“Cuando una sociedad se corrompe, lo primero que se gangrena es el lenguaje”, Octavio Paz Lozano, laureado poeta mexicano, ganador del Premio Nobel de Literatura en 1990.

 

Iniciamos con esta frase de Octavio Paz para hacer un símil por la preocupación colectiva frente a las continuas expresiones soeces, injuriosas y ofensivas que se escuchan en boca de periodistas, locutores, conductores de programas interactivos por radio y televisión. Lo mismo sucede con artistas, líderes políticos y comunitarios.

 

A esos llamados “comunicadores sociales” no les importa si sus inapropiadas expresiones emitidas por las ondas hertzianas las están escuchando personas adultas, jóvenes o niños.

 

La inmoralidad verbal, acompañada de desagradables gestos manuales, movimientos corporales y vestuarios que despiertan la lujuria, se ha hecho una costumbre en una buena parte de los programas por televisión.

 

Estos “comunicadores”, al parecer, no tienen control o regulación gubernamental que censure sus repetitivas vulgaridades.

 

Tienen “licencia para matar”, como la tiene el personaje ficticio James Bond, el agente secreto 007, creado en 1952 por el novelista británico Ian Fleming.

 

Mientras James Bond, de acuerdo a la trama, debe eliminar -en misión secreta- a los enemigos de los intereses de la monarquía inglesa, muchos comunicadores matan públicamente la moral, el lenguaje, la ética y la buena conducta humana.

 

El prolífico escritor, y quien fuera además periodista, abogado, filósofo, productor de televisión y político venezolano Arturo Uslar Pietri, escribió una vez: “Hay una estrecha e indisoluble relación entre la palabra, el pensamiento y la acción. No se puede pensar limpiamente, ni ejecutar con honradez lo que se expresa en los peores términos soeces… (La lengua sucia, 1906)”.

 

Las agresiones verbales son tan dañinas o peores que las agresiones físicas, porque los insultos y la maledicencia salen como dardos envenenados para herir la moral y los sentimientos más profundos en la psiquis del ofendido.

 

La descomposición social, la inversión de valores que reina en la sociedad dominicana pareciera una agenda bien elaborada por sectores interesados en desgarrarla en todas sus formas, hasta lograr su desaparición.

 

¿Qué están haciendo las autoridades para desinfectar esa putrefacción lingüística que prevalece en boca de muchos comunicadores y artistas? Muy poco, por no decir que nada.

 

Años atrás tuvimos con orgullo una figura femenina que entregó su intelectualidad para tratar de enriquecer el lenguaje de los comunicadores y el comportamiento de artistas que intentaban vulgarizar con sus actuaciones las imágenes retransmitidas en la tele.

 

Doña Zaida Ginebra viuda Lovatón, admirada y respetada, sentó precedentes cuando estuvo al frente de la Comisión Nacional de Espectáculos Públicos y Radiofonía, entidad reguladora que dirigió por varios años.

De carácter sencillo pero fuerte, Doña Zaida se hizo respetar para que todo aquel que usara medios de comunicación radial o televisivo se sometiera a las regulaciones de control moral establecidas, so pena de la aplicación de censura provisional o definitiva si incurría en violación a los reglamentos de la Ley 824, de espectáculos públicos y radiofonía.

 

A quienes se atrevieron a desafiarla, les cerró sus estaciones de radio y/o televisión, canceló carnets a locutores por violaciones contra la ética y las buenas costumbres; reguló y monitoreó a artistas acostumbrados a grabar canciones con letras de doble sentido.

 

Pero, Doña Zaida ya es cosa del pasado, como lo fue la enseñanza de Moral y Cívica que se ofrecía en escuelas y colegios en todo el país.

 

Con su muerte, el 23 de agosto de 1985, terminaron los esfuerzos por una difusión del pensamiento apegado a la moral, al respeto y la ética, dando paso a los promotores de la vulgaridad, la obscenidad, el insulto y a los zafios.