El estrés es un factor presente en la vida cotidiana de todo individuo. Es un término que procede del inglés y significa tensión. No es sencillo señalar las causas que lo producen puesto que habitualmente son una mezcla de factores los que se combinan para desencadenar nuestras respuestas ante determinados hechos. Por ejemplo, las reacciones de miedo, en principio, son una medida de protección: huimos para cuidarnos de algo que creemos que nos amenaza.

Desde luego, vivir tensionados, con estrés, es insano. No podemos estar de manera permanente en alerta o a la defensiva. Nuestras reacciones son un cúmulo de interacciones internas desencadenadas por un agente externo. Nuestras emociones son Neurobioquímica.

El fisiólogo de origen austriaco Hans Selye, quien se asentó en Canadá después de la Segunda Guerra Mundial, donde dirigió el Instituto de Medicina y Cirugía Experimental de la Universidad de Montreal, planteó que el estrés se produce cuando existe una alteración en el equilibrio del organismo causada por un agente externo.

¿Cómo debemos reaccionar ante el objeto de nuestra presión en la búsqueda del equilibrio? El ruido, el desorden, las prisas, la necesidad de tener control, la autoexigencia profesional y laboral… son algunas de las circunstancias que, señaladas de manera muy sintética, pueden generar un desequilibrio que incluso nos puede hacer   enfermar.

Los profesionales de la salud mental muchas veces atendemos en la consulta a personas con un agotamiento físico y psíquico que tienen su origen en un estado de presión psíquica sostenido. La tendencia al aislamiento para garantizar una situación de autocontrol puede ser un mecanismo de defensa ante lo que nos desestabiliza.

Muchas veces, el paciente es incapaz de poder controlar lo que le afecta, lo que le hace albergar ese temor, así que recomendaciones coloquiales que puede escuchar en su entorno, como nuestro característico “cógelo suave”, pueden incrementar los niveles de frustración internos. Otra expresión tan socorrida como “tienes que poner de tu parte” también produce mucha frustración y puede agudizar la angustia.

Las situaciones que producen estrés en la mayoría de las ocasiones están fuera del control de quien las padece y es incapaz de afrontarlas. Ciertamente, es verdad que, a mayor conciencia de estas situaciones, mejora el estado. Al mismo tiempo, si logramos unos ritmos biológicos más óptimos, como asegurar las horas necesarias de sueño, si tenemos una alimentación más sana y hacemos ejercicio físico, mejorará la respuesta ante las situaciones de presión, que por otra parte son inevitables. Tenemos mecanismos de compensación  que  generarán una estabilización bioquímica interna ante los estresores.

La decisión de acudir a un médico requiere tener conciencia de la enfermedad y que se necesita ayuda. Y esta, muchas veces, es la parte más difícil…