En mi casa y desde pequeñito mis padres me inculcaron el buen hábito de ahorrar, siempre me decían sentencias o refranes como ¨El que guarda siempre tiene¨ o ¨Pan para hoy, harina para mañana¨ y así fui creciendo con esa beneficiosa costumbre de acumular para afrontar un incierto mañana porque el futuro según mis abuelos era veleidoso e incierto.
Tuve muchas alcancías, unas en forma de latas, otras con el clásico y simpático puerquito y su ranura en la parte superior, e incluso algunas con aquellas cabezas de chinitos y negritos que nos daban en los colegios religiosos para que pidiéramos limosnas por las calles en el esperado día del Domunt porque no había clases, y con esos dineros recolectados convertir a los ateos chinos, comunistas y africanos al catolicismo.
Cuando pacientemente las llenaba de monedas no las abría como otros niños para comprar golosinas o ir al cine sino que las guardaba en un estante como si fueran trofeos, lo que en realidad eran para un niño pequeño que sacrificaba el chicle, las mentas, o las fascinantes películas de Walt Disney.
Pasaron varios años y ya puedo decir que soy millonario, muy millonario, y además en verdes dólares verdes. Sí, acabo de asaltar y con gran éxito el Banco de Ahorros Provincial que está solo a unas cuantas cuadras de casa ¿O acaso creían que ahorrando chele a chele o peso a peso iba algún día a salir de pobre? ¡Por favor, no sean ingenuos!