Resulta sorprendente cualquier estudio de la figura de uno de los prohombres de la historia universal, del poder militar y de la política, como es el caso de Winston Churchill. Dicho estudio debe estar penetrado de pasión y vitalidad creativa por la diversidad de facetas que este personaje encarnó, y por su eficiente papel estratégico en la Segunda Guerra Mundial.

A ello se agrega la genialidad de sus argumentos parlamentarios demostrando su condición de erudito y orador incomparable que permitieron al Reino Unido un ímpetu modernista. Para Churchill ningún problema le fue difícil resolver, debido a que sus ideas emanaban de una imaginación incontenible y no estaban sustentadas en axiomas o cosas comunes sino por la materia prima de su pensamiento.

Nunca dudó de la supremacía del Reino Unido y que su auge está en cualquier forma que adopte en defensa de su cultura y en los cambios revolucionarios que a lo largo de su existencia histórica y política ha puesto de manifiesto, aun en los prolongados momentos de guerra.

Winston Churchill se templó como el acero con un dedicado esfuerzo ante las contingencias bélicas, políticas y parlamentarias. Siempre lo hizo apoyado en el compromiso de su naturaleza: talento, valor y persistencia. Precisamente, por su ideal puro y convincente en la demostración real de los hechos.

Necesariamente ha de reconocerse que fue un destacado líder mundial cuyas virtudes hablan de una personalidad definida en propósitos y de valor en la toma de decisiones. Se ha de observar la forma en que puso de manifiesto su naturaleza humana: controversial, aguerrida y sometida a un estoicismo que traspasa lo que definía el filósofo Espinoza “el ente absolutamente infinito” que se encierra en “la potencia del entendimiento o de la libertad humana”.

La vida y obra del genial Churchill, sobre todo la que hemos leído con fruición, escrita por sus biógrafos, demuestra que fue una especie de profeta al adelantarse a conflictos militares, políticos y ambientalistas.  Como estudioso de la naturaleza tuvo la capacidad de presagiar y prevenir problemas concernientes al invierno, a la escasez de alimentos y a las pestes, fenómenos que llevó al lienzo al poseer también talento pictórico. Se recuerda que llegó a plasmar numerosos autorretratos.

Winston Leonard Spencer Churchill (1874-1965) fue uno de los líderes hegemónicos de la Segunda Guerra Mundial. Se han escrito numerosas y variadas biografías; sin embargo, para quien esto escribe, la más importante es la de Andrew Roberts, con 1470 páginas, publicada por Editorial Planeta, Barcelona, España, 2019 y con traducción de Tomás Fernández Aúz.

Roberts, en una narrativa muy condensada, nos permite conocer en profundidad la naturaleza de este brillante estadista que la historia engendra uno cada cien años. En la primera fase, salta a la vista el consejo que le da Churchill a un estudiante estadounidense: “Estudia historia, estudia historia…La historia atesora todos los secretos de la gobernación del Estado”.

Su primer discurso lo pronunció en el año 1908, en el Club Liberal Nacional, con la finalidad de “promover el proyecto del tendido de 217 kilómetros de vías férreas para la compañía ferroviaria ugandesa” (un plan que no llegaría a materializarse). Fue una pieza discursiva en la que también dejó sentado su interés por la clase indígena, la que, según refiere, “no debería ´sustraerse nunca´ a las poblaciones indígenas ´del cuidadoso y desinteresado control de los oficiales británicos”.

Revela Andrew Roberts que “Churchill abrigaba un auténtico y hondo sentido paternalista del deber, que le obligaba a velar por los indígenas presentes en el Imperio británico”. A ese respecto, decía que “el Gobierno tenía la misión de proteger a los nativos de lo que él denominaba ´la mezquina comunidad blanca imbuida de todas las ideas, duras y egoístas, que marcan el celoso contacto de las razas y certifican la explotación de los más débiles”.

Churchill, además de genial, fue el ministro de la Cámara de los Comunes más decisivo y controversial que tuvo el Reino Unido en su época; llegó a ser el general estratega más sobresaliente, luego de graduarse  como cadete en Sandhurst en diciembre de 1894. En la Segunda Guerra Mundial se distinguió por los resultados positivos en las estrategias que diseñaba para grandes combates llevados a cabo por los generales bajo su mando; fue considerado también como un excepcional escritor y articulista de diversos medios de comunicación, por lo que obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1953.

Además de su mal genio, producto de su desbordante inteligencia, fue un estadista de hondos sentimientos. Sufre cuando “su criado George Scrivings falleció súbitamente, víctima del cólera asiático, una violenta inflamación interna. Churchill dispuso que se le enterrara con honores militares, en una ceremonia que Marsh juzga ´extremadamente emotiva”. En sus notas, nueve años después de haber tenido que enterrar a sus camaradas de Omdurmán, Churchill deja constancia de que la historia se repite:

“Me vi una vez más de pie ante una tumba abierta, observando el resplandor del sol agonizante, cuyos cerúleos destellos se cernían lánguidamente sobre las desiertas soledades mientras el crepitar de las salvas fúnebres quebraban el silencio de la tarde”.

Winston Churchill perteneció a la raza heroica de su tiempo y su figura descollante le permitió al mundo conocer el hombre que cosechó tantos éxitos en lo militar y en lo parlamentario. Su personalidad ocupa uno de los primeros lugares de la historia universal contemporánea. Así, Churchill, ofrece a los estudiosos de la Segunda Guerra Mundial, la facilidad de conocer de cerca los hechos de esta conflagración donde aflora con extraordinaria fuerza su tallado talento.

Sostuvo diversas discrepancias con los reyes y parlamentarios de su época que defendían con agresividad a la raza blanca, mientras él se sentía comprometido con los indígenas y los afrikáneres. De acuerdo a Andrew Roberts: “En esta época escribirá acerca de una futura sociedad sudafricana en la que ´el negro se proclamará igual al blanco (…) y exigirá que se le reconozca legalmente esa igualdad y que se asuma que ha de contar con los mismos derechos políticos´, una perspectiva que causará la indignación de los afrikáneres, que le responderán con furia no menor a la de ´una tigresa a la que se roban los cachorros”.

Churchill ofrece también una imagen del genio sensible y sentimental que  lo dio todo por su patria y cuya única ambición estuvo concentrada en los éxitos alcanzados. Por esa razón, la imagen que nos ofrece es íntegra y se somete al escrutinio positivo. Su visión histórica forma parte del proceso que se impuso en aras de la construcción de una nación como el Reino Unido, poderosa y sin discriminaciones y prejuicios raciales. Es por ello que tuvo sus razones en criticar la esclavitud y todo tipo de arbitrariedad que frenara la libertad y el respeto de las tradiciones indígenas y africanas.

 

 

Cándido Gerón en Acento.com.do