Giovanni Di Pietro acaba de cumplir ochenta años. En Tempus volat: El libro de las flores (Poemas 2020-2021), su poemario trilingüe, reúne los más desgarradores versos que haya podido escribir el reconocido crítico literario, poeta y novelista, de más de 20 poemarios que lleva escritos hasta el momento. Es la más conmovedora poesía que haya caído en mis manos escrita por un intelectual y artista que siente se acerca, por razones biológicas, al más absoluto reino del olvido, con el que tarde o temprano, inevitablemente, todo el que ha nacido, tendrá que verse la cara, sin medias tintas, ni sedantes de ninguna índole, y sin espacios grises.

La flor, sin duda, es la imagen que más se destaca en la obra. Cuando no es el centro de atención del poeta, la sugiere o se refiere a ella de modo breve en el grosor de los poemas para reforzar sus puntos. El poeta se identifica con ella.  Se descubre en su propio espejo. Es el elemento de la naturaleza que mejor representa su ser interior atormentado, un dolor hecho poesía en el grueso de su vida dedicada al cultivo de la belleza del arte literario, pero que como el ser pensante y reflexivo que es, sufre dudas sobre su trascendencia una vez él ya no esté. Como sabemos, la flor es una metáfora que refleja lo que es la vida humana en su irreductible fugacidad.  Al autor le sirve como tabla de salvación y consuelo a los que echa mano, solo para llevarse la sorpresa de su fragilidad, una condición, que no encuentra diferente a la suya; más aún, que sería igual a esta, en su totalidad, de no estar dotado de conciencia; tal es la razón de todos sus dolores, sufrimientos y sinsabores en el enmarañado sendero que le ha tocado vivir.

La vida del poeta ha sido signada por profundos sentimientos de desarraigo de la tierra donde nació, Pratola Peligna, de la provincia de L’Aquila, Italia, a finales de la segunda guerra mundial, ciertamente, un municipio del interior accidentado, como accidentado será el camino que emprenderán tiempos después él y su familia, cuando deciden radicarse en los Estados Unidos a mediados de los años cincuenta. Su migración, involuntaria, a otro país, será una tragedia de la que se lamentará toda su vida, la impotencia que le genera el no poder hacer nada para reconstruir su pasado, para desde este, darle un giro radicalmente diferente y explorar lo que entendería sería el paraíso perdido que dejó atrás en su tierra natal al que pueda recuperar.

El poeta busca ordenar sus profundas crisis existenciales con sus versos, en la noche oscura de su alma.  Esa tormenta espiritual que le ha robado la paz interior y que nunca ha dejado de anhelar con todas sus fuerzas, jamás le ha sido dado. Como resultado de la vida trágica que ha llevado, se propone articular la maraña de sentimientos, ideas y emociones, en medio del torbellino que le ha arrojado a diferentes latitudes del mundo y del cual no espera ninguna calma, a juzgar por el poco tiempo de vida que le queda, entrampado en el desierto y los laberintos sin salidas a los que le ha arrastrado su destino. Sufre la más amarga desesperación por no poder avizorar ninguna luz de esperanza al final del camino, ciertamente, imágenes recurrentes a lo largo de Tempus volat. . . junto a los efectos destructores del tiempo.

La fragmentación es otra de las metáforas en el poemario como representación de la vida misma del poeta. Es la razón por la que sus estrofas, lejos de ser unificadas en su estructura externa, están inesperadamente fraccionadas en su parte final y al comienzo de cada verso que se asume recibirá la idea del anterior en un modo más ordenado. Como muestra, es cuanto se advierte en el poema “Sin tu presencia”, en el que el poeta escribe:

Sin tu presencia     No hay

esperanza para mí     El mundo

me agobia     Insulso, me lanza

encima su lodo     Me escupe

en la cara     Y me dice que no

sirvo     Que todos mis días

han sido en vano

El poeta en Di Pietro nos dice que a fin de cuentas la vida se reduce al dolor y a los sufrimientos, con su inexorable destino final, la muerte; que esa es la verdadera suerte de los hombres. En el poema “Polvo eres”, sugiere que la filosofía y las religiones terminan siendo lo que son, inventos, “pamplinas”, ideologías sin más, fantasmas hijos del concepto de un más allá, estas últimas, con sus prédicas de raptos y de dioses redentores que no es del todo seguro que tomen cuerpo más que en la delirante imaginación de los que los proyectan.  “Tampoco hay que fantasear”, canta en “Trágica profecía”, “como algunos/ lo hacen, que un rayo de luz nos envolverá/ y nos llevará consigo hacia donde, nadie/ sabe, ni sabe por qué o para qué”. En sus reflexiones, ya que ha sufrido la suerte que le ha tocado, con estoicismo no hace sino apurar todo su dolor hasta el fondo, donde ni los sedimentos han podido posarse en su espíritu tortuoso, en medio de la tormenta.

