Sembraron vientos
y cosecharán tempestades.
El tallo no tiene espiga
y no producirá harina;
si acaso llegara a producirla,
se la tragarían los extranjeros
.”

Oseas 8.7

  • El plan A

 Nadie contaba con las tempestades que el presente haitiano cosecha, debido a los vientos borrascosos que algunos titiriteros siembran o sembraron.

Sin adentrarnos en mayores profundidades, en efecto, no estaba en los pronósticos del tiempo el magnicidio del presidente Jovenel Moïse, el pasado 7 de julio 2021, en Haití. Tampoco era previsible que hasta su viuda fuera sometida a la justicia por la muerte de su esposo.

En medio de la vorágine que se padecen hoy día, resulta impensable que la comunidad internacional pecara de bizantina, aferrada al ejercicio provisional de un primer ministro -el neurocirujano Ariel Henry- que da la espalda a los signatarios del Acuerdo de Montana, así como de sus modificaciones, y que continúa vedándole, objetándole, a priori, el paso a una solución de, por y para los haitianos.

En ese complejo de causales, se sembró de manera fútil más de lo mismo. A pesar de la más inhumana tragedia de abandono, inseguridad y desesperanza a la que hoy por hoy está sometida la gran mayoría de la población de Haití, se volvió a apostar a una intervención armada -esta vez la de un cuerpo policial multinacional- que, bautizado por el consentimiento otorgado del Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas, fuera liderado por Kenia y sustentado por dólares salidos de las arcas fundamentalmente estadounidenses.

Y, aún, más cuestionable. Dicha siembra fue abonada por un gobernante interino revestido del reconocimiento internacional que desdeñó sus propias palabras y olvidó el simbolismo de la fecha del 7 de febrero 2024; en particular, pues había jurado y perjurado que, ese preciso día, abandonaría el poder gubernamental haitiano, tras la celebración de elecciones.

De ese resumido contexto de hechos se sigue que, así como hay gallos que mueren en el macuto, el Plan A nació `natimuerto´. La propuesta fue solicitada y hasta urgida por el Primer Ministro a la comunidad internacional. Concebida en capitales foráneas, proponía la pacificación del convulso territorio haitiano, quebrado por la hegemonía territorial de bandas que pululan por doquier. En términos formales, se sigue insistiendo en el rescate de la susodicha propuesta, sin embargo, en la realidad social haitiana, aparece sin porvenir.

No obstante, si a alguien se le pregunta cuál fue el Talón de Aquiles del Plan A, podría responder que, desde fuera del estadio de juego, aunque interpretando el gruñido de los allí presentes, porque no contó con el respaldo -ni siquiera simbólico y menos aún real- de lo que se quiera entender por `fuerzas vivas´ actuales de la población haitiana.

Los pobladores del territorio de Haití, todos a uno -como si se tratara de Fuente Ovejuna- exigen en la actualidad histórica de ese país la salida de Ariel Henry del poder gubernamental[2].

Por ende, cualquiera diría que llegó la hora de jugar aún más rudo. Después de todo, en medio del caso más caótico, filo con filo corta.

  • El plan B

Ante aquel primer plan -sacado de alguna chistera imperial que así evitaría intervenir ella directamente- se evidencia en el terreno de los hechos la alternativa B. Esta es digna, sea dicho de manera alusiva, de alguna mente aficionada a las galleras. Si hay uno o más gallos en el ruedo, conviene introducir uno aún más agalludo. Y es así, como por obra y magia de algún titiritero aficionado también al supuesto deporte de los galleros, que Guy Philippe reaparece en suelo haitiano.

Él no es ni más ni menos que la bien ganada reputación que lo precede. Su mandato y misión presumiblemente es de envergadura histórica: pacificar el país en aras de proyectos por ahora insospechados; claro está, a menos que haga de las suyas el engreimiento, ese que en el pasado le ocasionó desmadres insoportables y años de encarcelamiento.

Por supuesto, ante la duda cartesiana de cualquier observador, así como el “inquebrantable” apoyo público estadounidense y de la ONU a Ariel Henry, algunos indicios de la existencia -tras bambalinas- de una salida de escape `por si acaso´ .

No más aterrizar en Haití, en medio de instituciones republicanas atrofiadas e instancias democráticas no funcionales, y sin por tanto olvidar el fraccionamiento territorial por efecto de la violencia de las bandas armadas y de la división intestina característica de los grupos de poder del país, Guy Philippe, el connotado conspirador, recién salido de una prisión estadounidense, llama a una revolución -pacífica- para sacar al primer ministro del poder; sin otro propósito declarado que concitar esa salida.

