Todo aquel que es versado y estudioso de los temas políticos y geopolíticos, no pone en duda la sagacidad, la capacidad estratégica y táctica de Vladimir Putin. Y, un destello de su gran versatilidad política fue cuando el 21 de febrero, reconoció las independencias de las repúblicas de: Donetsk y Luhansk, pertenecientes a la región de Donbás. Esta jugada maestra por parte de Vladimir Putin suponía una reconfiguración del ajedrez político de la región, ya que iba a inducir la desintegración del territorio ucraniano en favor de regiones separatistas prorrusas: todo esto literalmente sin tirar un tiro.
Sin embargo, la genialidad política duró poco, ya que, con su incursión militar en Ucrania, nos trae a la memoria errores tácticos y estratégicos, que significaron el principio del fin de hombres audaces de la historia como: Alejandro Magno, Adolfo Hitler, Napoleón Bonaparte, entre otros. Desde el punto de vista geopolítico, Putin ha logrado unir a la decadente hegemonía occidental encarnada en la Unión Europea y en los Estados Unidos, en un solo propósito: mantener vivos los valores occidentales y frenar el avance oriental que impulsan Rusia y China.
La invasión por parte de Rusia a Ucrania ha desatado una Guerra geoeconómica sin precedentes por parte de los Estados Unidos y sus aliados de la UE. Esta tríada de sanciones a Moscú consiste en sedearla a través de tres herramientas financieras de suma importancia para la economía global: los sistemas SWIFT y CHIPS, y por supuesto el dólar estadounidense que representa el 60% de las reservas internacionales de los bancos centrales del mundo. A través del sistema SWIFT, Washington puede vigilar todas las transacciones financieras transfronterizas, algo que limita la capacidad de pago y de comercialización de cualquier país del planeta. Por su parte, la Cámara de Compensación del Sistema de Pagos Interbancarios (Clearing House Interbank Payments System o CHIPS, por sus siglas en inglés). Es un club exclusivo de 43 instituciones financieras privadas que compensan y liquidan, poco más de US$1.8 billones diarios (trillones en inglés), utilizando una cuenta prefinanciada en la Reserva Federal de los Estados Unidos.
Algunos podrían pensar que Moscú podría escapar a estas sanciones económicas y financieras, a través de China y su sistema interbancario CIPS. Sin embargo, el 40% de los pagos internacionales de este sistema chino se realiza en dólares estadounidenses, y solo un 3% en yuan. Por consiguiente, Moscú estaría muy debilitada por estas sanciones. Y, una muestra de ello ha sido que el rublo ruso se ha depreciado en cerca de un 40% desde el 24 de febrero, y ya los mercados financieros internacionales vislumbran una cesación de pagos de la deuda rusa como ocurrió en el año 1998.
Desde el punto de vista geoestratégico, China ha jugado un rol neutral en este conflicto entre Rusia y Ucrania, que más bien es un proxy war o una guerra de poder entre Occidente (Estados Unidos, UE y OTAN) y la dupla oriental euroasiática (Rusia y China). Beijing no quiere una confrontación a largo plazo, ya que eso trae consigo un rosario de incertidumbre que pondría en vilo a la economía mundial, y es algo que China no quiere para la consolidación de sus intereses geoestratégicos y geoeconómicos a escala planetaria, que de cierta forma le permitirán a largo plazo consolidarse como la primera potencia económica del mundo. De igual manera, China se ha manejado con suma cautela en esta crisis, debido a que no controla de manera hegemónica los tinglados del sistema financiero internacional, teme por posibles sanciones de Occidente si colabora de manera directa con Moscú. Algo que podría descarrilar su economía, que viene superando de manera satisfactoria y resiliente la crisis generada por la pandemia de la COVID-19.
En el plano geopolítico, visualizamos que una posible salida negociada en Ucrania pasa indudablemente por una división del pastel ucraniano como una especie de Muro de Berlín, entre Occidente y Rusia. Y, de agudizarse la situación en Ucrania, con una posible resistencia auspiciada por Occidente, que desplieguen tácticas de guerra de guerrillas. Y, ante una eventual caída en picada de la alicaída economía rusa: esto podría ser el caldo de cautivo perfecto para Occidente negociar en mejores términos en este pivote geoestratégico que es Ucrania. Algo que Putin pudo evitar con su movida estratégica sin ceder un ápice de los beneficios geoestratégicos y geoeconómicos que le deparaba el destino.
En otro tenor, dentro del marco del imaginario comunicacional y la hegemonía cultural, Vladimir Putin, ha perdido la Guerra, ya que ha pasado de víctima de la agresión imperial por parte de Occidente a través de la OTAN, a victimario contra la agresión a un país mucho más débil que el suyo. De igual manera, el liderazgo Occidental encabezado por los Estados Unidos ha desempolvado el manual de dominación hegemónica realizando una clara alusión a los valores occidentales como: la democracia liberal, la prosperidad y la consolidación del orden mundial a través de los poderes supranacionales. Por tal razón, Occidente se ha unido en torno a un solo propósito: derrotar a Vladimir Putin con todas las herramientas que sean necesarias.
Finalmente, si la Guerra en Ucrania se prolonga más de lo esperado, con bajas militares significativas del lado ruso y, por otra parte, los efectos devastadores de las sanciones económicas, podría decretar el Waterloo de Vladimir Putin, y su eventual salida del poder. Desde punto de vista geopolítico, geoeconómico e incluso hasta militar, es muy cuesta arriba para Vladimir Putin, alzarse con una victoria holgada en este conflicto bélico. Pero dada su ambición desmedida por mostrar su poderío hipersónico, a final de cuentas: irá por todo o nada. Y, es por eso, que afirmamos que un genio de la estrategia como Putin, pasó de la genialidad a la locura esquizofrénica.