¿Saben? Hace un tiempo estaba un tanto aburrido y decepcionado de mi forma de ser y mi comportamiento de siempre y pensé que si me convertía en una persona mística tal vez me ayudaría a salir de esa inercia existencial, de ese pragmatismo vivencial que durante años he venido experimentando y del que francamente me sentía bastante cansado. Creía que de esta manera más recogida y espiritual podría darle así otro sentido a mi vida, un rumbo nuevo y más perfecto en muchos aspectos éticos de la misma.

Debo confesar que había oído hablar del misticismo, pero como la mayoría de la gente, de manera superficial; pensaba que una persona mística era alguien un tanto contemplativo, que renunciaba a determinados aspectos ¨ruidosos¨ de la vida, una especie de ser romántico mezclado con bucólico y melancólico, algo así como un coctel Margarita de ingredientes sedantes agitándose en justa medida antes servir.

Así que me puse a averiguar más sobre el tema y me topé con que el misticismo es algo muy serio y profundo, complicado, extremadamente difícil de lograr y no apto para todo el mundo. Muy al contrario, resultó que tenía actores de referencia de la talla de San Pablo, San Ambrosio, San Isidoro de Sevilla, Juana de Arco, Santa Teresa de Ávila, o la más cercana y ya santa Teresa de Calcuta.

Que los místicos son personas que han tenido o aspiran a tener contacto del alma con la divinidad. Que los místicos tienen visiones, apariciones, oyen cosas extraordinarias y viven en un estado permanente de espiritualidad. Que incluso hay una Misticosofía o un sendero de la iniciación con dos vías posibles destinadas a despertar la conciencia como sucede en el caso de los hindúes.

Pueden imaginarse mi decepción al enterarme de ello, yo estaba dispuesto a hacer algunas concesiones mundanas como dejar de tomar alguna cerveza cada par de meses, o no darme una jartura de sancocho que me dejara noqueado por horas, a meditar un poco más en profundidad, cosas así.

Pero nunca a llegar a ser un santo cristiano de los que lucen coronita sobre la cabeza, las manos en posición de rezo y batola larga hasta cubrirle los pies, o un santón de la India de esos que están siempre en los puros huesos, en cueros de ombligo para arriba, con un escaso taparrabos por abajo, con barba hasta la cintura y que nunca comen ni una triste sopa de cebolla sin sal

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Una vez apiadándome de los animales me hice vegano estricto abandonado las carnes y pescados y al poco tiempo en el periodo de transición entre el estado carnal y el vegetal me llegaban toda clase de cometarios por parte de mis amigos y amigas ¿Estás enfermo? ¡Te ves más pálido! ¿Qué te pasa, pareces débil? ¿Estás sufriendo de anemia? Incluso uno me dijo: chequéate, a ver si vas a tener sida.

Así que entre este bombardeo de advertencias y que lo vegano no acababa de convencer del todo a mi paladar y estómago volví a mi estado natural de omnívoro a pesar de mis sentimientos de piedad por las vacas, gallinas y demás bichos de dos o cuatro patas, comestibles.

Con lo del misticismo la verdad me asusté, no me veía teniendo mensjaes con ángeles o seres divinos hablándome, o como San Pablo al que se apareció un Macedonio diciéndole ¨Ven a Macedonia a ayudarnos¨. Solo de pensarlo se me engranuja la piel y me dan esteriquitos por todo el cuerpo. Yo soy una persona corriente, un ordinary people, como dicen los gringos, sin más aspiraciones que ser un poco mejor perfeccionándome un poco de tanto en tanto.

Así que sintiéndolo mucho me aparté de misticismo o mejor dicho le salí corriendo porque ni de muy lejos le llegué a pisar sus puertas. Ahora estoy buscando otros métodos de reposo y superación espiritual, he encontrado varios cuantos posibles y hay uno de ellos que después de probarlo unas cuantas veces me ha convencido del todo, es el Hamaquismo, o sea, reposar varias horas diarias en una dulce hamaca criolla con unas cuantas frías y unos aperitivos al lado, rajitas de jamón, chorizo, lomo, queso, aceitunas, anchoas, cebollitas, pepinillos y otros por el estilo.

Tal vez no logre el estado místico superior, pero entro en un estado de sopor beatífico que debe parecérsele mucho y hasta es posible que lo supere con creces. Les invito a que lo prueben y después me dejen saber.