Recorre -libremente y sin oposición alguna- el país. La fortuna le sonríe, las puertas se le abren. Disfruta del protagonismo que le resta a los actores que le preceden. Aúna voluntades -inclusos entre líderes de sonoras bandas- y entra, tanto en la lejana Ouanaminthe, territorio insospechado de Barbecue, como las calles de Cap Haïtien.

Diríase que avanza sobre su objetivo final, con calma y como si en la tierra de Dessalines no hubiera otro heredero con autoridad suficiente más que él.

Alzado en el hombro de los suyos y de los que se dejan contagiar por exceso de entusiasmo. Saluda, sobresale de entre todos y solo lo opacan los vítores populares. Además, ¡eureka!, a modo de Moisés, mirando la tierra prometida desde lejos, dibuja en el aire `el´ posible fin del túnel de la actual agonía de su pueblo. Y, así, entra como dechado del destino, no a Jerusalén, sino a Puerto Príncipe, luego de descender de Petionville, el pasado 7 de febrero, para cumplir con su cometido: forzar la salida del Ariel Henry del poder.

Al margen de cualquier hipótesis, la prensa y los medios de comunicación dejaron de hablar de las bandas que él concitó a unírsele, ni de autoridades, ni líderes, ni de familias, ni de ex cancilleres ilustrados en sonoras universidades del exterior.

Con asiento en y desde Haití, para mejor lectura y comprensión de los pobladores de dicho país, divide las partituras entre un Ariel Henry asediado y policías adversos, de un lado y, del otro, masas populares, líderes de bandas, partidarios ex militares y los activos miembros de la Brigada de Seguridad de las Áreas Protegidas, BSAP.  El ir y venir, a veces sin sentido, así como el corre corre y las alarmas cotidianos, son tan significativos como el filoso rechinar de los machetes. Solo que esta vez, empero, nada opaca al antiguo golpista ni a su renovado propósito.

Mientras transcurre ese ajetreo belicoso a las puertas de su oficina, los medios de comunicación reportan al día siguiente que el Primer Ministro está “aferrado” al poder y, sin que la cara se le viera en las calles capitaleñas, cuelga en el ciberespacio un mensaje en el que reitera que dejará sus funciones “en cuanto empiece a resolverse el problema de la seguridad”; léase bien, esa misma inseguridad que al mejor entender de los locales y los observadores no ha mejorado durante su interinato como primer ministro. De todos modos, esa es la conditio sine qua non para lanzar “a toda costa el proceso electoral para entregar el poder a los dirigentes que el pueblo haitiano deberá elegir en buenas elecciones”.

En la vida, unas son de cal y otras de canto. Primero, las de cal. Mientras el Primer Ministro al menos se refiere a las elecciones pendientes en el país, a ser celebradas, por supuesto, cuando haya las condiciones que él no logra, su nuevo adversario formal solo se fija, al menos por ahora, en su oposición a la estadía en el poder del primero.

Y, segundo, las de canto. Para quienes creen que en esta vida somos esclavos de la lógica, dicha justificación la cimenta Ariel Henry en esta oración: “Una transición”, la suya, claro está, “no puede llevar a otra transición”, ¿la de algunos foráneos quiénes sean y de dondequiera provenga, o bien la de otro criollo como él?

Mírese hacia donde se mire, Haití está en el filo de la navaja. Cae de uno u otro lado. Valen las apuestas. Las cartas no están marcadas y, el o los árbitros internacionales, no lo controlan todo en el terreno de juego.

De ahí que, ante la incertidumbre del triunfo de las metas de pacificación y de reunificación del desmembrado cuerpo socio-institucional haitiano, si bien aún no se descarta la efectividad del plan B, ya se intuye una tercera salida de emergencia.

  • El plan C

Esta iniciativa se basa en una verdad reconocida por todo sujeto que esté al tanto de lo que acontece en Haití; sea este actor u observador, parcial o imparcial. La verdad que todo lo corroe la repitió en su alocución el día fallido, pero previsto por sus opositores para que abandonara el poder Ariel Henry:

Ha llegado el momento de que decidamos unirnos para salvar a Haití y hacer las cosas de otra manera en nuestro país para ofrecer a los jóvenes otro futuro.

