Queridos Dulce, Paulette, Lissete, Mario y María:

En nuestra familia, “DulceyMario” es una palabra, un vocablo con etimología familiar. Nació en el diccionario informal de primos, los hijos de los hermanos Pagán Concha. Un parvulario sin maestro, en el que nos inventábamos palabras que todavía usamos. Entre ellas, “paganada”, “Fius” y otras con las que nos entendemos.

Como saben, esos lexicógrafos juguetones ahora usamos lentillas para leer y varios son abuelos. Sin embargo, mantenemos esa palabra compuesta en nuestro lenguaje hablado, porque guarda un profundo sentido unitario para la tribu.

Hubo una primera palabra-caramelo en nuestro vocabulario: “DulceyBlanquita”. La tía y la prima teenagers formaban una misma idea en la tercera planta del apartamento de la calle Pina de los tíos Nora y Chino, donde vivían cuando nací.

De esos balcones salía la música del tocadiscos de “DulceyBlanquita”. A los primitos chiquitos Ketty, Leticia, Humberto, Amandita, Albertico, Guaroita, Angélica, Robertico, Eva, Natacha y los puertorriqueños Iván, Christian, Oscarito y Cindy y hasta al gato Tico-Tico, nos ponían a bailar las canciones a go-go y a ye-ye, nos llevaban al paletero de la esquina, y los domingos a las funciones Matinée del cine Olimpia donde comíamos gofio y algodón, también acompañados de Ángela y Milagros, otras centinelas de nuestra inocencia.

Ciudad Nueva en los años de la Nueva Ola. Un recuerdo de paleta, pick-up rocanrolero, de “DulceyBlanquita.” Las recuerdo con sus engargolados tirabuzones bajando por sus sienes para enmarcar sus rostros cándidos, ¿por qué no íbamos unos niños chiquitos a pensar que no era otra palabra compuesta como buscanovios? El vocablo era una idea definitiva.

El lenguaje no es de la Real Academia. Pertenece a los parlantes, es de las cosas que aprendí con su papá. Cuando somos infantes, absorbiendo afecto y protección, la legitimidad de lo dicho no se cuestiona.

El Silabario Hispanoamericano, antes que Nacho y otros sistemas modernos de alfabetización, fue una suave transición a la comprensión del idioma para esos niños que fuimos. Nuestra lección primera de escritura y lectura corrida que traía varios cuentos de fantasía como La Cucarachita Martina.

La belleza del lenguaje, herramienta del oficio de su padre periodista, no solo permite al niño la comunicación efectiva, sino además a comprender el mundo. En mi caso, entre otras cosas, a entender que Blanquita era sujeto distinto a Dulce. Pero como en los cuentos del Silabario, en esta familia siempre encontré relatos de fantasía.

Ellas y nosotros crecíamos. La prima, con el mismo nombre de las funditas de la famosa marca de harina de maíz se fue a trabajar con el tío Chino y la tía caramelo, su mamá, pasó a trabajar con mi papá. El oficio familiar, como saben, no era la repostería, ellas fueron a laborar donde ellos vendían sueños, en las casas de distribución y exhibición de películas.

Así, Dulce pasó a la boletería del cine Triple, el primer gran teatro de salas múltiples fuera del sector intramuros, a vender ilusiones de vanguardia, y entre las ofertas de Fellini, Bogdanovich, Saura o Lumet, un asiduo permanente comprador de ficciones en cinemascope, le ofreció a la hermosa taquillera su amor.

Se llamaba Mario Rivadulla y hablaba un gracioso español con acento cubano.

Era conversador y tierno con los sobrinitos de Dulce, que nos escondíamos detrás de la boletería del cine Triple, al final de las últimas funciones, para ver en mi caso por primera vez una Love Story fuera de la pantalla. Desde entonces nació el vocable “DulceyMario”, y existen razones para que todavía lo usemos.

Estas líneas no pretenden contarles lo que siguió y saben, sus padres son dos personas extraordinarias y formaron un matrimonio unido. Intentan acompañar la tristeza que nos embarga por la partida de Mario el pasado domingo, hasta otra dimensión. Donde estén ustedes, siempre estarán para nosotros “DulceyMario”.   

Mario enseñó a la paganada a amar las palabras y a utilizarlas para proveer sentido de justicia y afecto, en cartas, tarjetas y correos electrónicos o de viva voz con sus afectuosos abrazos. Un mensaje de “DulceyMario” nunca ha faltado. Llegan a cada una de nuestras casas con regalos o invitan a la suya con platillos.

Ustedes han sabido honrar la laboriosidad y valentía que ocuparon a su papá en las distintas etapas de su existencia. Tan solo quiero agradecerles por dejarnos formar parte de su historia de amor, y reiterar nuestra presencia solidaria en la hora difícil.

Entre el Licey de Guaroa, las Estrellas Orientales de Pedro, el Escogido de tío Chino, y la guitarra bohemia de Mario García, su tocayo, “DulceyMario” estaban y siempre estarán.  Gracias Dulce, por la disponibilidad tuya y de Mario para Amanda, Evelia, Leticia, Toqui y Nora, mi madre y tíos y sus mencionadas parejas, compuesta en detalles, tiempo y apoyo irrestricto, en especial en las soledades que visitan en los años dorados. No hay palabras suficientes. Solo compromiso a nuestro cargo.

Tengo guardada una nota que recibí del correo electrónico de Mario, que me llegó a México hace un tiempo atrás y así diariamente su columna “Tiro rápido”. Decía: “Que pases junto a tu familia unas felices pascuas y tengan un 2020 pleno de dicha, salud y progreso. Acabo de leer el trabajo sobre Leticia en Acento [se refería a un mensaje que escribí a mi hermana el día de su cumpleaños]. Hermosísimo. Esperamos verte la próxima vez que vengas, Dulce y Mario” 21 de diciembre de 2020.

Cuando mi papá murió un Domingo de Gloria, Mario escribió un sentido homenaje en la prensa para su amigo. Llamó a su semblanza de Guaroa Noboa “Un buen día para morir.” Nos sorprendió leer esas líneas en la prensa. A un simple ciudadano de clase media retirado Mario lo despidió con retrato digno.

Exactamente veinte años después, mi mamá le siguió, al partir en las primeras horas de las Pascuas Floridas. Otra vez, Mario ocupó su columna periodística para dedicar palabras al ama de casa octogenaria a quien llamaba madrina, porque fue quien le entregó a Dulce en matrimonio.

Que el espíritu de Mario partiera un día de domingo, solo me confirma que el vocablo no tendrá fin. Cuenten siempre con los parientes del viejo parvulario de juguete que inventó la palabra “DulceyMario”.