El autor no se llama a engaños ni como hombre ni como artista. Así las cosas, busca refugio en el pasado idílico de su infancia en su pueblo natal, en aquel entonces, con sus campiñas, montes y praderas. Y para decirlo con Pedro Henríquez Ureña, el poeta en sentido general alguna vez en su vida se complace en mirar en retrospectiva para evocar en resumen su desarrollo espiritual; en el caso del pasado de Di Pietro, no puede ser más agridulce; dulce, por entregarse a la más pura ilusión de recuperarlo, como el eterno emigrante que ha sido; y agrio, porque no ha podido reconstruirlo en su arte, no importa todo el esfuerzo que ha hecho para lograrlo, como cabría a cada mortal que se lo proponga. Ni siquiera en términos espirituales puede hacerlo en su totalidad, por faltarle esa paz interna que necesita, la que perdió para siempre con el desarraigo de su tierra.

Todo perece. Nada escapa a los efectos devastadores del tiempo, que nunca se detiene en su marcha, como nos dice en el poema “Tempus volat”, con el que titula su poemario. El poeta se lamenta frente al mundo que se derrumba a sus pies, sin que él pueda hacer nada para evitarlo. Los años transcurren, inexorablemente. Nada cambia para bien, razón que le lleva a sentir solo la más amarga desesperación e impotencia; y su preocupación, por la muerte que se aproxima, la última realidad, rotunda y verdadera. En “Cada día”, dice:

El tiempo es un estilicidio

incesante de horas y minutos sustraídos

No me concentro en nada

Y, frente a mí,

al doblar de la esquina, la terrible penumbra

del Olvido

Sobre su visión de la vida, el poeta no puede ser más pesimista y derrotista, en la cual no hay cabida para el más mínimo hálito de esperanza:

La vida es como un callejón

sin salida     Una vez lo tomas,

sólo una puerta ante ti se abre

Y esa, no es más que la puerta

Que a ti     A la muerte te lleva

(“La vida”)

Nuestro poeta intenta hacer conciencia de todo cuanto le rodea. Nada en la naturaleza y en el cosmos le es ajeno. Basta con que tenga vida para merecer su mirada aguda y sufriente, y llevar un registro emocional que cobra vida en las reflexiones y contemplaciones que hace a cada paso que da en su peregrinar.

El poema “Sendero” describe los profundos conflictos existenciales del poeta que lo llevan a albergar los sentimientos de soledad más dolorosos por su tragedia espiritual: “De vez en cuando, un ave/ cruza el cielo cinericio”, escribe, “y lanza un estridente grito /Es signo de profunda soledad de mi alma/ Y esa ha sido la soledad de mi alma/ alma siempre perdida en el recorrido /de esta vida malvivida”. El tema cifrado en este poema atraviesa el poemario que me ocupa, el cual varía, naturalmente, en la forma y los títulos que escoge para nombrar a los demás que lo componen. Sin embargo, el que prevalece en toda la obra, sea de manera manifiesta o implícita, es el de la muerte como fin de todo, o su variante, el Olvido, la que termina enseñoreándose sobre todas las cosas, incluso sobre el amor y la belleza Es el motivo al que el poeta dirige su fuerza poética. Es el destino final de todo sobre la tierra. En “Polvo eres”, dice, “la vida es lo que es /Es el camino que/ ineludible, lleva a la muerte. Eso es todo/ Más allá de eso, / nada hay”.

El bosque, el sendero, el desierto, la naturaleza, el tiempo que todo lo destruye, y otros, son, como se sabe, parte de los grandes temas clásicos de la literatura universal. A su uso recurre el poeta como parte de la herencia cultural que ha recibido para reflejar su estado psíquico atormentado. En todas sus experiencias humanas marcadas por el más intenso dolor, explora la estructura de sus sentimientos y emociones, se pregunta, duda, se entrega con el candor de un niño a la ilusión por ratos, mide y pesa ideas sobre el destino de los hombres en el mundo y demás, para terminar profundamente desilusionado, él, que como ser reflexivo, tiene que habérselas consigo mismo para encontrar una salida a todo lo que ha sido el trágico absurdo de su vida. Es una condición intransferible.

