Enrique Verástegui y yo cruzamos mucha correspondencia, una parte perdida como cartas muertas en oficinas postales, otra parte desaparecida en mis mudanzas permanentes: un mailer daemon que llamaba varias veces, más de dos: en un total de cinco. Son las cartas que me quedan. Y sigo extrayéndoles muchísima enseñanza. Una, acaso la principal: perseverancia en la escritura (Enrique me dice que escribe 12 horas cada día). Otra: como escritor precoz, Verástegui alcanzó todas las cimas a edad en que muchos apenas estamos escalando.

Todas sus cartas traslucen una ternura inaudita por un novísimo poeta por entonces desconocido en persona por él, y exiliado en Nueva York…

Portada de El modelo del teorema, de Enrique Verástegui

San Vicente de Cañete, 29 diciembre 1997

Querido León Félix:

Me llegó hace algún tiempo tu carta y no quería contestarte todavía para no disipar el perfume que emana de tus palabras. En efecto, tu lectura de mi El modelo del teorema es acertada y me siento halagado de que te haya gustado. Acá en Lima los diarios han publicado una serie de comentarios sobre el libro, pero obviamente prefiero New York a las malas costumbres de una aldea provinciana. Me he sentido como (demasiado) sosegado con la publicación de este libro, al punto que no he escrito nada aparte de él hasta ahora, aunque tengo gran cantidad de textos inéditos. Dado que estoy solo no tengo la energía, ni las ilusiones, para emprender otro trabajo de envergadura. No tengo aún la energía para emprender una re-edición, por ejemplo, de mi poesía en un solo tomo: la Ética, que sumaría las 1,200 páginas. Ando ahora, más bien, con otro manuscrito bajo el brazo: los originales de mi novela El sueño de una primavera de occidente, que tiene 800 páginas, y que tampoco tienen editor. La novela transcurre en Europa, Asia, New York, y Lima, y es una novela de science-fiction. ¿Cuándo se publicará? ¿Cuándo encontraré editor? No lo sé, excepto que es una gran novela que mis amigos que la han leído comparan con Guerra y Paz de Tolstoi. También tengo otros libros de ensayos por editar. Y muchos proyectos por escribir. Sin embargo, la vida solitaria a lo Nietzsche que llevo impide muchas veces que escriba mis 12 horas diarias, como antes lo hacía, ¿o será que me estoy volviendo flojo?

Me llegó también, junto con tu carta, tu libro Negro eterno, que, de inmediato, leí. Por supuesto, hay una gran diferencia entre tu anterior libro y este, que es, sobre todo, un trabajo de escritura con una sola temática: la textura del lenguaje. Más francés que castellano, y más textualista que norteamericano (no he leído hasta ahora el Kora in hell de W.C. Williams), tu Negro eterno debió merecer el primer premio en ese concurso de poesía pero también es cierto que su radicalidad hacía casi imposible que el jurado lo celebrara. Lástima que en nuestros países no existan los premios de reconocimiento, pero tu libro merece un premio de reconocimiento –esos que llegan con la edad, lamentablemente, porque deberían llegar con la juventud. Tu libro, sin embargo, está lleno, de buena poesía, y uno se admira de la madurez que has adquirido. Bello este libro, y extraño, tiene el sabor ácido de la coca-cola que, una vez bebida, se vuelve natural. ¿Hasta qué punto estás fundando una nueva poeta norteamericana? No lo sé, pero resulta obvio que tu intento va por ese rumbo. Textos como “Jamás la hiedra y la pared”, “Cuando enredabas mi cabello con cariño”, “Y el mar, espejo de mi corazón”, “I want to be a part of it, New York, New York”, “Cara tan bonita la de mi tormento”, “Mucho más linda que Sophia Loren”, “Caminito que todas las tardes” (este ya es un tango, y no un bolero), “La vie en rose”, “Postrado en mi lecho abyecto”, ejemplifican la alta calidad de la literatura que has conseguido crear y que crearás en lo sucesivo –empleo el verbo crear en el sentido de innovación.

