1.

La madre: Edith Lemay.

El padre: Sebastien Pelletier.

Los hijos, cuatro.

Mia: 12 años.

Colin: siete.

Laurent: cinco.

Leo: nueve años.

Familia canadiense.

El problema: “retinitis pigmentosa, una condición genética rara que causa la pérdida o disminución de la visión a lo largo del tiempo.”

De los cuatro hijos, solo Leo, de nueve años, no ha heredado esa enfermedad.

Los padres han decidido: hacer que los hijos vean muchas cosas antes de que pierdan la vista.

Puede ser rápido, puede tardar más, pero se quedarán ciegos. Ver se vuelve, así, no un acto trivial, sino un acto urgente.

 

 

2.

Esta enfermedad empieza, según parece, con la ceguera nocturna.

Los humanos ven mucho de noche, muchísimo. La oscuridad no es realmente oscura-oscura, siempre es una oscuridad temporal. Poco a poco, los ojos van aumentando el brillo que emiten contra las cosas y de las cosas sacan sus formas y volúmenes. Este aprendizaje impresionante del ojo en la oscuridad –ojo que, de la nada, en poco tiempo, ve mucho- es aquello que desaparece primero en quienes tienen esa enfermedad, retinitis pigmentosa.

La oscuridad es para estas personas algo compacto sin ninguna grieta. El ojo no se adapta. Luego, la oscuridad, o el oscurecer –verbo que anuncia la lenta llamada de la oscuridad– aumentan en el propio ojo ante el día clarísimo.

Mia: 12 años.

Colin: siete.

Laurent: cinco.

Los tres un día se quedarán ciegos.

3.

De pronto, esto, la decisión: darles a los hijos el máximo de memorias visuales. Una suerte de hucha estética: para los días futuros de los hijos, en lugar de monedas, ponerle dentro imágenes. La noticia dice: “En marzo de este año, el viaje empezó. Comenzaron por Namibia, donde vieron elefantes, cebras y jirafas, antes de ir hacia Zambia y luego Tanzania. Después volaron a Turquía, donde estuvieron un mes entero. La familia fue después a Mongolia, antes de poner rumbo a Indonesia.”

4.

Una noticia que conmueve a cualquier humano que todavía tenga vísceras afectivas. La vida entendida como una máquina acelerada de hacer ver.

5.

Los padres dándoles de ver a los hijos (como si el mundo fuera un limpio alimento visual). Pero también está lo inverso; los hijos guiando a los padres.

6.

Uno de los más extraordinarios libros sobre la ceguera que conozco es “Memorias de Ciego”, de Jacques Derrida (había una bella edición de la Gulbenkian, pero creo que está agotada). Derrida habla del cuadro atribuido a Rembrandt, llamado “Tobías devuelve la vista a su padre”.

En uno de los libros bíblicos, se habla de Tobit, el padre, ciego, que es guiado por el hijo, “el hijo es la luz, el ojo suplementar” del padre; es su bastón, el hijo, siempre lo ha sido. Un hijo dedicado que le va diciendo a su padre: por aquí, ahora; por allí., ahora, ahora avanza; ahora, para. Un hijo que es un guía.

Voy a saltarme detalles, que son muchos y a veces extraordinarios, pero sí, lo esencial es esto: Tobías, el hijo, un día se marcha. El hijo no puede ser para siempre el guía y la luz del padre ciego. Incluso el hijo de un padre ciego tiene derecho a una vida propia, podríamos decir. La madre se lamenta y los años pasan y Tobías no aparece nunca. Está muerto, cree la madre. Es imposible que los haya olvidado, sobre todo a su padre ciego. Nunca estaría tanto tiempo sin regresar, sin volver a ser, aunque fuera solo por un día, el bastón y el guía del padre.

El padre, Tobit, está entonces seguro: el hijo ha muerto. Pero en medio de todo esto, se habla de la fe y de un ángel, de un ángel que haría que Tobit, el viejo padre, recuperara la vista.

7.

Y sí, un día Tobit, el ciego, recuperó la vista, abrió los ojos y la primera cosa que vio fue a su hijo, Tobías, ante él. Había vuelto a casa en el preciso instante en el que Tobit recuperara, por milagro, la vista.

8.

Es una historia increíble, claro. Un padre que recupera la vista para ver a su hijo que creía muerto, una posible interpretación. Deja de ser ciego porque quiere ver a su hijo regresado.

9.

Otra posible interpretación: el padre recupera la vista porque el hijo ha vuelto. Es el regreso del hijo lo que le devuelve la visión.

El regreso del hijo es el regreso de la luz al rostro del padre.

Una resurrección que coincide con la recuperación de la vista: volver a nacer (el hijo), volver a ver (el padre).

10.

Tobit, escribe Derrida, “Da gracias no solo por ver, de ver, sino por ver a su hijo.”

Para Tobit, “hijo significa: los ojos, ambos ojos”.

11.

Claro que siempre hay historias sobre padres e hijos, que no son sobre ceguera. Pero estas dos historias, una moderna, otra bíblica, tocan el centro de los grandes mitos: la ceguera, los padres, los hijos.

12.

La ceguera, los ojos, el miedo a perderlos. Tantas historias sobre esto.

Hay dos versos terribles de Han Shan, poeta chino del siglo VIII, de los que a veces me acuerdo. Son terribles, son terribles, son terribles, sí, pero la vida no siempre es bella.

“Solo cuando se les arrancan los ojos a los halcones,

los gorriones bailan libremente”.

——–

Traducción de Leonor López de Carrión. Originalmente publicado no Jornal Expresso