Desde hace mucho tiempo observamos que algunos objetos flotaban en el agua incluso transportando pesos, por lo que empezamos a navegar y posteriormente descubrimos que una vela que hiciera resistencia al viento podía permitirnos aprovechar su fuerza para desplazarnos. Así surgieron los barcos de vela, como las carabelas que transportaron a Cristóbal Colón en sus viajes al continente americano.

Con la modernidad se han desarrollado motores que permiten que los barcos puedan desplazarse, aunque las condiciones del tiempo puedan no ser tan favorables. En estos barcos modernos se hace más fácil programar los viajes y con mucho menos limitaciones que antes.

El ser humano tiene la capacidad de desplazarse, lo que dependerá de que algunos de sus atributos físicos estén en condiciones adecuadas (extremidades inferiores, sistema neurológico, sentido de orientación, etc.); depende también de algunas condiciones mentales, que son algo más sutiles, pero no menos determinantes que las físicas (por ejemplo: motivación).

Al amanecer, una vaca observa que le abren la puerta del corral y simplemente sale. La vaca no tiene programado lo que hará durante el día, camina y se dejará llevar por sus instintos, y por los estímulos que se le estarán presentando. Aunque algunas personas “funcionan” igual que la vaca, el ser humano civilizado, normalmente amanece con un plan preestablecido y cuando sale a la calle, va a procurar desarrollar su programación, incluso en los casos en que encuentre dificultades u obstáculos.

Toda persona tiene un nivel de pensamientos básicos que, en condiciones normales, estará en funcionamiento mientras viva; son los que le permiten sobrevivir. Un segundo nivel de pensamientos, los especializados, son más complejos y permiten ejecutar el servicio individual a la sociedad (oficio o profesión), pudiendo llegar a tornarse automáticos o rutinarios. Un tercer nivel va más allá de lo pragmático, son pensamientos generales que tienen que ver con el marco conceptual en que se desenvuelve nuestra existencia, este es el nivel filosófico. Este último es de vital importancia, porque de él depende nuestra forma de relacionarnos con todo y con todos, tiene que ver con nuestras actitudes, conductas, niveles de adaptación social, etc. El impacto que nos produzcan los hechos o vivencias dependerá totalmente de este nivel cognitivo. Estos pensamientos filosóficos son principalmente los que determinan los avances de la humanidad. Los descubrimientos científicos pueden presentarse en los tres niveles de pensamiento y como sabemos, la ciencia puede tanto construir como destruir.

Cuando una persona está inmóvil y pensativa, solemos entender que está perdiendo el tiempo; sin embargo, nuestros cerebros consumen más del 20% de nuestras energías, así que pensar es un esfuerzo, puede agotarnos, pero es la actividad que ha logrado los cambios más importantes en la humanidad. Debido a que es un esfuerzo, es más fácil mantenerse en modo pasivo de sólo recepción. Así podríamos simplemente aceptar como bueno y válido lo que diga la mayoría. Lamentablemente la “mayoría” prefiere hacer lo mismo, por lo que cuando alguien hábilmente logra convencerlos de que una idea es la que todos tienen y prefieren, les resulta difícil no aceptarla, incluso aunque fuese perjudicial.

Es muy lamentable, pero la mediocridad abunda. La actitud del mediocre ante la vida es confiar en la suerte, depender de los otros, considerar siempre insuficiente las ayudas que recibe, etc. No hay nadie más fácil de engañar que quien desea ser engañado y el mediocre sueña con que le regalen la existencia perfecta. Así, cuando aparece un líder político ofreciendo vida cómoda y fácil, llenas de privilegios, con oportunidades de atacar a “los de arriba”, les resulta una oferta irresistible y como los mediocres suelen ser la mayoría de los votantes, esto produce una situación altamente preocupante en poblaciones poco pensantes. Esto ha sido frecuentemente utilizado por algunos partidos de izquierda y por dictadores.

Cada vez somos más conscientes de la necesidad de educación de los pueblos. Las personas sin formación son dependientes de que otros piensen por ellos. Les dirán qué hacer, las horas que trabajarán, procurarán darle las menores compensaciones posibles y más que vivir, sobrevivirán. A mayores conocimientos habrá mayores posibilidades de escoger. El conocimiento facilita cambiar de ser barcos de vela dependientes totalmente del viento, a embarcaciones con motores de propulsión que les permite dirigirse mejor a donde deseen.

La vida actual es muy rápida, bulliciosa y quien no cultiva la habilidad de escuchar su voz interior, es como el que compra una costosa caja de herramientas y nunca la utiliza.

Periódicamente es preciso replantearse la propia existencia. Hacernos preguntas como: ¿Qué soy? ¿Qué quiero? ¿Adónde voy? ¿Vivo la vida que realmente me interesa? ¿En verdad estoy de acuerdo con…? ¿Cuáles son mis sentimientos en alguna circunstancia determinada? Y cuando vemos claro el camino, simplemente caminar, reconociendo que podemos equivocarnos, pero en todo caso, sabiendo que al menos lo intentamos. Si te sientes infeliz, analiza tu situación en vez de estar buscando culpables.

Tenemos dos opciones: sentarnos a esperar que nos regalen aquello con lo que soñamos, o podemos activarnos, extender nuestros brazos y tomarlo. Algunos ocupan su tiempo con excusas y otros con acciones. Son mejores los intentos que los lamentos.