El Grito de Capotillo del 16 de Agosto

De mayor trascendencia histórica que las insurrecciones acontecidas en febrero de 1863 fueron las acciones revolucionarias del coronel Santiago Rodríguez en el Capotillo dominicano, el lugar más idóneo y frecuentado por los patriotas del Cibao que proclamaron la Restauración de la República para lo cual aprovecharon la ausencia allí del destacamento español.

Cuando el brigadier Buceta envió cuarenta soldados españoles a recorrer las lomas fronterizas, preocupado por los informes alarmantes que había recibido, ya los restauradores habían abandonado el lugar. Al sabanetero Alejandro Bueno le correspondió enarbolar la bandera dominicana en los cerros de las Patillas, confeccionada por Humberto Marzán que en la época residía en Cabo Haitiano. Bueno fue también quien quitó y destruyó la bandera española que estaba enarbolada en Sabaneta cuando la insurrección de febrero de 1863.

Desde Capotillo descendieron dos grupos, uno encabezado por Santiago Rodríguez y José Cabrera y otro bajo el mando de Benito Monción para ocupar las poblaciones de Sabaneta y Guayubín para lo cual disponían del respaldo de Pedro Antonio Pimentel, Juan Antonio Polanco y otros valerosos restauradores. Estas operaciones representaron las primeras acciones de la Guerra Restauradora, a partir del 18 de agosto de 1863, en diversas comunidades de la Región Noroeste como Arroyo Guajabo, Macabón, Guayubín, Doña Antonia, Guayacanes y el espacio comprendido entre Sabaneta y San José de las Matas. De este modo, los patriotas desalojaron a los españoles de la región, un objetivo que se habían trazado desde el principio.

Asentado en Sabaneta

Por diversas razones el coronel Rodríguez se vio imposibilitado de continuar hacia la ciudad de Santiago, donde se concentraron los principales líderes restauradores. Una de ellas era su debilitada salud pues desde hacía algún tiempo padecía de fiebre tifoidea que menguó sensiblemente sus energías, una patología para la cual no existía ningún fármaco, salvo preparados naturales. Su hermano, Casimiro Rodríguez, afirma que no se trasladó hacia Santiago porque le encomendaron sublevar la remota Bánica y propagar la revolución en el sur, tarea que tampoco debió haber cumplido. (La Nación, 15 de agosto de 1944.)

Con la aquiescencia del Gobierno provisional que presidía José Antonio Salcedo (Pepillo) Rodríguez permaneció en Sabaneta donde se le nombró comandante de Armas, fue ascendido a general de brigada y se dedicó a recuperar y reconstituir sus ya maltrechos bienes agropecuarios. Pedro M. Archambault describe la actitud del general Rodríguez luego del Grito de Capotillo:

“[…] el vencedor Santiago Rodríguez, al regresar de El Tabaco destruyendo las fuerzas del Gobernador de la Línea, colgó la espada en su brillante panoplia llena de laureles. Regresó a Sabaneta de donde no volvió a moverse en gran comando, para expresar así su absoluto desinterés del poder, frente a las sugestiones que se le hacían de asumir la presidencia del Gobierno de la Revolución. Quienes le aconsejaban formarlo en Sabaneta, quienes en Santiago, quienes en Montecristi. Pero él era un ciudadano abnegado y exento de ambiciones”. (Historia de la Restauración, Santo Domingo, 1986, p. 75.)

En septiembre de 1863 el general Rodríguez firmó junto a numerosos próceres e intelectuales del Cibao el Acta de Independencia que redactó el abogado venezolano Manuel Ponce de León en la cual se destacaban las consecuencias deletéreas de la Guerra Restauradora:

“El incendio, la devastación de nuestras poblaciones, las esposas sin esposos, los hijos sin padres, la pérdida de todos nuestros intereses y la miseria en fin; he aquí los gajes que hemos obtenido de nuestra forzada y falaz anexión al Trono Español. Todo lo hemos perdido, pero nos quedan nuestra Independencia y Libertad, por las cuales estamos dispuestos a derramar nuestra última gota de sangre”. (M. Manuel Rodríguez Objío, El general Luperón y la historia de la Restauración, Santiago, 1939, pp. 78-80.)

