Duele decirlo, pero a menudo la política lo embarra todo haciendo ilegibles los afectos e insincero el abrazo. Este país acaba de salir de una contienda electoral y de igual modo que ocurre cuando uno mueve de su sitio un mueble viejo, y observa que comienzan a salir de su interior toda clase de insectos que huyen de uno a otro lado evitando ser pisados o bien trepan desesperados tratando de encontrar refugio, muchos ciudadanos acuden cual sanguijuelas, pasados ya los comicios, a encontrar cobijo en los pechos del Estado.

Analizar la sociedad que nos rodea en su faceta más ruin no es solo demoledor, sino que provoca un profundo abatimiento cuando uno reflexiona acerca de la condición humana. Ciertos conceptos como lealtad, fidelidad, traición, oportunismo, etc. adquieren en contexto electoral posiblemente su mayor sentido. Hablo por experiencia y, aun cuando por delicadeza me abstengo de mencionar nombres, puedo parafrasear al gran poeta chileno cuando dice "confieso que he vivido". Trataré de hacer un recuento en retrospectiva de los últimos ocho años del acontecer nacional vinculado a mis recuerdos como persona que practica un oficio, la escritura, que no siempre goza de gran prestigio en determinados ámbitos.

Hace cuatro años la derrota en las urnas del gobierno del PLD dio paso a la primera legislatura del PRM, formación que el domingo pasado volvió a revalidar por segunda vez consecutiva su triunfo. En aquella ocasión y un poco antes de que se iniciará el periodo electoral, fui invitado junto a varias personas a participar en un encuentro con el fin de manifestar abiertamente nuestro apoyo a Gonzalo Castillo, candidato en aquellas fechas a la presidencia de la República. Se nos convocó con el propósito de ser favorecidos si éste lograba el triunfo que le permitiera gobernar durante el siguiente cuatrienio. Personalmente rechacé tal propuesta por considerar que dicho candidato no representaba en absoluto ni los valores ni las aspiraciones que me mueven en esta vida. Nada que escape, a mi entender, a la lógica democrática que nos permite situarnos libre y voluntariamente al lado de aquel con quien nos sentimos más identificados.

De igual modo y una vez iniciada la gestión del nuevo gobierno en aquel primer momento, un buen amigo -hombre cabal y de reconocido prestigio- fue nombrado para ocupar un cargo de importancia en Europa, hecho del que sin la menor duda me alegré. Recuerdo con claridad como en aquellos días y como casi siempre sucede, le llovieron felicitaciones públicas de conocidos, menos conocidos y hasta seguramente de quienes nunca había escuchado su nombre. Yo, por mi parte, le envié tan sólo una discreta nota privada en la que le explicaba con muchísimo afecto y cierta sorna amistosa, que reservaba mis felicitaciones y una palmada en la espalda para el final de su gestión, el momento en el que uno debe ser reconocido por su buen hacer.

En estos últimos días y en un giro de tuerca con idéntica intención, un excelente amigo por el que siento un gran aprecio reunió a un grupo de escritores en su casa y me envió a modo de invitación una fotografía con una silla vacía que guardaba, según dijo, para mí. Le agradecí su generoso detalle, pero decliné una vez más el ofrecimiento. Le dije, como hago siempre en estos casos, que se trata de una cuestión de simple coherencia cuando uno apuesta al triunfo de la oposición. Asumo y defiendo desde siempre -tratando en lo posible de mantenerme fiel a mí mismo- la mayor independencia a la hora de tomar mis decisiones. Defiendo, de igual modo, la libertad de pensamiento y la posibilidad de elegir desde mi propio criterio, algo para mí fundamental en este y en cualquier otro momento.

Pero como en tiempos agitados los ríos bajan revueltos, las cosas no se quedan ahí y todo hecho le lleva a uno a la reflexión. Otro amigo, éste "frágil de entereza", mantuvo hace escasos días una conversación conmigo acerca de la lealtad y la amistad en momentos de transición política. Yo apelaba con vehemencia al significado de dichas palabras intentando llenarlas de contenido ante sus ojos, pero mi propósito fue vano y mi fracaso rotundo. Me consideró desfasado y anacrónico. Argumentó que mi manera de pensar era equivocada. Me aconsejó vivamente que revisara mi proceder, que siguiera sus pasos e hiciera como hacía él, preparar el garfio que le permitiera engancharse con firmeza al nuevo gobierno. Lo dijo sin excusa y sin el menor rubor, como estoy seguro hacen muchos otros.

Pero pese a todo lo dicho anteriormente y puestos a analizar de forma desapasionada la realidad en la que vivimos inmersos, es desolador comprender que, dada la escasa organización de nuestras instituciones, dependemos en gran medida de adhesiones ocasionales y no siempre deseadas para asegurar nuestra propia subsistencia y la de los nuestros o bien nos vemos impulsados a aferrarnos como sea a la "mano amiga del estado". Y este hecho, que es cuando menos inmoral y falto de ética, obliga a demasiados ciudadanos de este país a vender su alma al mismísimo diablo si se le pusiera delante y a engavetar toda posición de decoro y de firmeza, llevando su conciencia al mercado de productores y vendiéndola al primer comprador de viandas baratas.