“Cuanto más se multiplican las ofensivas de seducción procedentes del mundo mediático y mercantil, nuestra época más parece haberse quedado sin alma, ser codiciosa y orientarse ciegamente hacia el abismo.” Gilles Lipovetsky (en Gustar y emocionar, 2020:227)
El caso de Karla y el resto de la humanidad
Ese día Karla estaba algo histérica y deprimida por lo que entendía el pobre resultado de varios años dedicada al contenido de su cuenta en Instagram; que por qué su lista de seguidores no aumentaba si publica imágenes y mensajes interesantes, y de mucha más calidad que los de otras cuentas muy exitosas; que de qué ha servido invertir en expandir la difusión de sus posts, contratando incluso la asesoría de expertos; que si no todos los followers ven sus publicaciones, o que no todos los viewers dan likes; o que por qué no todos los que hacen comments la siguen; entre tanto junto, también estaba algo molesta y no menos confundida sobre si mantener la cuenta o mejor olvidarse de eso hasta nuevo aviso, algo así como suspenderla de forma indefinida y regresar esporádicamente, porque eso de cerrarla de una vez por todas no lo veía necesario, eso no, se decía: “¿vivir sin instagram?!, no hay que llegar tan lejos, pero algo tengo que hacer”.
Algunos años antes Karla había llegado incluso a inhabilitar la cuenta por un tiempecito, pero esa fue una decisión menos sufrida y más racional, pues simplemente estaba saturada, digamos que fatigada a causa de la intensidad con que consumía Instagram, y por todo el tiempo que le dedicaba a su cuenta y también a otras que seguía. En parte fue una decisión motivada en la experiencia de su amiga Betty, quien le había comentado sobre su “proceso de desintoxicación”, dejando de usar por al menos un mes también Facebook, Tweeter y cualquier otra aplicación que implicara relaciones públicas, sin contar Whatassp, pues “sin Whatassp si que era imposible vivir en sociedad”, pensaba, y pensando así convenció a Karla sin mucho esfuerzo, pues a ese momento ya casi estaba decidida a tomar el descansito.
Pasó un mes y tres días más cuando Karla entendió que ya había sido suficiente desconexión; ahora se sentía nuevecita y lista para volver a la carga, aunque tampoco era que extrañaba sus cuentas ni las posibilidades de interacción con sus seguidores y sus perseguidos -simplemente entendió que ya era hora-; en el ínterin en más de una ocasión pensó retornar y rehabilitar al menos Instagram y Facebook, pero si lo hacía no hubiese cumplido su promesa de al menos un mes, y recordando lo que la había motivado, como persona responsable y muy organizada, se concentró en cumplir su reto, y lo hizo.
Su retorno a las redes marcó un punto importante en la evolución de su relación con el metaverso, pues desde entonces, y como nunca antes -al parecer compensando su desactualización de un mes y unos días-, permanecía más tiempo navegando que haciendo cualquier otra cosa, aún en horas de “trabajo de verdad”, muchas de las cuales se ejecutaban precisamente en plataformas de la web: whatassp, correos electrónicos, páginas de consultas -con la inevitable distracción del bombardeo de la farándula y sus chismes-, música, base de datos en la nube y Google.
Con ese precedente y posterior trayectoria ahora Karla se enfrentaba a su nueva crisis, y a las preguntas existenciales de si volver a suspender sus cuentas y retornar a la “desconexión parcial”, o bien, si solo alejarse de Instagram, su plataforma favorita y “má vívida”. Para esta late millenial todo un suplicio intelectual, emocional y espiritual; “ ¡pero cómo diablo es que esta foto de una mujer en tanga, llena de cirugías y con esas faltas ortográficas tiene casi un millón de likes?!”; “¿cómo es que esa frase tan simple y tan chiché ha causado tanto alboroto?! , ¡increíble esa vaina!, ¡y mira mi contenido y la cuenta igualita!, ¿qué mierda tan irracional?, la gente tá’ loca”, se decía y preguntaba retóricamente en soliloquio con más frecuencia de la que podrían imaginar. [Era evidente que Karla no tenía conciencia de la función social de Instagram ni de la clave para “gustar y emocionar”, ¿pero quién sí en ese mundo, aún logrando hacerlo?]
No es que era una decisión que debía tomar de inmediato, pero mientras pasaban los días en lo mismo, ya también habían pasado varios meses, tal vez más de un año desde que empezó a reflexionar sobre su cuestionable nivel de “éxito como influencer”, una mujer que se identificaba tan talentosa y especial como cualquier mega estrella de la cultura popular podría ser considerada; entonces, “¿por qué no recibo el mismo respeto y admiración que esos tuiteros e intagramers ultra famosos?”, era la pregunta que más incapaz e inútil la hacía sentirse por no tener una respuesta convincente para sí misma. [No me quiero imaginar qué hubiese sido de ella de existir la opción de dislike o “no me gusta” en cada post?!]
Ese día no tuvo suficiente tiempo para que Karla matara sus tantas dudas y tomara una decisión definitiva sobre el destino inmediato de su cuenta, pues se durmió antes de hacerlo con el celular en el pecho, y cuando vino a despertar en la mañana siguiente, fue sorprendida por la noticia de que Instagram había cerrado, esto es, que había sido clausurado de forma definitiva, descontinuado o archivado, según un comunicado oficial emitido por sus creadores y equipo corporativo. [La decisión no pudo ser redactada con mayor claridad y simpleza, pero inicialmente sus lectores se negaban a comprenderla, aunque al poco tiempo lo hicieron]
“¡¿Vivir sin intagram?! ¿cómo así?!”; la pregunta existencial más común de esos días entre los humanos que entonces vivían en sociedad en la aldea global, ya tenía una respuesta única: es lo que hay, cerró Instagram, ya no existe. Ese 30 de febrero fue sin quizás el día más largo que ha registrado la vida en el metaverso, pero lo más interesante es que a la fecha y con motivo de ese acontecimiento, Karla ni nadie se ha suicidado, ni siquiera nadie ha muerto por depresión, un infarto o inanición, tampoco se han reportado casos de enloquecimiento o trastornos mentales abruptos; de hecho, la vida ha continuado como si nada hubiese pasado, habiendo de reinventarse la gran mayoría de los antiguos intagramers en otras plataformas -encontrando el resto un quehacer no menos divertido en otros mundos-; hoy Instagram ni siquiera se usa para referencia didáctica en los estudios de sociólogos, historiadores, mercadólogos, filósofos e intelectuales de todo tipo.
Instagram, como toda creación humana, tuvo una vida finita -solo que seducidos por el espectáculo nadie llegó a pensarlo ni presagiarlo-; luego de su clausura el Absoluto ha continuado ausente y omnipresente, el sentido común sigue siendo el menos común de todos, y la Iglesia no ha hecho más que lo propio de toda su historia: procurar reavivar la fe de los creyentes. Instagram cerró, y esta medida no significó más que otro cambio necesario para que todo siga igual, y en el todo también la humanidad y sus guerras sin sentido, incluyendo la vida de Karla, lidiando con nuevas causas de angustia y preocupación, pero ninguna tan grave que el entretenimiento y la reflexión no pudiesen resolver poco a poco, como siempre ha sido.