Es como un instinto natural, casi un acto reflejo, buscamos agradar a los demás, vivir para satisfacer al otro. Un sentimiento que puede resultar paralizante e impedir que nos desarrollemos plenamente. Los electrizantes movimientos de cadera de Frances Rosario, del grupo hermanos Rosario, fueron los responsables para que esa bailarina se retirara del escenario artístico.
Somos capaces de ir en contra de nuestras propias necesidades para actuar según lo que pensamos que el otro espera de nosotros. Son nuestros genes, nuestro cavernícola interior, los que encienden ese sentimiento. Ahora ya no solemos jugarnos la vida si el otro se enoja, pero lo seguimos sintiendo así.
Los genes no son los únicos responsables de esa imperiosa tendencia de complacer para conseguir seguridad y amor. La sociedad y la cultura se suman para decirnos que debemos ser buenos y atender a los demás. Y que, si amamos, debemos entregarnos por completo. El amor, aunque resulte paradójico, es el responsable de general dinámicas que enredan las relaciones con sentimientos de entrega, gratitud, culpa…. Dice Silvio Rodríguez, en su canción Solo el amor:” Debe amar las arcillas que vas en tus manos, debes amar su arena hasta la locura; y si no, no la emprendas que será en vano, Solo el amor alumbra lo que perdura. Solo el amor convierte en milagros en baros, solo el amor alumbra lo que perdura………Solo el amor engendra la maravilla, solo el amor consigue encender los muertos”.
En ocasiones, la entrega absoluta de los padres abona en los hijos un sentimiento de deuda de por vida que los encadena. Una sensación que los amarra convirtiéndolos en siervos de lo que creen que sus padres esperan de ellos.
En otras ocasiones, el sacrificio hacia los demás no presenta ni un ápice de correspondencia. Entonces aparece la rabia, el enfado, la furia o, incluso, la pena y la depresión profunda. He conocido dos historias muy cercanas que son estremecedoramente parecidas. En ambas, una mujer donaba a su marido un riñón para salvarles la vida. En la primera historia, una vez el marido estuvo recuperado totalmente, le fue infiel con otra mujer.
En la segunda, el hombre, ya sano, la abandonó por otra. Un desgarro doble. Sin riñón y con el corazón partido. La moraleja no se dirige al dilema de si debemos o no donar un órgano a la persona que amamos. La conclusión es que, si los damos, no podemos esperar nada a cambio. En el momento de dar (un riñón o un lápiz) debemos interrogarnos profundamente sobre el motivo por el que lo hacemos. ¿Lo hacemos por el amor que sentimos o por el que esperamos?
Leyendo un artículo de Albert Ellis, considerado unos de los padres de la terapia cognitiva, nos expresa que el sufrimiento no viene generado por los hechos externos, sino por la interpretación de estos. Dice que “esas interpretaciones vienen sesgadas por creencias irracionales que habitan en nuestra mente”. Este psicoterapeuta detecto 11 ideas ilógicas como causantes del malestar. La primera es: “Necesito el amor y la aprobación de todas las personas significativas de mi entorno”. Una creencia que, en diferentes grados, se encuentra instalada en todas las cabezas.
Como bien sabe, la psicología, el conjunto de creencias que una persona termina asumiendo, no solo está basada en su nivel de conocimiento y racionalidad, sino que, con fuerza inusitada, influyen factores culturales que van desde los asumidos por su crianza, hasta los aceptados por encajar bien socialmente. Otros factores de igual peso son los que resultan de la recompensa que se obtiene de asumir determinadas creencias. En otras ocasiones, resulta de negar la posibilidad de que hemos sido engañados, una protección de la autoestima que termina siendo más perjudicial que el engaño mismo. Como a nuestra siquis no le gusta la bipolaridad, podemos terminar de rehenes de creencias que no se sostienen de cara a la realidad objetiva, por absurdas que parezcan.
Muchas personas se entrujan las neuronas intentando averiguar por qué se encuentran enredados en esa dinámica de volcarse en los otros. Nunca podremos saberlo, es absurdo empeñarse más si tenemos en cuenta que, aunque lo supiéramos, no nos ayudaría a superarnos. Algunas personas se remiten a su infancia como la causante del problema, y como forma parte del pasado y no se puede alterar, caen en el victimismo inmovilista.
La pregunta no es de donde viene, sino que estamos haciendo o pensando para mantener esta dinámica de entrega. Si en un momento de paz somos honestos, si nos atrevemos a mirar muy dentro de nosotros mismos, es probable que experimentemos destellos de lucidez y veamos que miedo no está inmovilizando. Esa clarividencia suele ser fugaz. Así que debemos atraparla con todas las fuerzas cuando se presente. Podemos convertirla en una luz.