Ahora bien, ¿por qué arribó dicho momento? Él da la mejor respuesta. En Haití,

No siempre es fácil reunir a la gente para hacer cosas buenas, ni siquiera para construir juntos. Reunir a la gente requiere mucha paciencia, voluntad y determinación.”

En pocas palabras, la desunión reina por sus propios fueros.

En ese crítico contexto, el penúltimo de los escenarios es preconcebido en términos de esta expresión soez, amparados en el dicho “ellos son blancos y se entiendan”: `Ellos no son blancos, que se maten entre sí y resuelvan su problema´. Se trataría de algo así como, con no pocos destellos de cinimismo, encender en Haití un conflicto de envergadura aún mucho mayor que justifique ulteriormente, desde una intervención disfrazada de “humanitaria”, hasta un estado de cosas ya previsible de tierra arrasada.

Luego de ahí, lejos de una lucha a muerte del tipo de la del antiguo esclavo y su nuevo amo o encomendero, algunos románticos rusonianos, trasnochados por la dialéctica, apuestan desde sus oficinas empresariales y norteños escritorios gubernamentales que `allanarán´ las divisiones intestinas en el seno social haitiano con el rodillo del poder y del dinero. Allí será aquello de “el llanto y el crujir de dientes” (Lucas 13, 28). Y, por vía de consecuencia, el mandamás criollo que renazca -no de las cenizas del ave fénix, sino de un mar de sangre y cadáveres de iguales- habrá de vérselas cara a cara con quienquiera, en y fuera de Haití, ostente el poder detrás del podio haitiano.

Será en ese entonces cuando se visualizará –de facto– qué espera, en un porvenir no imprevisible, en tanto que plan ultimado por otros, desde lejos del Caribe, al pueblo haitiano.

  • El plan D

La eventualidad de este plan postrero, difícil siquiera de vislumbrar y más de cernir, procede de la consuetudinaria ingobernabilidad tipo occidental de Haití y, muy posiblemente, no tiene otra justificación que el codiciado despojo de los recursos de Haití.

En medio de la ausencia prolongada de acuerdos circunstancias, en aras de un proyecto nacional consensuado, caerán muchas caretas. Todo disimulo o apariencia de Estado haitiano finalizará por evanecerse. Ni siquiera se propondrán elecciones formalmente democráticas, ni instituciones republicanas funcionales en las que el equilibrio de los poderes sea garante del derecho y del aristotélico bien común de todos.

Por eso mismo, si a esto se llega, poco bien saldrá de tanto caos. El propósito fundamental de este último designio será exclusivamente renovar, de manera sistemática, unidireccional y arbitraria, el AID State[3] (Estado de auxilio) en Haití.

Y, así, si los estamentos representativos de Haití, al igual que las fuerzas motrices de su sociedad, no se aúnan en su diversidad y defienden como en el glorioso pasado histórico, al conglomerado poblacional de ese país, no habrá fuerza divina que impida el desmembramiento regional, la desintegración y el sometimiento de ese territorio a la avaricia desmedida de los demás.

De la actual caída al vacío, ni siquiera se sacaría algún provecho, pues Haití no sería tenida en cuenta, en y por sí misma. A modo de ejemplo, la expoliación minera, de la que se rumora en voz alta, entonces pasaría a ser realidad impuesta a la fuerza por intereses particulares en dicho territorio.

Pero, en el dominio de este último plan, lo peor de todo resultaría ser que, como instancia de poder, Haití no sería tenida en cuenta por alguien ni por nadie en ese porvenir.

Así, pues, en tanto que oportunidad perdida, habría que recordarle a todo el mundo que Haití -de haber contado con mejor gobernanza e institucionalidad de los suyos- pudo haber sido fuente de riqueza y democracia, en relativamente pocos años, como sucursal necesaria de la asediada isla de Taiwán[4], con la cual mantiene relaciones diplomáticas. Ese país antillano, a propósito del cual no se sabe -a ciencias ciertas- qué hacer, estuvo llamado a garantizarle a terceros, bajo la vigilancia y estricta seguridad de los predios americanos, la producción de la estratégica industria de microchips y semiconductores.

Llegado al fin de tal porvenir previsible, quedaría por explicar por qué, en ese contexto, se hubiera comprendido de inmediato que también en la República Dominicana, donde sin lugar a dudas no existe solución a la cuestión haitiana, hay que “abandonar viejas ideas[5], siempre y cuando ella quiera ponerse a sí misma acorde con el previsible nuevo mundo.