Los países imperiales, con Francia a la cabeza, y sus interlocutores en Haití, la oligarquía y los políticos, han convertido a ese país caribeño, vecino nuestro, en una tierra minada de pandillas de matones, narcotraficantes y mafiosos donde la vida humana vale menos que una cucaracha.
La situación actual de saqueos, secuestros y muertes, ya insostenible para muchos, nada tiene de que ver con designio de Dios, ni del destino, ni de brujería.
Se trata de una de las caras grotescas de una construcción de largo aliento cimentada en la impunidad ante la corrupción administrativa, el contubernio con los expoliadores de los recursos naturales, la carencia de institucionalidad y de servicios y la falta de oportunidades para la existencia digna.
Haití, que existe en el oeste de nuestra isla, nos muestra un modelo muy pedagógico sobre todo lo que debería hacer cualquier país que quiera hundirse en el caos.
En su recorrido histórico desde la celebrada abolición de la esclavitud en la colonia francesa Saint-Domingue (21-8-1791/1/1/1804), hasta hoy, ha vivido en sobresaltos. La apuesta permanente del poder económico y los políticos ha sido, a ojos vista, apropiarse de sus riquezas usando el caos social como distractor.
Frente a ese tétrico panorama, Pedernales, en la frontera sur, tiene mucho trabajo pendiente.
El Gobierno ejecuta el proyecto de desarrollo turístico que, según afirman sus voceros, será sostenible y se enmarca en un plan amplio con miras a construir bienestar en la región Enriquillo, la más empobrecida de República Dominicana (Independencia, Baoruco, Barahona y Pedernales).
Y eso debería implicar el redoblamiento de esfuerzos para contribuir a que Haití restablezca el orden y trille el camino del progreso y el desarrollo.
Con seguridad y organización en el lado oeste de la isla, el turismo nuestro (y el de ellos) sería más próspero en la medida que se den interacciones culturales y se acceda a sus atractivos naturales.
Es verdad de a puño que el ambiente en la frontera por Pedernales es diametralmente distinto a las otras sureñas, Independencia y Elías Piña, y a las noroestanas Dajabón y Montecristi. Hay una distancia sideral en términos de conflictividad. Se producen altercados, sí, pero mucho más espaciados.
Más al sur, las relaciones son, en general, armoniosas. Y el impacto del pandillerismo es casi nulo porque Pedernales queda distante de la capital de Haití, Puerto Príncipe, y otras ciudades económicamente más activas. Pero también porque la comunicación vial norte-sur, allá, es casi nula.
Sin embargo, no siempre el turista comprende estas características. No atina a segregar un país del otro, uno en caos casi total; otro, en paz. Menos si está agobiado de informaciones mediáticas muy negativas sobre la inestabilidad en Haití.
Por tanto, no me sorprendería si muchos turistas, sobre todo extranjeros, desisten a diario de visitar nuestro pueblo y disfrutar de sus bellezas. Pensarían que, dada la cercanía con Anse –au- Pitre, su integridad estaría en juego. Cuestión de instinto.
Esa una tarea para las autoridades y cada pedernalense en cualquier lugar donde se encuentre. Porque la verja divisoria en construcción servirá de nada si no logramos que los haitianos salgan a camino claro y no construimos un ambiente psicológico atractivo para el visitante.
Para comenzar, debemos buscar la forma de que, al menos, el turista vaya a la provincia a verificar que estamos en paz y somos diferentes.
Parece sencillo, pero instalar en el imaginario una idea diferente implica un abordaje comunicacional integral, sin frases hechas ni eslóganes.
No perdamos tiempo. Más tarde, saldrá caro.