Uno de los impactos más trascendentes que sufrieron los colonizadores españoles al llegar a la isla que hoy compartimos con Haití fueron los paisajes con la variedad de pasteles verdes y flores de todos los colores, sorprendidos, además, por la cantidad de ríos de todos los caudales que bañaban valles, lomas y montañas.
Al encontrarse los “descubridores” en el Cibao con el Río Yaque, el cual recorría 296 km libremente, les parecía un “pedazo de mar”, lleno de misterios, aventuras y desafíos, siendo en realidad, con el “Altibonito”, los dos ríos más grandes e importantes de la isla.
Durante años esta jerarquía e importancia se mantuvo, convirtiéndose el Yaque en la vida de la región Norte, de donde dependían cientos y cientos de dominicanos. Este rio que nace en la cordillera central, en la Loma de la Rosilla, desemboca tranquilamente en la Bahía de Montecristi, diciéndole adiós en su recorrido a 16 ciudades, 14 cuencas y a las presas de Tavera, Bao y Lope de Angostura, localizándose en su recorrido la reserva natural del Parque Armando Bermúdez y el legendario Pico Duarte.
Se han aprovechado sus aguas para el funcionamiento de varios acueductos para asegurar la vida de las personas que viven en sus alrededores, produciendo electricidad, con aprovechamiento turístico en Jarabacoa con la práctica del “Rafting”, con la existencia de numerosos canales de riego para cultivar la tierra, una tierra que cuando se echa un carajo, “nace una flor”, como me dijo un campesino.
Pero en la modernización que da paso civilizatorio a la ciencia y a la tecnología han provocado, con la absurda e irracional ambición del ”progreso”, que el aumento de la contaminación esté asesinando lentamente este río reduciendo cada día su caudal de agua, acelerando en su agonía progresiva su muerte, ante la indiferencia cómplice de quienes deben de impedirlo.
Las consecuencias son nefastas, cada día la naturaleza está siendo crucificada, el medio ambiente más nauseabundo y contaminante, mueren peces y paisajes y con el tiempo miles de personas se desplazarán involuntariamente, huyéndole a la catástrofe, abandonando sus hogares, dejando sus tierras y sus sueños. Al final, sólo quedará la miseria, el hambre, la angustia y nostálgicos recuerdos, donde numerosas personas morirán de pena, como pasó con la destrucción y “modernización” Balaguerista de Samaná.
Aun así, gracias al respecto y vocación en favor del medio ambiente, el Presidente de la República, Joaquín Balaguer, en reconocimiento, mediante el Decreto 172-95, del 27 de julio del 1995, lo consagró como “Día de Río Yaque del Norte”. Pero la realidad es cada día peor, crece inmisericordemente la contaminación, acelerando la agonía y la muerte de un río patrimonio de la nación, sustento y vida de miles y miles de dominicano, hijos de este río.
Oliver Olivo, nació en Santiago de los Caballeros y de los primeros paisajes que vio y lo impresionó fue el Yaque. Como todos los muchachos de su época, su entretenimiento obligatorio y fascinante era saludar, contemplar y meterse en el río. Estas vivencias se quedaron en todos los recuerdos de su infancia. Cuando Oliver comenzó a ser hombre estudiaba en la Escuela de Agricultura de Santiago y la nostalgia del Yaque la llevaba dentro de sí. Su corazón era tan grande que el río cabía en su interior y a veces sonreía con sus recuerdos sin que nadie supiera porqué.
Su pasión por el río era tan intensa que decidió hacer un documental en los doce kilómetros que recorría a Santiago. Reflexionando y creciendo habiendo estudiado cine, decidió alargar este proyecto fascinado por un río mágico como el Yaque que se lleva los pensamientos a las galaxias llenos de sonidos, luz, ilusiones y flores, se preguntó. ¿cómo serán los atardeceres y los amaneceres en todo el trayecto del río?. ¿Cómo es y cómo ven todas las personas que viven, que sobreviven, en sus alrededores?
Ahí apareció Nicole Quiñones Butler, como productora y el sueño del documental desde donde nace hasta donde se acuesta el Yaque comenzó hacerse realidad. Medio incrédulo por tanta verdad, el milagro se hizo realidad en el 2019 y comenzó la filmación del documental. Oliver buscó a Jaime Guerra para la cámara, un artista del lente, profanador del esteticismo tradicional cinematográfico, capaz de “poner bonito lo feo y quedarse feo”, es decir quedar hermoso e impactante sin perder la dimensión de la verdad, manteniendo sus esencias y ancestros. Al mismo tiempo buscó a Oscar Chaveve, el músico capaz de hace que la magia de la música sobredimensione la realidad para impactar los sentimientos y el corazón de los espectadores.
Pero Oliver no quería un documental descriptivo, tradicional, donde él protagonista fuera únicamente el medio ambiente, el río como tal. No Oliver quería a un río humanizado, donde sus pobladores dijeran lo que no podía decir el río. Y exactamente eso fue lo que hicieron, donde los actores son el río y la gente en su cotidianidad, donde cada uno es un mundo, con sus historias y sus diversas relaciones de amor y desamor con el río y con la vida.
Son historias fascinantes ligadas todas al río que hacen que el documental se coloque más allá de la simple descripción ambientalista tradicional, para ganar una dimensión humanizada de paisajes hermosos, aguas sonrientes, con personas sobrevivientes que sueñan, que padecen y que sonríen por encima de las adversidades bendiciendo a la vida.
El documental fue concluido, los protagonistas de su realización dejaron de ser los mismos, fue presentado por vez primera en el III Festival Fine Arts, con elogios y admiración, al igual que en el Centro Cultural BanReservas. Sin dudas, es un paso positivo en favor del cine dominicano, que va más allá de la ficción, como buen documental, homenaje al río Yaque, patrimonio nacional, nada cómplice, hermoso, que denuncia la contaminación y el peligro eminente de que si no se toman medidas valientes desaparecerá por los plásticos, las aguas negras y la basura.
Este documental-verdad, debe ir a las escuelas, instituciones culturales, de medio ambiente y a las organizaciones populares, como expresión pedagógica-educativa y como buen cine.