Realmente, para mí es tarde esta advertencia, pero no para recomendarle a mis hijos que lo hagan con sus hijos, mis nietos.
En la época en que ellos crecieron, hace poco más de cuarenta años, el peligro existía, pero no como el de ahora. En esa época mis hijos veían televisión, iban al inglés, a los deportes, al catecismo y su abanico de diversión estaba compuesto por la compañía de sus primos y la mayoría de veces en mi compañía. Además jugaban y coleccionaban los muñecos G.I.Joe.
Los juegos electrónicos no iban más allá que de un Atari o un Nintendo. Para jugar si querían compartir con los amigos éstos debían estar presente. Aunque siempre los acompañé en todos sus juegos, en éstos me fue imposible seguirle el paso, nunca supe jugar.
Hoy en día la cosa es diferente. Los niños están constantemente conectados. Los varones no juegan con muñecos ni con carros. Las niñas no juegan con barbies ni con casita de muñecas. Todos desde los recién nacidos piden celular.
Al entrar a una habitación de un adolescente nos encontramos, primero el celular que no lo sueltan ni un solo instante. La televisión con acceso a todos los programas de cable. El PlayStation, aparato que le sirve para jugar a distancia con los amigos, porque usan celular y aparato a la vez. Forman grupos, no sé cómo lo hacen.
Los adolescentes se encierran en sus habitaciones y vaya usted a saber qué es lo que están haciendo o con quien hablando. Los celulares no los dejan visibles, hasta al baño se los llevan.
El celular ha sido el invento más dañino, junto con las redes sociales. Mediante él se divulgan las peores noticias, los grandes chismes y el aislamiento total. Ya nadie conversa personalmente, todo es a través de él.
En una fotografía vi a un grupo de jóvenes que se reunieron a celebrar un aniversario de su graduación de colegio, pero lo más llamativo fue que en una mesa rectangular, todos estaban con su celular en mano y ninguno conversaba con los que estaban. ¿Para qué juntarse?
El celular también es un “aquieta muchacho”. Recientemente me encontraba en un restaurante y unos padres estaban con sus dos niños, enseguida llegaron le dieron un celular a cada uno y le plantaron al frente un plato de croquetas. Las dos parejas pudieron disfrutar tranquilamente de su conversación y comida. ¡Qué barbaridad!
En esta misma semana vi en un periódico local la reproducción de un video de apenas un minuto realizado por el gobierno de Nueva Zelanda, en que unos actores porno se presentaron desnudos a una casa, la madre acudió al llamado y quedó aterrorizada al ver ese espectáculo. Ellos solicitaron ver al hijo, un menor como de diez años, le dijeron a su madre que él los había llamado, que siempre los veía. Cuando el niño acudió traía su computadora y una taza de té. El susto fue tan grande al verlos que se le cayó la taza.
Los actores le explicaron a la madre (una reconocida actriz, haciendo su papel) que conversara con su hijo, que ellos actuaban, que les dijera que el sexo no era eso, y les explicara en qué consistía tener una relación de amor.
En la época de mis hijos teníamos que velar porque no se detuvieran con nadie, no se montaran en un carro con un extraño y hasta con los conocidos. Hoy en día hay que velar porque los niños no se conecten con cualquiera, no se tomen fotos ni manden fotos a nadie, no hablen con desconocidos, ni den datos ni dirección a cualquiera que se los pida.