Me gustaría que, cuando puedas, me enviaras tus traducciones al castellano (una copia xerox) de Ashbery, Derek Walcott, Seamus Heaney, lo mismo que las entrevistas de Walcott y Cioran. A Heaney no lo he leído. He leído, en cambio, el Omeros de Walcott que me pareció impresionante y que, por su extensión, me hizo recordar mi Taki onqoy. Walcott me parece un gran poeta, lo mismo que Ashbery, a quien conozco hace tiempo, pero no tan extensamente como debiera. Me gusta la poesía norteamericana, pero no se publican traducciones de poesía norteamericana, o por lo menos, nada de esas bellas cosas llega a mis manos por estos días. ¿Quién podría interesarse en traducir mi Taki onqoy al inglés? ¿Encontraré algún día un traductor interesado en traducir no sólo el Taki onqoy sino toda la Ética? ¿o mi novela? Sería fabuloso, pero por el momento no son más que sueños.

Bien, gracias por tu bella carta llena de un perfume de rosas que me ha permitido una lectura exacta de El modelo de Teorema.

Gracias por tu libro Negro eterno, que me permite una lectura de las novedades de New York.

Envíame, cuando puedas, tus traducciones (esas que te he pedido).

 

FELIZ NAVIDAD Y UN EXCELENTE AÑO 1998

 

Recibe un abrazo

de

Enrique Verástegui

 

NOTAS:

Enrique Verástegui falleció en 2018. Nos conocimos personalmente en 2015, cuando fue invitado (y finalmente aceptó) a nuestra Feria Internacional del Libro Santo Domingo. Hubo un intento previo, cuando fue invitado al Festival Internacional de Poesía Santo Domingo 2011, pero su enfermedad se había agudizado.

El modelo del teorema: curso de matemáticas para ciberpunks, había sido publicado el año anterior. De este “tratado sobre ciencia y tecnología celestiales que descifran el motor del Universo a través de las matemáticas y la poesía de Occidente”, Verástegui dijo en una entrevista: “este libro se emparenta con mi vida y con la vida que yo nunca alcanzaré a tener, pero que desde aquí, desde la poesía, la preveo. Durante años yo me había dedicado a escribir poesía, ejercicio que no era aceptado por mi padre y quien furioso me pedía que yo estudiara matemáticas. Cuando murió mi papá, a los cuarenta y cinco años, decidí en homenaje suyo, escribir un libro de matemáticas. Y así fue. Pero también lo hice pensando en los jóvenes rebeldes, en esos chicos que siempre se plantean un destino, que no aceptan imposiciones de nadie. Pensando en ellos le puse al libro el subtítulo de “ciberpunks”, en homenaje a esos jóvenes que no tienen un camino en la literatura, pero que pueden tener armas para hacer la revolución. Entonces se podría decir que escribo para dos tipos de lectores realmente difíciles: para mí y para la juventud.”

La Ética se publicó como Splendor. Epistemología y épica de la complejidad, en México, 2015. Tiene 984 páginas

 

El premio al que refiere Verástegui que debió recibir mi libro Negro eterno es el Casa de Teatro de Poesía 1996, que recayó en Self Service Poems (Ahora disponible en su versión castellana), de Alexis Gómez Rosa. A mi libro le fue otorgado un accésit, pese a esto no estar consignado en las Bases, lo que históricamente originó como costumbre otorgar un accesit en cada una de las convocatorias subsiguientes.

Esta carta fue publicada, junto con otras cuatro, en el libro Ángel con casaca de cuero. Lecturas sobre Enrique Verástegui, de Carmen Ollé, Paul Guillén, Yaxkin Melchy Ramos, Manuel de J. Jiménez, Héctor Hernández Montecinos, Tania Favela Bustillo, Carlos Lloró, Alba Delia Fede, Reynaldo Jiménez, Freddy Ayala Plazarte, Erick Sarmiento, Julio Barco, Raúl Silva de la Mora y León Félix Batista (Sol negro, Lima, 2019).

León Félix Batista y Enrique Verástegui en Santo Domingo, 2015