estruendosos aplausos.
Hierven los intereses económicos y electorales de actores de los dos pueblos isleño-caribeños; mientras, las bases, restringidas en el pensar y urgidas de aunque sea una comida del día, se dejan llevar por la ola. El fanatismo fruto de la ignorancia brota a borbotones; agitado, sobre todo, por remembranzas históricas.
Pero la racionalidad y la sabiduría mandan a posiciones más a tono con la azarosa vida de quienes sobreviven en la franja de 390 kilómetros que mide la frontera terrestre desde Dajabón, al noroeste, hasta Pedernales, en el sudoeste.
Nada que agrave el problema coyuntural, la sempiterna vulnerabilidad de la zona y el escuálido apoyo gubernamental; nada que ponga en juego la obligada convivencia entre esta gente con culturas diferentes, ha de asumirse como solución. Porque, cuando se atenúe la llama mediática y entren a la agenda otros temas de interés, las provincias Dajabón, Montecristi, Independencia, Elías Piña y Pedernales seguirán en los mismos lugares, solas, asumiendo el mismo rol de guardianes reales de la frontera, pero desarmadas del bienestar general al que, sin embargo, tienen derecho. Igual, sus vecinos del oeste.
Las relaciones entre los dos países que comparten la isla antillana La Española se han tensado luego del reinicio de la construcción no consensuada, a finales de septiembre de 2023, de un canal a partir del caudal del río internacional Dajabón, en Ouanaminthe (Juana Méndez), una comuna de 199 kilómetros cuadrados, en el departamento noreste de Haití.
El primer ministro haitiano Ariel Henry había desligado al gobierno aduciendo que se trata de una iniciativa privada, pero cambiaría días después. La ejecución del proyecto había sido detenida en julio de 2021, luego del reclamo dominicano.
La respuesta del gobierno nuestro fue de cierre de las fronteras terrestre, marítima y aérea, el cese del intercambio comercial y la reactivación del viejo canal La Vigía, que se alimenta del mismo caudal.
El Tratado de Paz y Amistad Perpetua y Arbitraje, suscrito el 21 de enero de 1929 por los dos países, ratificado por el Acuerdo Fronterizo de 1935 y el Protocolo de Revisión de la Frontera (1936), establece el carácter inamovible de la frontera y la prohibición del desvío del caudal del río.
Haití está muy mal. Requetemal. Gobiernan pandillas ultracriminales, creadas y azuzadas por sectores del Poder, internos y externos. Su empobrecimiento tocó fondo, es el más pobre del hemisferio. Los servicios de salud, educación, agua y electricidad, apenas existen. La depredación de su territorio es patética, casi total.
Haití es sinónimo de caos económico, político, social, y ese estado no cayó del cielo, sino que ha resultado de una construcción sostenida por parte de su oligarquía y políticos delincuentes y despiadados, con el silencio cómplice de países poderosos y la inoperancia de organizaciones internacionales, como ONU y OEA, sólo efectivas y eficaces cuando se trata de servir a los grandes.
La Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití (Minustah) fue establecida el 1 de junio de 2004 por la resolución S/RES/1542 del Consejo de Seguridad. Sucedió a la Fuerza Multinacional Provisional (2004) autorizada luego que el presidente Jean Bertrand Aristide fuera obligado a irse de Haití hacia el exilio tras un conflicto armado.
“La misión de la ONU presente en Haití desde hace 13 años terminó oficialmente, salpicada por escándalos de abusos sexuales e introducir el cólera al país”, destacó en 2017 el medio France24. https://www.france24.com/es/20171006-haiti-mision-minustah.
República Dominicana anda mucho menos mal que Haití. Las migraciones presionan.
Pocos, desde la urbe, ni siquiera imaginan qué significa nacer, crecer, estudiar, vivir en las provincias fronterizas. Allí, nada es fácil. La vida es dura. Durísima, salvo para delincuentes y corruptos.
Los procesos de urbanización fueron orientados hacia la línea. Ahora, las comunidades de aquí casi se confunden con las de allá; están separadas con nada, expuestas a cualquier locura de sociópatas que ningún problema tendrían para escabullirse caminando entre los entresijos de la inseguridad y el desorden imperantes al otro lado del “río”.
Quienes somos natos de la frontera, la pensamos y la sentimos diferente a unos cuantos de Haití y República Dominicana, que la miran desde los cómodos palcos de la distancia y el boato y, resueltos, pregonan posturas draconianas.
Creemos en la interacción cultural y el intercambio económico; en la armonía y en la paz de los dos pueblos; pero en el marco de las leyes, del respeto mutuo, con regulación migratoria, lejos del caos. Y sin olvidar la historia. Somos reales guardianes; merecemos ser protagonistas de los procesos que nos conciernen.