No creo que haya un lugar en el mundo en el que se le otorgue más valor a la diversión que en República Dominicana. Como he dicho en otras ocasiones: la alegría es un distintivo peculiar de la gente de este país caribeño. Por eso, en todo momento se procura alguna actividad que permita el esparcimiento social. De manera especial, el fin de semana se asume aquí como tiempo para la distención y el esparcimiento. Con frecuencia, en el diálogo cotidiano, se hace alusión al “finde” (abreviatura de “fin de semana”) y al posible encuentro con familiares y amigos como esencia cultural que va ganando espacio y fortaleza de generación en generación.

En la República Dominicana está arraigado el concepto “viernes social” como el espacio en el que la gente se encuentra para “botar el golpe”, que equivale a salir del estrés y la presión en que se vive por el trabajo, el estudio y todo tipo de tarea que limita la celebración, el gozo… Frente a la falta de potestad para participar en los decretos que competen al Estado, el pueblo decreta el “viernes social”, entre otros decretos culturales no menos significativos. Lo más importante es que eso de decretar el viernes social (que son todos los viernes del mes y los del año) es una construcción colectiva que se ha instaurado como elemento distintivo de la cultura dominicana.

Sin duda alguna, declarar el “viernes social”, sin diseño previo ni consenso, tiene como intención el salvarnos de penas y debacles que suelen sobrevenir con el cansancio, el agobio o la ansiedad propios de la vida acelerada y moderna. Así que, la frase recurrente de “Es viernes y el cuerpo lo sabe” es un tácito resumen de la valoración que se hace de la semana laboral y, de manera especial, del valor que tiene el viernes social. Es la frase con la que se justifica la “juntadera”.

Lo más importante es que el viernes social y otros decretos que el pueblo establece no quedan en el imaginario, no son simple aspiración. Cada barrio y cada grupo lo acoge según sus posibilidades y peculiaridades: unos a la villa, a la casa de campo; unos al billar o el carwash; otros, simplemente arman un dominó que se mueve como por inercia de la casa o el colmado hacia las aceras y, no en pocas ocasiones, hasta el centro de la calle.

De hecho, los colmados y colmadones son abarrotados los viernes sociales por amigos y compañeros de trabajo. En estos lugares aparece todo lo necesario para el jolgorio, la risa y hasta el baile: la cerveza, la picadera, la música son aliados perfectos para hacer de cada tarde de viernes un tiempo de deleite, un momento para pasarla bien y recargar las energías. Si la fecha es inmediata al día de cobro, la fiesta es superior. Entonces, queda más que justificado ese decreto social establecido por el pueblo y que cambia de matices, pero que no cambia de esencia.