Incondicional baecista

Mientras Buenaventura Báez exhibía en Europa, lleno de presunción, su título de Mariscal de Campo español sus seguidores se batían contra la anexión a España. Aunque el biógrafo Rufino Martínez dice que se ignoran los motivos por los cuales el general Rodríguez quiso pertenecer al bando Rojo, opuesto a los Azules, es evidente que el estrecho vínculo de amistad que mantuvo con Pepillo Salcedo, un baecista empedernido que en momentos de embriaguez vociferaba “después que se vayan los blancos, Báez, debió influir en su decisión de inclinar sus simpatías hacia el caudillo sureño, y por ende, asumir posiciones conservadoras en el ámbito restaurador.

Del mismo “predicamento” que Salcedo eran Pedro Antonio Pimentel, Lucas de Peña, Federico de Js. García, Gavino Crespo, Juan de Js. Álvarez, Ignacio Reyes Gatón y otros. Reyes, el “valiente coronel” como lo llama Luperón, no respaldó la anexión a los Estados Unidos. Falleció en Sabaneta el 19 de julio de 1890, Por su acendrado antibaecismo, José Cabrera ha sido considerado por el historiador García Lluberes como el más “puro” del grupo. (Alcides García Lluberes, Duarte y otros temas, Santo Domingo, 1971, p. 291.)

En tal sentido, en diciembre de 1865 el general Rodríguez contribuyó al ascenso al poder de Buenaventura Báez, el prototipo del antihéroe nacional, y en octubre de 1867 formó parte del grupo de baecistas que derrocó el gobierno del general José María Cabral (22 de agosto de 1866 al 31 de enero de 1868) con el apoyo material del presidente de Haití, Silvain Salnave que permitió el ingreso por la frontera domínico haitiana del general Manuel Altagracia Cáceres (Memé). Esta vez, desde la Línea Noroeste el general Santiago Rodríguez continuó la marcha hacia Santiago junto a las huestes baecistas hasta apoderarse de la misma. Durante breve tiempo ocupó el ministerio de Guerra y Marina en la denominada Junta Gubernativa.

Durante la dictadura de los Seis Años de Báez

No obstante tratarse de un gobierno abiertamente anexionista, despótico y corrupto, el general Rodríguez respaldó sin reparo la dictadura de los Seis Años, hecho que contrastaba con su lucha contra el dominio español para lograr la restauración de la república, respaldó abiertamente la anexión de la república a los Estados Unidos convenida por Buenaventura Báez con el presidente Ulises Grant en noviembre de 1869 que conllevaba la realización de un plebiscito para lo cual el general Rodríguez laboró intensamente a su favor, sobre todo, “convenciendo” a los habitantes de Sabaneta para que votaron por el mismo.

Ahora bien, a consecuencia de sus problemas de salud, de la invalidez parcial como resultado de su participación en la guerra de Independencia y del grave deterioro de su situación económica, el general Rodríguez no tuvo una participación activa durante la dictadura de los Seis Años, como lo hizo, por ejemplo, el general Benito Monción y los demás caudillos noroestanos. El estado de miseria en que se encontraba el general Rodríguez queda patentizado en la carta que le remitió a su amigo el presidente Buenaventura Báez en diciembre de 1870 que anexamos.

Por su participación en los dos principales gestas que permitieron la separación de Haití y luego en la restauración de la república, el general Santiago Rodríguez ocupa un lugar cimero entre nuestros próceres, aunque es evidente que se dejó por la política prebendalista practicada por Báez y no se asumió los principios liberales del fundador de la República. Esto motivó al biógrafo Rufino Martínez a realizar una valoración bastante severa de su trayectoria:

“Su vinculación con el ideal de libertad no tuvo las profundas raíces como se ha querido hacer ver. El amor a la patria y la preocupación por la integridad de ella para ser notables no pueden estar circunscritas a motivos de carácter regional, y mucho menos de sosiego y bienestar personal”. (Diccionario histórico biográfico, (1821-1930), Santo Domingo, 1971, p. 426).