Otra imagen que recurre en el poemario es la de la amada, que le abandonó en su infancia, su versión de Dulcinea, símbolo del arte que inmortaliza la vida de los hombres, representación de ese algo que está más allá de este mundo; que no le desampara, sin embargo; antes bien, que le mantiene vivo. Es una de las razones del porqué no se hunde por completo en la desesperación, sino que le da sentido a su vida. En ese tenor, en el poema “Sin ti”, escribe,

Sin Ti, dejaría de brillar la estrella

de cualquier esperanza, y este

mundo, tan feo y ruin, sobre

todos nosotros habrá vencido

Sin Ti, nunca tendremos respuesta

a nuestro dolor, ya que, como

digo, eres Tú la única posible

respuesta que nos queda

en la vida

Su amada es el símbolo de la imaginación artística, a la que el poeta compara con una flor, y cuyos ojos “pese a todo, brillan en el más hondo/ abismo de su desesperación”. (“Un absurdo hilo de esperanza”) Su abandono ha hecho que su vida haya resultado en una tortura espiritual de por vida. En “Laberinto sin salida” –idea que también ilustra en “Y tú. . .”, “Ilusión” y varios otros poemas–, nos dice:

Desde que te fuiste de mi lado, desde

que tu mano dejó de estrechar la mía,

desde que tus ojos dejaron de derramar

su luz sobre mí, yo me encuentro de nuevo

dando vueltas sin rumbo en el laberinto

de mi vida, y no le veo ninguna salida

a toda esta profunda tristeza que arropa

mi alma tan herida.

El poeta ha traspuesto el umbral del reino del polvo y el olvido. De ahí que se proponga poner en orden sus ideas, sentimientos y pasiones antes de aquel momento. La suerte le arrojó de su playa. Es de ese modo que les ajusta cuentas a los efectos en el tiempo de sus fantasmas, demonios interiores y posibles traumas que hayan podido dejar en su inconsciente fruto de la Gran Guerra y su posterior migración involuntaria a otras playas. Una y otra vez cobra vida en la memoria que recompone en su yo interno los fragmentos de su pasado roto al que aspira recuperar en sus versos. Ahora, si leemos en clave contraria la ironía que construye en ellos a causa del absurdo de su vida, se destacaría todo lo contrario; en otras palabras, debe haber un propósito más allá de toda la tragedia que ha sido y es la vida de los hombres. Es justamente la idea que comunican los poemas “The Omen” y “Flores” con que cierra el poemario, visión que también está presente en “Mundo venidero” y en “Algo”, pero a la inversa, con acento pesimista.

Todo ese fardo doloroso de desaliento y pesimismo que marca el grueso de poemas de Tempus volat. . ., se desploma, y en su lugar empieza a resplandecer el optimismo y la esperanza que vemos en “The Omen” y “Flores”. El poemario da un giro radical en su clausura con estos dos poemas. En el primero, el autor escribe:

Little white flowers,

each with a pink dot

in its center, each

turning a happy smile

towards the rising sun.

 I wonder, I wonder

if this is a sign, an omen,

of another life somewhere,

anywhere, to be.

 (Pequeñas flores

cada una con su punto rosa

en su centro, cada una

brindan una sonrisa feliz

al sol naciente.

Me pregunto, me pregunto

si esto es una señal, un presagio,

de otra vida que está en alguna parte,

en cualquier otro lugar)

En ese mismo orden, en la última composición, “Flores”, aquella imagen omnipresente en el poemario –no por nada se subtitula El libro de las flores–, el poeta declara que si bien todo es “podredumbre” y “muerte”, solamente las flores son la promesa de algo, “y lo que es,/ sólo ellas lo saben”. Giovanni Di Pietro, el místico, un ser de luz, el que se ha entregado a una vida de contemplación, a quien he tratado como Maestro y mi mejor amigo por más de tres decenios, y cuya mirada penetrante nada pasa por alto, un maestro moral, como cabe a los verdaderos poetas, sopla aliento y esperanza en un mundo de diabluras y oscuridades. Puedo dar testimonios en todo ese tiempo de su humanidad, bonhomía, agudo sentido de justicia, misericordia hacia los demás, incluidos sus adversarios, así como de la coherencia entre su pensamiento y acción, prenda difícil de hallar en este mundo de los hombres.

Edwin-Disla-Alex-Ferreras-y-Giovanni-Di-Pietro
Edwin Disla, Alex Ferreras y Giovanni Di Pietro.
Giovanni-Di-Pietro-y-Manolito-Mora-Serrano-728x546
Giovanni Di Pietro y Manolito Mora Serrano.
Giovanni-Di-Pietro-1-601x728
Giovanni Di Pietro.
Giovanni-Di-Pietro-Manuel-Nunez-y-Alex-Ferreras-en-Centro-Cuesta-del-Libro
Giovanni Di Pietro, Manuel Núñez y Alex Ferreras en Centro Cuesta del Libro.
Manolito-Mora-Serrano-Diogenes-Cespedes-y-Giovanni-Di-Pietro-en-la-UASD-MORA-SERRANO-DIOGENES-MANOLITO-GIOVA
Manolito Mora Serrano, Diógenes Céspedes y Giovanni Di Pietro en la UASD.