En el mes de septiembre, específicamente para el 18 en que se celebran las fiestas patrias de Chile, escribí algo sobre las actividades propias de esa fecha en ese país.

Al vivir allí por un tiempo, conocí sus costumbres, sus fiestas, sus comidas, sus tradiciones, en fin, fue para mí un descubrir cosas diferentes a las que había vivido hasta ese momento y les juro que lo disfruté, lo amé, llegué a involucrarme tanto en todo que aprendí a hacer ricas empanadas, a bailar cueca, a disfrutar del pisco sour, a conocer los late harvest, vino muy apreciado entre las mujeres,  a degustar los ricos asados… y más.

Cuando escribí sobre esas fiestas, con tanto  cariño, recibí muchas llamadas de personas cercanas que me hacen el honor de leerme, pero hubo una que llamó mucho mi atención, se trató de una de mis amigas que me dijo de esta forma: “eres la dominicana más chilena que hay en el país”, en un principio me molesté, porque me lo dijo de manera irónica. Ella es dominicana, nunca ha vivido en EE.UU. pero celebra a San Pavo, a Santi Cló y brinda el año nuevo de España, no el nuestro. Cosas veredes amigo Sancho…

En este mismo medio hay dos personas que colaboran con sus escritos y que me encanta leer: primero, Angélica Noboa quien vivió en México por algunos años, eso deduzco, mientras hacía estudios de post grado, y Gilbert Mervilus, un haitiano que, según he leído sobre él, vivió algún tiempo en nuestro querido terruño.

Ambos sienten fervor por los países en que han compartido experiencias, por los lugares, por sus gentes, por sus costumbres.  Leerles significa disfrutar, conocer, aprender. Sus vivencias son tan refrescantes que llaman a releer lo que escriben. Los dos sienten admiración, agradecimiento y tienen recuerdos tan gratos que son capaces de compartirlos con todos  los que le leemos.

No se necesita ser ciudadano de un país para sentir cariño, nostalgia, agradecimiento, solo se necesita tener un gran corazón y albergar grandes sentimientos para demostrar que se puede querer a otros lugares tanto como al nuestro, que le han abierto sus brazos para acogerle.