Anexos

Sabaneta, 20 de diciembre de 1870.

Señor Gran Ciudadano general Buenaventura Báez

Santo Domingo.

Excelentísimo señor:

Más grande han sido mis esfuerzos por eximir a V. E de una atención que multiplica sus afanes, atención que llamo porque así la implora mi necesidad. cualquier frase que intentara usar sería difusa a mi propósito para no ser molesto. En juicio no aceptaron mis razones, cuando en fecha 26 del mes de marzo de este año me propuse pasar a esa capital llevaba como único objeto ser mi propio portador de mi solicitud a V. E., pero un desgraciado incidente atrasó y destruyó mi propósito.

Excmo. Señor: A la Patria le soy deudor de mi vida y de lo que puedo valer para ella, y esto está probado; desde agosto de 1858 han quedado evidentes todas las pruebas, ruinas, lesión, falta de salud, y poco mérito he recibido de la Patria, y al ceder esto, se comprende que la vida no se ha excusado, sino que el destino lo ha cubierto. Me encuentro lisiado, inutilizado en acción de guerra, sin salud, enteramente arruinado. Avanzado en Dios, contando sobre 60 años, con familia inútil aún, y agraviado por fuerza del destino.

En una palabra, sumergido en horrible abatimiento, desconsolado por los ensayos que vengo practicados, todos contrarían aún mi propósito, para todo fatal.

Y teniendo unos documentos, desde el año 1867, en el despacho de Hacienda de esa capital los cuales justifican y comprueban los sacrificios que he hecho por mi Patria (haciéndome a los susodichos a la suma de mil quinientos pesos). Es al digno jefe de Estado a quien correspondería recomendar ante la nación que se emplearan esos dignos recursos de justicia sobre servidores, no dudo que lo hará esta vez, y que ventilen como es justo su dictamen, no lo emitirían a mi favor.

Temo pasar en el conjunto de peticionarios varios que se hacen frecuentes y pretenciosos que cubren la venia favorable para todos, me aposté de aquellos que el derecho y la necesidad le facultan a implorar como yo. Confiando con dirigir a la magnanimidad de S. E esta solicitud, quedo esperanzado y mientras tanto continuo mis fervientes votos al Ser Supremo para que le asista en sus atareados trabajos en bien de la Patria, y que largos y felices años les sean premios de estos afanes.

(Firmado) El general Santiago Rodríguez.

La carta está contenida en Rafael Darío Herrera (compilador), Documentos presidenciales. Buenaventura Báez, (1868-1870), tomo I, Santo Domingo, Archivo General de la Nación, 2008, p. 323.

Acta de defunción 1879 del general Santiago Rodríguez

“En el pueblo de Sabaneta el día veinte y cuatro del mes de mayo del año mil ochocientos setenta y nueve falleció Santiago Rodríguez de la edad de sesenta y siete años, hijo natural de Josefina Masagó, viviente en este pueblo casado con Josefina Bueno. Murió en la comunión de la Santa Madre Iglesia frecuentado a menudo los santos sacramentos y dando siempre ejemplo muy cristianos. Se enterró el cadáver en el cementerio de esta iglesia, de lo que doy fe.- El Cura P. Accelli”.

Un Héroe de Capotillo

"Acaba de morir en Sabaneta uno de esos hombres para quienes la historia tiene que reservar, una página de gloria: el general Santiago Rodríguez, compañero de los denodados adalides que en Capotillo se sublevaron contra la dominación española y que hizo sacrificios enormes por el triunfo de aquella causa inmortal.

El nombre de este héroe yacía casi olvidado. Su modestia era igual a su valor. Ninguna recompensa pidió ni obtuvo nunca. Solo el patriotismo, ese patriotismo tan raro en nuestros tiempos, encendió en aquella el fuego sagrado que comunicaba en los días de prueba, a la insignificante legión de los vencedores de Iberia.

¡Paz a los restos y honor a la memoria del valeroso soldado, intachable ciudadano, y eminente restaurador! (El Eco de la Opinión, 4 de septiembre de 1879)