El título de nuestro tema podría parecer un error, porque estamos hablando en forma positiva del estrés. Hemos satanizado al estrés y hay algunos puntos que conviene aclarar.
El estrés es todo elemento que supone un reto para nosotros, exigiendo que nos esforcemos actuando de una forma enérgica para poder enfrentarlo. Al tener que esforzarnos, nos fortalecemos, descubrimos nuestras facultades o potencialidades, desarrollamos habilidades y estrategias, se moldea nuestro carácter, logrando un mayor control de nuestras emociones. Recordemos la expresión popular que dice: “lo que no te mata, te hace más fuerte”.
Levantar un brazo no es estresante, pero si lo hago sosteniendo una pesa, es un estrés para mis músculos, pero en la medida en que lo repito aumenta mi fuerza y resistencia física. En el gimnasio estresamos nuestro cuerpo y ya conocemos los resultados; lo mismo sucede a todos los niveles de nuestras vidas. En cambio, si pasamos los días sentados cómodamente, sin hacer ningún esfuerzo o evitando todo estrés, mientras comemos todo lo que se nos antoje, no hay que ser médico para saber lo que pasará a nuestra salud física y mental.
Ante una situación difícil hacemos acopio de nuestras capacidades adaptativas y si logramos superarla, nos superamos. Si no logramos superarla, nos detenemos o nos agotamos, sin descartar que podamos reintentarlo después.
Entonces ¿por qué se habla tanto de las influencias negativas del estrés? Porque cuando estamos en condiciones de estrés, descuidamos algunos aspectos de nuestras vidas. En tiempo de guerra, se priorizan los gastos en armamentos, descuidando: la educación, la producción de alimentos, las actividades familiares, los servicios públicos, cultura, construcciones, los cuidados del medio ambiente, etc. Exactamente igual sucede con nuestros cuerpos.
Cuando estamos bajo estrés, liberamos neurotransmisores que nos permiten responder al reto, como adrenalina y cortisol. Nuestros músculos se tensan, trabajando intensamente, nuestro corazón late más rápido y más fuerte, nuestros pulmones trabajan de manera acelerada, nuestros sentidos están alertas, etc. Obviamente estamos consumiendo o quemando, nuestras energías para enfrentar la amenaza o reto.
Mientras destinamos tantos recursos para defendernos o escapar, se descuidan funciones metabólicas, reproductivas, cognitivas, etc. Uno de los sistemas afectados es el inmunológico, por ejemplo, unos linfocitos (los llamados Asesinos Naturales) que son capaces de eliminar células dañinas para el organismo, podrían no realizar su función en el estrés crónico, haciéndonos vulnerables al cáncer, diversas infecciones o a enfermedades autoinmunes.
Se habla de estrés positivo o Euestrés y del estrés negativo o Distrés. Es saludable y conveniente tener cierto grado de Euestrés en nuestras vidas, siempre que no supere excesivamente nuestra capacidad adaptativa, o de tanta duración, que no permita a nuestro sistema parasimpático trabajar en procesos internos destinados a mantener sano nuestro cuerpo.
La palabra estrés equivale a sufrimiento. Evidentemente nadie quiere sufrir, pero, aunque nos cueste entenderlo, es necesario. Nuestro cuerpo no puede resistir un estado de bienestar constante, de vez en cuando necesitamos al estrés. En la naturaleza tenemos días y noches, calor y frío, descanso y trabajo, etc., pero también tenemos penas y alegrías, siendo necesario que aprendamos a superar nuestras penas y a disfrutar nuestras alegrías.
Pero si tienes un trabajo de tensión constante, vives en un lugar muy inseguro, tienes una ambición exagerada, mantienes una relación de pareja muy tóxica, todo esto te mantendrá en un constante estrés, pudiendo contribuir a: infartos, enfermedades inflamatorias y autoinmunes, conductas autolíticas, adiciones, cáncer, trastornos metabólicos, infecciones, accidentes de tránsito y otras innumerables condiciones que podrían afectarte.
Muchas personas proclaman sonriendo que manejan mucho estrés y que no tienen tiempo para llevar una buena vida, lo dicen con orgullo porque lo entienden como sinónimo de ser “alguien importante”; suponiendo que si tienes poco estrés tienes poco valor. Para algunos, tener menos estrés y asumir una vida más tranquila, incrementaría un complejo de inferioridad ya presente.
Vivimos en diferentes escenarios y solemos creer que son compartimientos estancos, desconectados unos de otros, pero puesto que participamos de todos, inevitablemente interaccionan. Lo que quiere decir que, si vives mucho estrés en tu trabajo, difícilmente ese estrés no afecte tu vida familiar, tu salud, tu recreación o tu vida sexual.
Al meditar, podemos realizar una serie de actividades como: relajar los músculos que no necesitan estar contraídos, mejorar la concentración o enfoque, ampliar nivel de conciencia, detectar y eliminar influencias negativas inconscientes, descubrir ansiedades sin fundamentos, saber qué queremos, conocernos, etc., son parte de las habilidades que te permitirían evitar el estrés innecesario.
Si te amas y valoras, también te cuidarás, no permitiendo someterte a estilos de vida antinaturales o poco saludables. Dejar de vivir hoy para vivir mañana es la regla del estresado. Durante la niñez nos cuidaron y guiaron para que no hiciéramos tonterías, ahora nos toca cuidarnos a nosotros mismos. Cada día debes esforzarte por lograr algo, lo que consideres que valga la pena, pero sin llegar a destruirte. Ciertamente la vida sin metas no es motivadora, pero ninguna meta vale más que tú.